La vida después de mi Muerte

Sábado 15.

Las llantas de ese camión de carga se veían extrañas, como si su rodar me llamara a postrarme bajo ellas. Fue una sensación extraña, porque desde que escuché el pesado motor, su ruido parecía susurrarme: ven, ven, ven.

Entonces la vi, la de Oz, a mi lado, en forma de un anciano. Me dijo que, en efecto, la vida no es justa con todos.

Y tenía razón. Nunca lo fue conmigo. Pero mi propósito aquí ha terminado. Ahora comienza una nueva vida, el renacer de entre las cenizas. Me quejé tanto de mis días amargos, pero nunca procuré mejorar mis errores ni sanar mi falta de empatía.

La noche se torna extraña. Mientras transito por la calle central, noto cómo la luna llena me acompaña en la soledad. Quizás este sea mi último adiós. Odio saber que, inconscientemente, quiero llamar la atención. Siento cómo el frío recorre mi piel, cómo un escalofrío se desliza por cada parte de mi ser, y es entonces cuando me doy cuenta de que es inevitable sacarme este pensamiento de la cabeza.

Nuevamente me siento ignorado e incomprendido por gente que carece de empatía, que no comprende las emociones ni los sentimientos. Antes de llegar a casa, en una de las cuadras, se escucha mi lamento. Desearía gritar para sacar toda la rabia y tristeza que llevo en el pecho.

Ódiame por ser un chico suicida, pero esta noche no puedo más. Es una noche más en la que siento que la vida no vale nada, que todo lo positivo se desvanece. Una noche más donde las palabras duelen más que cualquier golpe físico. Y entonces lloro, sin importar el lugar, sin importar quién pueda observarme, sin ganas de hacer absolutamente nada más que ponerme en posición fetal y llorar hasta quedarme dormido por el desgaste emocional.

Por segunda ocasión logro escuchar el rodar de otro camión de carga que se aproxima a la ciudad. Si yo lo deseara, sería la hoz que me puede guiar al más allá. Tan tentador el rodar de sus llantas, tan tentador que me dan ganas de lanzarme a ellas y terminar de destrozar mi vida, con el corazón más roto que una grieta en la tierra.

Las pastillas ya no hacen efecto. Mi cuerpo las rechazó dos veces, y lo peor es que nadie lo notó. Por eso entiendo que hay cosas más importantes que mis ganas de que me traten con un poco más de amor.

Si yo no puedo, te pido que cortes mi cuello y me dejes tirado en el piso hasta que me desangre, hasta que mi piel morena se torne pálida por la falta de glóbulos rojos. Entonces, te pido que me regales un beso para morir con un poco de honor... o mejor no. Déjame morir solo, porque así como vine solo, solo me iré.

Si muero, te pido que en mi funeral suenen "Ghostboy" y "I Can See Clearly", porque en mis momentos más jodidos fueron las canciones que mejor me comprendieron. Para los que no entienden mis ganas de morir, les pido escuchar "Razón de Vivir" de mi querida Mercedes Sosa. También "La Jardinera", en la bella voz de Violeta Parra. Y si aun así no comprenden, quiero que entiendan que no tengo una razón para vivir, que mis ganas de estar vivo son pocas, aunque no escasas.




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