La vida después de mi Muerte

Mía, Pero Nunca.

Y en verdad, yo no quería que esa noche terminara. Me sentía en casa, mi morbo se alimentaba de una forma que no podrías imaginar. Jamás pude haber imaginado tener tu mano en mi entrepierna. En ese momento, sentí cómo el deseo recorría mi cuerpo y las ganas de hacerte mía aumentaban. Pero fue fatal comprender que no podíamos. Maldigo ese lugar, pero no maldigo el momento en que probé tus besos.

Amaste como a nadie, diste todo de ti y te alejaste de todo por quien creíste que era la persona correcta, solo para darte cuenta de que era la equivocada. Pero, en lugar de derrumbarte, te levantaste y seguiste como si nada, hasta encontrar al hombre que te mostró que aún puedes amar. Y es justo eso lo que amas: saber que estás en el lugar correcto. Lo mejor de ti es la seriedad con la que tomas el amor y cómo te mantienes cuerda para no fallar.

Ya pasaron los tiempos en los que podía verte y admirar la forma lineal y curvada de tu cuerpo. También tuve la virtud de tocar tu ancha espalda, de rodearte con mis brazos y de sentir el aroma de tu perfume en tu cuello. Luego, al besarte con tal magnitud, el suelo tembló. No me arrepiento de ese momento, pero sí del lugar donde estuvimos.

Unos días después, no podía dejar de pensar en lo hermoso que hubiese sido estar dentro de ti, en un cuarto, sin ropa, probando la manzana del pecado sin arrepentimientos, con el único deseo de quedarnos sin aliento después de respirar sobre cada rincón de tu cuerpo. Unos días más tarde, pude besarte nuevamente, pero sin poder tocarte. Se sintió tan fatal como una lanza atravesando el centro del corazón. Insistí en verte a solas, pero nunca se dio. El tiempo pasó y ahora tienes a alguien más, alguien que disfruta de tus besos cálidos.

Aún recuerdo cuando vi tus fotos, mi mano en tus piernas y tu cuerpo desnudo después de la ducha. No fue difícil notar las gotas de agua recorriendo las curvas de tu espalda hasta tus glúteos, los mismos que toqué aquella noche. Las gotas descansaban en tu pecho, el mismo que estuvo en mi boca en un pequeño momento de pasión. Mi mayor virtud fue tocarte toda esa noche; mi mayor pecado, no poder hacerte mía.

Y sé que no solo quería ese momento de calentura, sino que también quería tenerte en mi vida, disfrutar de momentos cursis, de esos que muchos llaman romanticismo. Porque tu boca fue mi hechizo, un maldito hechizo que me hizo desear más de ti, tenerte para mí en todos los aspectos. Y en verdad quería ser yo quien tomara tu mano cada vez que te acompañara a casa.

Pero ya no más. Ahora somos diferentes: tú con la felicidad, y yo en busca de ella.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.