Y solo tú sabes cómo hacerme caer. Solo tú sabes que tu cuerpo es mi debilidad. También sabes cómo me gusta hacerlo y cómo lo quiero cuando lo deseo.
Con una mezcla de amor y odio. Con una sensación de frialdad ardiendo en lo caliente. Con unas ganas inmensas de probar tu piel otra vez, de sentir lo cálido entre tus piernas.
Con el deseo de tener tus pechos en mi boca, de volverte loca una vez más. De volver a besar tu boca y apretar tu cuello mientras te susurro al oído.
Porque para mí, la mejor música son tus gemidos. Y la mejor sensación es estar dentro de ti, en ese instante en el que somos uno, en el que el tiempo se detiene. En el que sabemos que podríamos estar juntos si quisiéramos… pero a la vez sabemos que no podemos.
Lo mejor era cuando te soñaba. Cuando me soñabas. Porque cada sueño no solo era romanticismo, sino un delirio hermoso de perversión. Porque contigo puedo ser yo sin importar el mundo, sin importar los prejuicios.
Lo más hermoso de mi vida era estar contigo. Y lo más hermoso de mi perversión, tus gemidos después de que tus piernas temblaban. Esas mismas piernas que apreté antes y después del acto. Las mismas que me vuelven loco cada vez que te veo pasar.
Llámame loco, pervertido, cerdo o lo que sea. No me importa. Porque nunca entenderán el verdadero sentido de la vida si nunca han tenido en sus manos el amor de su vida, si nunca han sostenido un alma que apenas se aferra a la cordura.
Llámame perverso, pero es imposible no caer en la tentación cuando se trata de tu cuerpo. Ese cuerpo que modeló la lencería que más amaba. La misma que me hacía perder la cabeza, que me hacía preguntarme si realmente era feliz… si aún existía un motivo para estar mal.
No dejo de pensar en ti. En cómo eres quien levanta mi ánimo cuando más lo necesito. Mi tentación. La razón por la que amo este mundo inmenso. Eres tú quien me vuelve un perverso incapaz de controlarse al ver tu cuerpo, incapaz de articular palabra cuando te tengo cerca.
Por favor, no pares de tentarme. Déjame hacerte mía una vez más… No, déjame hacerte mía siempre. Porque no hay verdad más pura que admitir que sin tu cuerpo, tus besos y tus caricias, no puedo estar cuerdo en este mundo asqueroso… pero, por ti, tan perfecto.