Hoy me desperté muy temprano, demasiado temprano. Son las dos de la madrugada, y mientras escucho el canto de los gallos y el rugir de mi estómago, me siento a pensar. No sé si debería seguir escribiendo o si primero debería buscar algo para comer, porque mi cuerpo me pide alimento otra vez.
Al final, me levanto, me preparo un vaso de avena y me quedo reflexionando sobre por qué en estos días dejé de escribir. Trato de encontrar la causa de la falta de inspiración y, en ese proceso, recuerdo por qué estoy aquí y por qué hago lo que hago.
Mientras escribo, vienen a mi mente todos los momentos que he vivido. Reflexiono, me doy palabras de aliento y me repito que lo estoy haciendo bien, aunque a veces me cueste creerlo. Sé que no está mal fallar y que, de vez en cuando, tampoco es malo quedarse en el suelo. Porque cuando tocamos fondo y nos permitimos estar ahí por un momento, nos damos cuenta de que somos humanos y que cometer errores es inevitable. Algunos son más graves que otros, pero todos fallamos.
Sin embargo, también hay un momento en el que decidimos levantarnos, salir del fondo y redimirnos. Ahí es cuando elegimos dar un nuevo rumbo a nuestras vidas, poner en práctica lo aprendido y empezar de nuevo. Solo cuando salimos de la oscuridad nos damos cuenta del talento que tenemos. Lo único que hace falta es perder el miedo y atrevernos a hacer lo que realmente nos gusta, como escribir, así como yo lo hago.
Pensé que superar mi pasado me haría más feliz, pero hoy entiendo que superar el pasado significa estar bien, aunque a veces te sientas vacío sin razón aparente. Nunca supe de dónde saqué fuerzas para seguir adelante, ni por qué dejé de ser yo mismo para convertirme en algo que nunca quise ser.
El reloj marca las 2:30. El frío recorre mi espalda desnuda y me pregunto si seré capaz de ganar las batallas que me esperan este año. ¿Será esta vez cuando por fin encuentre el amor? Y si no es así, al menos quiero dar lo mejor de mí. Si caigo en plena lucha, caeré con honor, como un buen samurái. Daré mi vida, incluso mi alma, para ganar. Y si el amor no llega, sabré que esta vez no tuve que forzarme a ser alguien que no soy. Si no es mi momento, me amaré a mí mismo y esperaré con paciencia, porque eso es lo correcto.
2:50 de la madrugada. El sueño se ha ido y no sé qué hacer. No sé si terminar este escrito o ver una película de esas que te hacen reflexionar sobre la vida, o tal vez una que me haga reír en medio de la oscuridad. Siento escalofríos en todo mi cuerpo y pienso en cómo lo bueno siempre tarda en llegar. Y yo, por alguna razón, siento que siempre tardo demasiado y nunca llego a donde quiero.
3:00 de la madrugada. Acabo mi vaso de avena. Y te preguntarás: ¿quién se tarda una hora en terminar un vaso de avena? Pues la respuesta es simple: yo, en la madrugada.
Una hora después y aún no sé qué quiero hacer. Me pregunto si solo es efecto de haber despertado tan temprano o si realmente estoy sobrepensando todo. Pero ¿sabes qué? Le daré paz a mi alma. Me volveré a acostar, respiraré profundo, cerraré los ojos… y cuando salga el sol, estaré bien.