La vida en una canción [editando]

8


Ha comenzado el juego y no hay vuelta atrás.

Elliot

🎸

     Ella pegó un sobresalto. Se giró para mirarme sorprendida, parecía estar en shock. No sabía si había sido la noticia o mi belleza por fin la había cautivado. Aún así, me esforcé por no mostrarle ningún sentimiento. Me incliné con el fin de acercarme hasta tener su rostro a un palmo del mío. Celeste comenzó a balbucear cosas ininteligibles y sonreí con triunfo, la había dejado sin habla.


Sus ojos verdes brillaban, parecían piedras preciosas. ¡Era bellísima! Tenía un trenzado en el cabello y sin embargo, algunos mechones sobresalían dándole un aspecto desordenado y tierno. En el traje blanco y negro que llevaba, portada una solapa plateada con su nombre: Celeste.


Alcé una ceja, así que ese era su nombre.
—Hola Celeste — pronuncié con suavidad.


Hablarle le trajo de nuevo a la realidad. Me miró y frunció la cara. Me detalló de pies a cabeza. Un hombre inseguro se hubiera sentido incómodo o sonrojado. En mi caso, metí las manos en mis bolsillos y sonreí con coquetería.


—¿Terminaste de detallarme? — pregunté, sus ojos me miraron disgustados —. ¿Te gusta lo que ves?


—Me preguntaba dónde podía un hombre como tú tener un ego tan grande. Dime, ¿compras ropa especial?


—No, no, aunque sí me gusta la ropa cara — la detallé.
Quería comprobar qué tan difícil me sería ganar en este juego y cómo ganarlo.


—Lo que importa es que te cubra y te quede bien — soltó cruzándose de brazos.


Sonreí y me encogí de hombros evitando reírme de su niñería.
—De acuerdo, no vine aquí para pelear contigo.


—Ah, ya. Viniste a pedirme perdón por tu comportamiento de la pasada vez.


¿Perdón?


Sus palabras descaradas y envenenadas con sarcasmo salieron con fluidez de su boca mientras recogía la bandeja y empezaba a colocar los vasos y platos.


—Claro que no — respondí —. Vine a invitarte a una cita.


Se detuvo de golpe y por poco suelta la bandeja. Me aseguré de que conservara su trabajo tomándola del codo. Ella quedó paralizada pero se recompuso rápidamente. Se soltó de mi agarre de un capirotazo y me miró con el odio más profundo.


—No iré a ningún sitio contigo.


Vaya que era una mujer difícil.


Caminó entrando por las puertas que daban a la cocina. Tendría que esperar a que saliera. 
Suspiré.
Habían pasado cinco minutos cuando las puertas se abrieron de nuevo. Estaba recostado de una de las columnas cerca de las puertas y me erguí al instante. Pero no era ella, una de las meseras con un lozano cuerpo y de pelo rubio, salió con bandeja en mano y pasó por mi lado mordiéndose los labios en un gesto que las mujeres consideran “sexy” pero en realidad, se ven ridículas. Era muy guapa, y si hubiera venido de cacería le hubiera sonreído. Pero ya tenía una misión hoy y debía ganar esa apuesta. A cómo dé lugar.


Julie había apostado a que no me acompañaría a una cita y Matt apostaba a que tenía que conseguir llevarla a su aniversario como mi acompañante. Y yo... yo apostaba que sí a todo.


¿Qué más da? Es dinero. A las mujeres les fascina el dinero. Comprar montañas de ropa y accesorios y vivir con muchos lujos.


Que lo confirme mi madre.


Miré el Rolex en mi muñeca. Ya habían pasado veinte minutos y aún no salía.
Revolví mi cabello frustrado... por la apuesta.
Escuché el ruido de la puerta y la miré salir. Estaba seria, ni me miró al pasar por mi lado. Aún así, era irrevocable sonreír. Empecé a caminar tras ella cuando fui interceptado por algunas meseras.


—Hola, ¿podrías regalarnos tu autógrafo? — preguntó la del pelo negro.


—Claro.
Saqué mi bolígrafo y autografié una de las hojas de sus libretas.


—¿Y una foto? — pidió una que era muy pequeña.
Los flashes iban y venían, voltee al sentir su mirada. Era ilegible, no sabía cuál era el mensaje que sus orbes esmeraldas querían transmitirme. No había furia, pero tampoco deseo. Totalmente indescifrables.


Me desconcertaba. 


—Oye, mira a la cámara, vamos — exigió una de las chicas pasando su brazo por mis hombros.
No lo hice. Solo tenía ojos para ella. Cuando logré librarme de esas avispas y de sus intentos de violación auto—concedida, caminé hacia Celeste. Ella fingió limpiar una de las mesas apresuradamente.


Solo un poco más.


Abrí la boca para llamarla, pero un chico con una mujer se interpusieron en mi camino y llegaron antes. Reatrocedí lo necesario para escuchar. La mujer de piel morena que ya pisaba los cuarenta años, hablaba con ella. Celeste se esforzaba por aparentar calma, pero su rostro tensionado y su cuerpo rígido me mostraba que estaba molesta y turbada. 
Era buena aparentando calma, pero los años de práctica ensayando y estudiando esta carrera, me habían hecho perito para notarlo. Como cantante siempre van a haber personas rodeándome y tomándome fotos, aprendí a permanecer en calma, a posar siempre y demostrar solo lo que quiero que la gente vea de mí.


Tomé la decisión de intervenir por ella. 
—Lo siento en serio por este malentendido, pero...
—Ella tiene una cita conmigo — aclaré.


Pasé uno de mis brazos por sus hombros, Celeste gruñó y pisó disimuladamente mi pie. Hice una mueca y la solté. Las caras de los otros dos ¡fue épica! 
La morena abrió la boca sorprendida y nos miró a Celeste y a mí.


—¿Eso es cierto?


—Sí — dije asintiendo al mismo tiempo que Celeste decía:


—No — tajantemente.


Nos miramos. Yo la miré sorprendido al no comprender, que ella no percibía que yo solo quería ayudarla a escaquearse de esta embarazosa situación. Y ella me miró enojada, creía que era un aprovechado.




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