Un paseo de antaño con un pesado y una intolerante.
Elliot
🎸
Por fuera, sonreí cordialmente.
Por dentro, vociferé regodeado.
Había logrado mi objetivo. Mis planes casi se van por el caño cuando aparecieron los hermanitos Addams, pero ya todo estaba resuelto, tan solo por eso perdonaría a mis amigos. Por poco arruinan los designios que tenía con mi chica.
Por ahora he decidido no ser brusco, si analizo patrones, será mejor ir despacio y con cuidado.
La miré de soslayo. Era inigualable, estaba distraída mirando por la ventana y se veía tan hermosa. Sonreí como bobo al contemplar su perfil. Y el aroma a chocolate de su perfume me estaba volviendo loco, tenía que llenar el silencio.
—¿Cómo están tus padres?
—Ellos están bien — respondió sin mirarme, pero su tono de voz era menos condescendiente, más bien era cálido.
Decidí tomar esa vía para sacarle conversación.
—¿Donde viven tus padres?
—En Venezuela.
—¡Wow!
Y así fue como conseguí su atención. Enfocó su mirada esmeralda en mí con una ceja alzada. Sus ojos chispeaban, estaba a la defensiva. Si pudiera lanzar dagas por los ojos ya estaría agujereado.
—A ver, no lo dije de malos modos, solo me sorprendió. Eso es todo — me defendí.
Su gesto se suavizó, se tornó vulnerable, casi indefenso. Celeste se mordió el labio, pensativa.
—Es una historia muy... complicada. Y no me apetece hablar de eso.
—Está bien. Todos tenemos un pasado complicado.
Eso pareció captar su completa curiosidad, puesto que se giró en redondo para mirarme con los ojos agrandados e interesados. Se parecía al gato con botas en su gran escena en Shrek haciendo ojitos. Tenía la vacilación marcada en la mirada y el orgullo plasmado en los labios que mantenía cuidadosamente sellados para evitar hacerme preguntas, pero manteniendo el deseo de que le contase detalles. Efusivamente, las comisuras de mis labios se alzaron en una rebelde sonrisa.
—Yo también tuve que dejar todo lo que conocía cuando comencé a cantar... No es fácil irte del lugar donde naciste y creciste.
—No, no lo es — concedió con un suspiro.
Podía explicarle cómo me sentía para empatizar, pero había cosas que me guardaría.
—¿Es muy difícil ser una estrella de la música? — preguntó con un gesto exagerado.
—No, no, para mí es asombroso.
Hice un gesto con la mano mientras sujetaba el volante con la otra. Presencié el súbito cambio de su rostro: de uno tolerante a uno adusto.
—Claro, gozar con una mujer cada noche, ¡qué asombroso! — se mofó.
Vaya, quién lo diría. La mujer podía ser celosa. Ya me reservaría los comentarios y los privilegios de saber eso para otra ocasión. Si usaba mis ventajas en este preciso momento, solo lo negaría. Repentinamente, escuché un ruido extraño y me giré para mirarla. Celeste se avergonzó al momento, reí al deducir que había sido su estómago y que había sonado como un trueno dentro del auto. Tenía hambre. Fingí que no me había percatado en lo absoluto y viré el volante para detenernos un instante en Mc'Donalds.
—¿A dónde me llevas? — preguntó despavorida.
¡Demonios! ¿Qué le había sucedido para ser tan temerosa?
Cambié de tema para distraerla.
—Para que conste Celeste, no he estado con una mujer durante varias noches — aclaré con la vista en la turbada carretera.
Celeste simuló sorpresa.
—No me digas. Deberías ganarte el récord Guinness por eso. Dime, ¿has empezado a sentirte desahuciado?
Reí, tenía un don para ser fría, antipática y sarcástica también.
—No, yo estoy muy bien gracias. Es que... estoy esperando a la chica ideal.
Sí cómo no.
—¡Ja! A otro perro con ese hueso. Podrás hacerte pasar por caballero, pero a mí... no me engañas.
Me encogí de hombros. Quizás antes sí le hubiera dado la razón, pero ahora, iba a demostrarle que, tal como en los viejos tiempos, si se convertía en mi mujer no le faltaría absolutamente nada.
—Celeste, el chico con que hablabas la otra vez...
—No quiero hablar de él — cortó al santiamén.
—Solo iba a decirte que si necesitas ayuda, yo podría...
—No es necesario — interrumpió por segunda vez.
—¿Sabes? No deberías hacer todo sola. Aceptar ayuda de vez en cuando no es un pecado.
—Bueno, pero yo no he pedido tu ayuda ni la de nadie, porque no la necesito — se enfurruñó mirando por la ventana.
Por un lado, su actitud me enfadaba y mucho. ¡Era muy orgullosa!
Pero por el otro, la entendía. Comprendía su sentimiento y forma de ser porque también me costaba confiar en cualquiera. Sin embargo, ella es diferente. Es como la flor que prospera en la adversidad, ¡ella era ruda! Es como esas personas que han pasado por una especie de renacer: la han matado, pero ha resurgido con más fuerza. Su compartimiento indiferente y osco solo se debía a la protección de su propio corazón, una coraza que la protegía de ser engañada. Una que yo conocía muy bien aunque puede que fueran algo diferentes. Eran para ella su torre, la que había construido para estar segura, y la persona que lograra llegar a su corazón sería el ganador de una gran premio... ¡El vencedor del gran dragón!
Me preguntaba qué clase de cosas había tenido que atravesar para terminar aquí, tan lejos de su casa, sin nadie apoyándola.
Sabía que detrás de ese comportamiento apático y desdeñoso, se ocultaba una buena y maravillosa chica.
¡Apostaría por ello!
Era una corazonada.
Me detuve en la ventanilla y pedí orden de una hamburguesa, papas fritas y un refresco individual. No le pregunté cuál prefería porque sabía que rechazaría mi ayuda — era extraordinariamente orgullosa —, por lo que me basé en mis gustos. Extendí la cajita y ella la miró con desconfianza.