La vida en una canción [editando]

6


Reviviendo el pasado y conectando el presente.

Elliot

🎸

     Injurié para mí mismo cuando me di cuenta que aún no me decía su nombre. Pero sabía dónde trabajaba y dónde vivía, no sería tan difícil. Encendí la radio de nuevo, una canción de Blake Shelton sonaba. Con un suspiro marqué la ruta a la casa de mi padre. No era un suspiro de fastidio, no, más bien era de nostalgia.


Hacía siete años que no venía a East Chester. Absolutamente todo me resultaba exclusivamente familiar. El fresco aire de las riberas, las calles rodeadas por el sendero de árboles arcaicos, las hojas caídas rodeando todo de un anaranjado color. Una sensación de paz me invade, y a la vez, se desata un caos. Sé que muchas cosas han cambiado, porque papá me las ha contado.


Él y yo siempre hemos mantenido una buena comunicación. No podría decir lo mismo de mi madre. No he hablado con ella desde que se marchó; papá siempre me dice que debo perdonarla porque, a pesar de todo, es mi madre.
Para mí, solo es la mujer que le debo la vida. Eso es lo único que le agradezco, quizás pasamos por buenos momentos en mi infancia (que no recuerdo). Pero al final, nunca fui lo suficientemente importante para ella como para que me buscara, para que tratara de contactarse conmigo, así que, ¿por qué tengo que ser yo el trabajo que debería estar haciendo ella?


No puedo y no quiero.
Papá es otra historia. Una que sí vale la pena admirar y respetar. Le costó mucho recuperarse de su partida. Recuerdo esos días...


La comida fría y carente de sabor, los ajenos vicios de cerveza, el decaimiento de notas en clase y la poca ayuda recibida de su parte, los desayunos y almuerzos solitarios, las cenas en un sepulcral silencio.


Francamente, no es algo que quiera revivir ni en recuerdos. Así que me concentro en las buenas noticias que me ha anunciado papá.
Me ha dicho que ha sacado adelante el taller y que ha contratado personal. Además, ahora tiene novia. No puedo esperar para conocer a la mujer afortunada. Jamás podré quejarme de mi padre. 


¡Ante él me quito el sombrero!


Al fin y al cabo, salimos adelante juntos.
Como un equipo.


Comienzo a inquietarme al ver la entrada de la vieja casa de campo, mi hogar. Está realmente muy irreconocible. Hay un nuevo cartel con el nombre de la propiedad. Familia Jones Arteaga porta. Un dibujo bien elaborado de un coche por el borde del lado derecho y un dibujo de una guitarra en el borde del lado izquierdo. Inevitablemente sonreí. Mi viejo siempre me apoyó para que alcanzara mi sueño. Y no me quedan dudas de que está orgulloso de mí. Ser conocedor de eso, me hace sentir bien y hace que la visión se me nuble al tener sentimientos encontrados. Soy su hijo, su preciado hijo.
Probablemente se sorprenderá al verme, he venido antes de lo planeado. El anuncio al público de mi viaje apenas se dará mañana por la noche... pero quería un poco de tranquilidad antes de que Nashville se vuelva una completa locura. 


Bajé del auto y cerré la puerta que apenas sonó con un chasquido mínimo, ligero. Evoco en mi memoria la primera camioneta que mi padre me dejó conducir para mí, una Chevrolet Silverado de los ochenta, con su cajón atrás y que le sonaba hasta el alma. Aún así, amaba esa camioneta. Ciertamente era muy diferente a mi Lamborghini. Todo tiene sus pros y contras.


Caminé hacia el recibo subiendo los conocidos escalones (donde una vez me saqué un diente al caer de boca) y llamé con el corazón a punto de salir de mi pecho. Había pasado un tiempo y sentía las emociones galoparse dentro de mí. Escuché los pasos provenientes del pasillo, mis manos sudaban. Imaginaba la cara que pondría papá al verme, ¿cómo reaccionará?


Sin embargo, no fue papá quién abrió la puerta.
Una mujer en sus cuarenta, de estatura media y porte menudo me recibió. Tenía el cabello rojizo y los ojos castaños, pómulos altos y nariz respingada. Se sorprendió al mirarme, con la boca semi abierta y sin parpadear. Me sentí más nervioso al pensar que mi padre no le avisó que vendría y ella me miró desde mis mocasines de marca hasta los lentes para sol sobre mi cabeza. Iba a presentarme cuando la mujer me apretujó en un abrazo de oso. 
Lo más probable era que me sintiera incómodo, extrañamente, fue todo lo apuesto. Sentí que estaba en casa. En mi hogar. A un lugar donde siempre sería bienvenido... una pequeña melodía, en la que trabajaría en la noche, comenzó a sonar en mi cabeza.


—¡¡No puedo creerlo!! ¡¿Tú eres Elliot?! ¡Wow! ¡Qué elegante eres! ¡Te pareces a tu padre! ¡Me tomaste por sorpresa! ¡Creímos que llegarías mañana!


Ella me soltó, pero se le veía tan contenta mientras soltaba su desparpajo. Me le quedé mirando mucho rato, un sentimiento diferente y desconocido se instaló en mi corazón.
¿Así se sentía tener una madre que te quería...?
Ella me miró sin comprender.


—¿Te encuentras bien? ¿Quieres descansar? Seguro fue duro el viaje...


Reí, ¡y era muy campestre y agradable!
—Tú debes ser Vicki. Es un placer. Sí soy Elliot.


Ella dió un aplauso.
—¡Qué alegría! Entra, vamos, entra — se apartó de la puerta para dejarme paso.


Al entrar, un aroma a pollo horneado y a comida casera invadió mis fosas nasales. Olía exquisito. Mis tripas podían oírse en Pequín, miré a Vicki apenado y ella solo soltó una risita y me tranquilizó con la mirada. En ese momento, la puerta que daba al porche trasero, se abrió.
—Vicki, ya llegué — papá se sacudió los zapatos y cerró la puerta a sus espaldas —. Uhm que bien huele, ¡Huele a peo de cocina! — soltó una carcajada.


—Hola, cariño — respondió ella llamando su atención.


Él sonrió al escucharla, pero al alzar la vista la miró por unos cuantos segundos. Se percató de mi presencia y se paralizó. No podía culparlo. También había hecho lo mismo. La sala cambió de ambiente como si hubieran presionado el botón de la luz de una brillante a una sosegada. Como si la música que sonaba de fondo fuera cambiado el tempo y el ritmo. Estábamos procesando el mismo estado de análisis. En mi caso, yo hice el suyo. Había engordado unos kilitos, ya no tenía esa apariencia demacrada y arruinada, estaba afeitado y bien peinado, su ropa estaba en buen estado y le lucía, podía decir que se miraba, ¡hasta joven y bien parecido!
Las arrugas en los ojos y en la frente eran las delatoras de su perecedera edad. Y, al finalizar mi análisis, comprendí que encima de todo, se le veía feliz. Y eso se lo debía a Vicki, quién no había dicho nada pero nos veía con la más grata sonrisa. No me interesaron las lágrimas que corrieron por mi cara. Papá hizo lo mismo, su cara se tornó roja y sus ojos se cristalizaron, una sonrisa melancólica se extendió en su rostro y su voz se quebró al pronunciar las palabras que me terminaron de derrumbar.




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