1
—Estoy en el límite de la locura…por ti. Es que, te amo, estoy completamente convencido de ello. Stephanie, quisiera establecer una relación formal contigo.
La respuesta fueron dos ladridos por parte de Kevin.
— ¿Crees que estoy siendo demasiado directo? ¿Qué la sorprendería? —Preguntó en dirección al canino.
«Sorprenderla…» Pensó Víctor.
— ¡Claro! ¡Una sorpresa! —Exclamó. — ¡Eres un genio!
Kevin ladeó la cabeza.
—Me refiero a mí, Kevin. Tú no me has dicho nada. —Comentó riendo. — Y vale más que no lo hagas, porque como hables, me da un infarto.
Caminó hacia el espejo y repasó lo indispensable mentalmente:
«Llaves. Listo.
Cartera. Lista.
Celular. Listo.»
«Quizá sea hora de un pequeño cambio en la rutina.» Pensó, dejando las llaves del auto sobre la barra.
2
Aquel lugar en el que no había estado en meses le parecía extraño. Dentro de la cochera sólo había una caja de herramientas, equipo de jardinería y de buceo: «Utensilios básicos.»
Pero lo que más destacaba en aquella pequeña habitación era ese bulto cubierto con una lona marrón en el centro de la misma, debajo se encontraba la Ninja que había manejado en su último recorrido por la interestatal.
Una hermosura de color negro.
Elegante.
Una bestia potente.
Eso era la Ninja para él. Y ese día la sacaría a la luz por enésima vez en una ocasión especial.
«Me gustan las motocicletas, pero tengo años sin subirme a una. Miedo, supongo.» Recordó las palabras de una Stephanie embriagada con una copa de vino tinto en la mano.
—Será un paseo agradable ¿Verdad? —Comentó en dirección a la motocicleta.
3
Sentía como el aire chocaba contra su casco y le impulsaba la cabeza hacia atrás, avanzando entre los automóviles con prisa creciente, la motocicleta se encontraba en su primera velocidad. Aún se esforzaba por pensar en un regalo lo suficientemente valioso como para ser entregado a la Srta. Ross, las joyas eran insignificantes, no causaban la emoción que él buscaba, un llanto sincero de un alma enamorada, esas eran las lágrimas que valdría provocar en una mujer. Pensó en cientos y miles de cosas, y dentro de todo eso, sobresalió una: “El borrador de mi primer libro” Pensó. La joya más preciada entre las posesiones personales de un escritor. Dio la vuelta rápidamente y detrás de él hubo el sonido de unos automóviles frenando y haciendo sonar el claxon, al escritor poco le importó al subir la segunda velocidad y dejar atrás a los automovilistas furiosos.
Llegó a casa y Kevin lo observó confundido.
“¿Por qué has regresado tan pronto?” Podía haber pensado Kevin, pero realmente sólo quería agua un poco más fresca para beber.
—Lo lamento, Kevin. Llevo algo de prisa. —Comentó Víctor. Y así tan rápido como habló, continuó caminando a paso veloz por entre los pasillos de la casa, revisando estantes y removiendo las cosas que se encontraban en cajones para después tirarlas al suelo. Encontró un par de diplomas que había ganado en algunos concursos de escritura, no les prestó mucha atención, eran pequeños relatos de romance superficial con una trama completamente plana y sin estructura alguna.
— ¿¡Dónde demonios estás!? —Gritó, esperando a que el borrador de aquel libro le contestase. Jamás pasaría. Faltaban sólo un par de horas para que Stephanie llegase a su casa.
Kevin se acercó detrás de él y ladeó la cabeza.
“¿Qué buscas?” Era la interpretación de Víctor para aquel gesto.
—El borrador de mi primer libro, Kevin ¿Recuerdas dónde lo puse? Amigo.
El can salió corriendo en dirección al almacén olvidado que se encontraba en el patio trasero de la casa, rebuscó entre los artículos empolvados que se encontraban en el lugar: Periódicos, libretas, una máquina de escribir del siglo pasado, y varias cosas más. Hasta que encontró lo que estaba buscando… El juguete que había perdido hacía algunos meses atrás.
Víctor Stock trató de tranquilizarse tras la broma que le había jugado su compañero.
—Por un momento pensé que… ¡Kevin, eres un genio! —Comentó, observando entre un par de libros que se encontraban frente a él, el borrador deseado; se titulaba: “El amor en tiempos de instituto” Lo había escrito hacía ya varios años, cuando tenía unos quince de edad. Recordaba que lo había olvidado en la biblioteca escolar durante un par de semanas, aquello dio tiempo suficiente a que la bibliotecaria improvisara una pasta para el mismo, y también a que lo leyeran un par de alumnos. Después de un tiempo las chicas quedaron embelesadas con la hermosura de las palabras de Stock. Comenzó a ganar algo de fama dentro de la escuela y se quedó primer lugar en varios concursos de escritura. Ese libro fue el primero de muchos dentro del mismo género.
Lo sostenía en sus manos, y no se había vuelto polvo después de años de abandono. “El tesoro más preciado de un escritor” abandonado en un estante del almacén trasero.
Caminó con él en sus manos y salió del almacén, tanto Kevin como él se encontraban felices de haber cumplido su propósito. Faltaba tan sólo una hora para que Stephanie Ross llegase a su casa, y él debía meter ese borrador de ciento tres páginas en una bolsa de regalo y adjuntarle un moño.