Cuando el pobre está salado, hasta llueve sobre su ropa.
Celeste
🍴
Creí que haberme librado de él sería lo mejor — y sí que lo era, no lo cuestiono — pero no creí que fuera un indicio de mala suerte.
Suspiré.
Aunque había corrido a refugio prontamente, siempre había sido víctima del aguacero. No sé por qué no se me había ocurrido empacar un paraguas, y eso que el pronóstico del clima había anunciado un chubasco. Creí que era mi día de suerte, pero ya odiaba el rumbo que estaba tomando la mañana. Estaba diluviando y había mojado parte de mi ropa. Por lo que ahora, estaba debajo del techo de una tienda de conveniencia, esperando que escampara un poco para correr a la parada del bus. Tiritaba de frío, era consciente del castañeo de mis dientes y de mis vellos erizados por la flemática brisa.
Tomé mi teléfono y traté de llamar a Zara. Tal vez, podría pedirle a Roger que me recogiera, yo le pagaría la carrera. El problema: no respondía al teléfono. No que me quedaba más remedio sino esperar a que menguara la lluvia.
—¿Quieres que te lleve?
¡¿Esto no podía ser peor?!
Era Steve Reynolds, mi exnovio. Y era un impertinente. Lo bueno es que la lluvia ya no era recia.
—No gracias — dije y aferré mi bolso.
—Por el amor de Dios, Celeste, ¡estás empapada y no ha parado de llover! ¿Podrías dejar tu orgullo un segundo y aceptar una propuesta amable?
¡¿Propuesta amable?!
Sus palabras me endurecían. ¿Y me lo decía él? Conociéndolo, algo de mí quería y yo no estaba dispuesta a dárselo. Me había costado mucho librarme de él y de las cicatrices que me había dejado como para volver a caer en su estúpido juego donde únicamente ganaba él; y él no era precisamente el bueno de la historia. Daba igual su cabello oscuro y revuelto, daba igual su musculoso cuerpo y su sonrisa diabólica que te instaba a averiguar qué había detrás de él y sus chaquetas de cuero y afición por las motos. A mí me daba igual. No quería tener nada que ver con esa persona.
Y solo por esa razón me sentí... acorralada, indefensa.
Claro que nunca se lo haría saber... ¡ni muerta!
—No, no pienso dejarlo. Y te daré una advertencia — me acerqué a este con paso cauteloso y mi voz no tembló —: si te me acercas solo un poco sin mi consentimiento, me pienso defender. Tengo un aerosol de gas pimienta y no me da miedo usarlo contigo. Espero que hayas entendido.
Me di la vuelta para marcharme. Ya no me importaba mojarme, ya no me molestaba la lluvia y el frío. No me molestaba el agua cayendo en mi rostro. Por el contrario, borraban las lágrimas rebeldes que se me escapaban de la impotencia. El cabello se pegada de mi cara y la ropa chorreaba agua.
Me daba lástima yo misma.
—¡Celeste, Espera! — gritó, pero lo ignoré.
Ignoré todo. Hasta la bocina que se antojaba hastiarme la vida. Sentía la visión borrosa, pero la lluvia era mi excusa. Y el pecho me dolía, ardía. Es por eso que me detuve abruptamente cuando un coche deportivo frenó justo al frente de mí.
—Sube — ordenó, sin mirarme.
Y por primera vez, no lo puse en duda. Algo en su orden me impidió ponerlo en tela de juicio.
Me subí sin vacilar.
Aunque luego me arrepentí.
—¿En serio no hay problema con esto? ¡Acabo de mojar tus caros asientos de cuero!
—¿Quién era ese tipo?
Me ignoró adrede.
—No respondas con otra pregunta — entrecerré los ojos.
Se encogió de hombros.
—Eso no es importante, ¿o acaso era más educado dejarte mojando en la lluvia? — OK, sus actitudes bipolares me dejaban desconcertadas, tenía el ceño fruncido y no se había molestado en girarse para verme. No es que mi apariencia maltrecha y calada fuera la mejor —. Ahora, responde a mi pregunta.
Su tono de enfado y autoritario me hizo enfurruñarme. ¿Quién se creía para hacerme ese tipo de preguntas?
—Eso no es importante, ¿o acaso debo creer que me has ayudado para averiguarme la vida? — respondí usando el mismo tono de voz que él había usado antes.
Allí sí que se giró para mirarme. Pero no de la forma en que yo pensaba. Creí que me miraría molesto y me haría bajar del coche por mi ingratitud y mala forma de expresarme. En cambio, su mirada de guasa y su sonrisa burlona me hicieron titubear.
—¿Y ahora por qué te enfadas? — soltó una risilla que me pareció malvada.
Miré por la ventana, enfadada porque no entendía nada la situación.
No había sido ni por asomo uno de mis mejores días. Primero me había encontrado con el chico del dinero mientras usaba el billete que me había dado y yo había recogido (indirectamente). Luego me había mojado con el aguacero. Después había tenido el desafortunado encuentro con mi ex, y por último y cuando creía que no podía ser peor, estaba en el mismo auto que el chico del dinero y sus raros estados de humor. Había encendido la calefacción para que no se congelaran mis huesos.
Uf.
—Vale, ¿me vas a decir por qué te enfadas?
—¿Es necesario que te lo diga? — inquirí de malos modos, él rió.
—Pues sí, no soy brujo — soltó, bufé — ¿acaso no estoy siendo bueno contigo al llevarte?
—No pienses en bondad para sentirte bien contigo mismo, te voy a pagar — no estaba de humor para jovialidad —. ¿O no me vas a cobrar porque como soy pobre no tendré con qué pagarte?
Eso había insinuado anoche. Una risita ahogada inundó el coche.
—En parte, y también, porque estoy tratando de ser un caballero.
Rodé los ojos. Me pidió la dirección, que le di, y estuvimos un rato en silencio.
—¿Me vas a decir tu nombre? — preguntó.
—No. Además, tú no has dicho el tuyo, ¿no es de mala educación preguntar el nombre de alguien sin haberse presentado antes?