Cuando no entienden señales y sientes que hablas otro idioma.
Celeste
🍴
Me cambié el atuendo mirándome en el pequeño espejo que estaba adherido a la puertilla del casillero. Tenía el cabello desordenado a pesar de tenerlo recogido. Gruñí con desgracia, tomé mi bolso y salí. Al llegar a casa debía llamar a mis padres, no había hablado con ellos el día de hoy. Seguramente ya debían estar pendientes. Vivir en un país que no es el tuyo, sin nadie que conozcas y con las personas que se preocupan por ti a miles de kilómetros de distancia, era... difícil.
Uf, ese tipo (cantante, famoso, estrella o como sea) era muy pesado. Era la segunda vez que le daba calabazas y aún no dejaba de molestarme. ¿Qué se creía?
Refunfuñé.
No entendía por qué no me dejaba en paz de una buena vez. Estaba allí... recostado de su coche, un convertible muy lujoso, con unas rosas en la mano y una sonrisa resplandeciente que no había visto en él antes. Era pícara, traviesa...
OK, finjamos que no lo conozco.
Pasé de largo.
—Hey, hey, espera — extendió su brazo sobre mi camino para detenerme.
¡Cinco pobres pasos!
—¿Qué? — solté a la defensiva.
Frunció los labios aguantándose una sonrisa, sus ojos estaban chispeantes de diversión. Tenía puesta una americana barnizada, el cabello castaño revuelto, los ojos azules fulgurantes, y estaba... muy cerca. Por instinto retrocedí.
—Te dije que vine por ti a una cita...
—Y yo te dejé claro que no iría contigo a ningún sitio.
—¿Por qué no? — preguntó estupefacto.
¡Tendría que ser actor!
—Pues por si no te lo he dejado claro, te lo explicaré — comencé a enumerar con los dedos —: no me gustan los chicos presumidos, con un ego enorme como el tuyo y que creen que pueden comprar todo con dinero. ¿Te das cuenta de que prácticamente acabo de describirte? Por lo tanto, yo — hice una pausa mirándolo y señalándome con el pulgar — paso.
—Eso se llama prejuicios, señorita.
Rodé los ojos. Lo iba a dejar plantado por... ¿tercera vez? Ya ni recuerdo. Pero fue imposible...
—¡¡Elliot!! — gritó una mujer que se acercaba a nosotros emocionada.
Vestía como una ejecutiva, con elegancia y sutileza. Tenía el rostro perfilado y muy bonito, y los ojos azules como el agua... A su lado, venía un chico muy parecido a ella, enfundado en un traje gris. Podían competir en belleza con Elliot. Me sentí desplazada con mis normales vaqueros, mi blusa barata y mis cabellos desordenados. Lo único que estaba bien, eran mis botines.
—¿Qué tal hermano? — dijo el chico —. Te escribí, pensé que me habías dejado en visto. ¿Qué suced...?
Se frenó al mirarme. De pies a cabeza. ¡¿Estos hombres no tenían vergüenza?! Todos eran tan idénticos, tenían que comerte con la mirada y...
Los mellizos se miraron como si me conocieran.
Tragué grueso. Yo no los conozco. ¿Acaso debía planear una huida de supervivencia por si quieren secuestrarme y vender mis órganos en el mercado negro?
—¿Tú eres ella? — pronunció asombrado el joven.
—Sí, es ella — afirmó la chica.
—Oigan, ya no se metan — rezongó furioso Elliot.
Sonreí, verlo fastidiado era divertido.
—¿Cómo te llamas? — preguntó el amigo.
—No seas maleducado — le riñó ella —. Mi nombre es Julie Logan y él es mi hermano Matt Logan.
Sonreí con afabilidad y un vestigio de vacilación, no quería decir mi nombre. Tenía el indiscutible prensentimiento de que, si decía mi nombre, ya no habría marcha atrás con esta locura.
—Ella es Celeste — remarcó Elliot.
Le dirigí una mirada asesina. Fue su turno de sonreír, pero mínimamente.
—Celeste Vargas — murmuré rendida.
—¡Celeste! ¡Qué nombre tan bonito! ¿No, hermano? — exclamó Julie.
—Sí. Es una placer por fin conocerte, Celeste.
Alcé una ceja y miré hacia Elliot. Al parecer, les había comentado mucho de mí, sobre qué sé yo, a sus amiguitos. Él me devolvió la mirada indiferente, como habitualmente. La vena que sobresalía de su mandíbula era la conjetura precisa de que su estado de calma, era una entera fachada. No era desmesuradamente notable, pero sí un tanto perceptible.
—Oye — la chica solicitó mi atención —, ¿Te gustaría ir a comer algo con nosotros?
Alcé ambas cejas atípica... ¿Que, qué? me descolocó su petición. ¡Ni siquiera los conocía! ¿Y si mis pesquisas eran ciertas y eran psicópatas asesinos con rostros de dioses griegos sexys? No podía confiar así como así.
—Yo...
—Anda, vamos. Un poco de compañía no está mal — agregó el chico rubio.
Me fijé en la condescendiente sonrisa — o debería decir malvada — estampada en el rostro de Elliot. Por lo que tomé la decisión que debía tomar.
—Tal vez en otra ocasión. Gracias, ya me tengo que ir.
Aunque parecieron decepcionados, me concedieron la “huida” sin rechistar o suplicar. De acuerdo, teoría anulada, no eran asesinos seriales ni tenían nada que ver. Me había alejado de ellos unos cuantos metros cuando la mano de Elliot tomó mi brazo con suavidad deteniendo mi paso.
—Espera, te llevaré.
—No, estoy bien. Gracias.
Mi voz sonó vulnerable, tuve que aclararme la garganta. No fue porque habló con delicadeza, aunque tuvo su aporte. Se debía a que ya había olvidado lo que se sentía confiar en alguien. En que ese alguien se preocupaba por ti de forma genuina. Cuando sucedió la traición de Steve, había surgido en mí, ese sentimiento recóndito que me acechaba. Cada vez que una persona se ofrecía a ayudarme, lo rechazaba; mi mente divagaba y divagaba en las razones ocultas y malignas de por qué esa persona estaba tratando de ser amable conmigo, como si se trataba de una vil traición por su parte. Y no quería, me negaba... a pasar por eso de nuevo.