La famosa no cita y las cosas ocultas descubiertas.
Celeste
🍴
Esperé unos instantes oculta detrás de la columna y luego, sacando un espejo del bolso, lo usé como retrovisor para asegurarme de que se hubiera marchado. Para salir de esta zona, tenía que dar vuelta en U y yo tenía que llegar a mi edificio antes de que me pillara y descubriera la mentira.
Obviamente, no le había mostrado mi dirección exacta. La residencia quedaba dos cuadras vertical a este edificio. No quería que supiera... no había un porqué, simplemente no quería.
Una señora mayor dueña de un pincher y con rollos anudados en sus cabellos blancos, me miró como si de una delincuente criminal se tratase. Le sonreí “con amabilidad” y negó con la cabeza.
Asomé mi cabeza, y al no ver muros en la costa, corrí.
Corrí hasta el resguardo de la sombra de mi edificio. Saqué las llaves apresuradamente y se me cayeron por el impulso. Injurié en mi interior y las tomé rápidamente para abrir y entrar. Solté una risilla producto de la adrenalina. Lara, la chica de la residencia 24 me miró con antipatía.
—¿Y a ti qué te pasó? ¿Te escupió un huracán?
—Es una posibilidad — solté.
Me apresuré a llegar a mi apartamento. Desasí las bolsas de las compras y ordené todo. Feoso me recibió como era en él habitual, se levantó con parsimonia del cojín fabricado de una vieja camisa que era su cama y se frotó en mi pantalón.
—Hola a ti también — le dije y me respondió con un maullido.
Me cambié de ropa y me avergoncé al mirarme al espejo y observar mi sujetador de color melocotón y sí, de ositos. Blancos, blanco con negro y marrones. De una caricatura: escandalosos. Necesitaba con urgencia renovar mi armario de ropa interior. Uf.
Mi teléfono sonó y respondí al tanto me ponía ropa cómoda y limpia.
—¡Celesteeeee! ¿A qué no sabes? Te acabo de... ¡Conseguir una cita! — chilló Zara por la línea, dejándome media sorda por una oreja.
Zara tenía casi los treinta y pico de años, pero era muy chismosa, demasiado.
—¿A mí? — pregunté lo obvio con desconfianza.
—No, a mi abuelita que en paz descanse, ¡Pues claro que a ti! Verás te cuento... estaba hablando con una vecina sobre ti y ella me contó que su sobrino estaba soltero. Lo he invitado al restaurante hoy mismo, en la noche.
Puse una mueca aunque era consciente de que no se percataba. Eso no pintaba nada bien.
—¿Qué te parece? ¿Eh? El chico es muy simpático y...
—No puedo — le corté.
—¿Por qué?
No quería hurgar en viejas heridas... no era mi intención reabrirlas. Estaba bien sola y punto. Zara me había apoyado mucho, y yo, no había podido ser sincera y contarle la historia completa. Era algo que quería olvidar.
—No quiero Zara, estoy bien así — insistí.
—Anda, pero no puedes quedarte sola para siempre. ¿Le digo que vaya al restaurante mañana por la noche?
—No, no quiero.
Era mi culpa por no haberle explicado con detalle toda la información. En mi defensa, solo la conocía yo. Ni a mis padres les había dicho.
Ella suspiró y tomó aire pesadamente.
—Celeste, debes superarlo, y para hacerlo debes conocer personas nuevas. Personas mejores. Ya no más de quedarte con los brazos cruzados. Debes salir adelante — se escuchó un indistinguible ruido por el micrófono y Zara suspiró con elocuencia —. Hablamos luego, tengo que colgar.
Y así me dejó, con la palabra en la boca y sin derecho a réplica. Con dudas y un tremendo enredo en el cogote de la cabeza.
Hay que salir adelante...
Nunca imaginé haberme quedado estancada. Creí que estaba bien estando así, ¿no lo estaba? Ahora mi cabeza estaba revuelta como los batidos o las tortillas. Llamaría a mis padres y tendría una muy larga conversación con ellos.
—Toma Feoso.
La lata sonó con un sonoro plunk al abrirla y el gato respondió con un miau.
Había lavado unas cuantas prendas de ropa sucia y había limpiado mi departamento. Estaba descansando cuando sonó la alarma. Debía prepararme para ir a trabajar. Le debía tanto a ese empleo. Mi madre me había suplicado que volviera a Venezuela después de mi ruptura con Steve, pero no iba a volver así no más. Tampoco era la situación de mi casa la mejor, no era una opción. Conseguir empleo era muchísimo más complicado.
Aquí podía pedir el puesto de gerente administrativo en en restaurante y tal vez consideren darme el puesto. Soñar nunca está de más.
Trencé mi cabello y para mí ofensa, algunos cabellos rebeldes no se quedaban sujetos en la crineja. A menos que los cortara.
Cogí mis llaves y el gato me miró con la propia mirada penetrante e inexpresiva de siempre. Pero que a su vez, solo yo me sentía en capacidad de entender. Y es que el felino no me había abandonado todavía. Ni en los días grises cuando no me apetecía nada. He ahí, otra razón por la que lo había conservado y le permití quedarse conmigo. Tal vez, era el único que jamás me juzgaría...
Ese día trabajé con diligencia, como normalmente. Busqué a Zara y al no encontrarla en la cocina, la contacté. Estaba bien, pero tenía un asunto familiar que resolver. Traté de no preocuparme en exceso, el otro chef era tan capacitado como Zara. Se las apañaría bien. Fue un día tranquilo. Nada comparado al día siguiente...
Fue un caos.
Al llegar al restaurante y colocarme el uniforme, traté, en toda la medida de lo posible, no dejar un espacio para interactuar con Zara. Ya hallaría una forma de escaquearme de la supuesta... Ci-ta. No estaba preparada para relaciones amorosas. Ni hablar.
—Quiero el menú tres — dijo la mujer con una sonrisa y concluyó con un gesto circular —. Para todos.