La vida en una canción [editando]

13


Colisión en un ambiente conocido y desconocido.
Celeste
🍴

     Entramos al Tennessee Brew Works. Estaba muy movido, tenía tiempo sin venir a un sitio así. Reconozco que me hacía falta tomar un respiro, ¡y qué mejor momento que ahora! La música country, las banderas y la arquitectura neoclásica me reciben con los brazos abiertos. Soy totalmente tragada por esta cultura. Siempre he amado la música country. Mi cultura natural es muy distinta, así que cuando cantaba este tipo de canciones con mi guitarra, se burlaban de “mi música rara”. Sonrío de par en par y suelto una carcajada al mirar la expresión inaudita de Roger cuando escucha a Zara.


—He tenido que endeudarme con el guardia para que nos dejara pasar, ¡le he parecido tan guapa! — alardea.


Habíamos tenido un pequeño inconveniente de yo que sé, para poder entrar, pero Zara insistió en ser ella la que arreglara todo, en vista de que yo era la “agasajada” no que quedó remedio que aceptar. 


Lo más dificultoso fue encontrar una mesa, parecía todo un reto. Por más que buscamos, tuvimos que quedarnos de pie. ¿Desde cuándo había tanta gente en Nashville? Sin embargo, la buena vibra y la música eran contagiosas. En vez de preocuparnos en exceso por asientos, fuimos a la pista a bailar. Al principio me había costado aprender a bailar (tengo dos pies izquierdos), pero luego, ¡podía hacerlo hasta con los ojos cerrados!


Mi fila se erguía y se deshacía, chocábamos palmas de vez en cuando con algún desconocido o girábamos tomados de los brazos.


—¿Te diviertes?
Frené en seco cuando escuché esa voz.

¡Oh Dios!


Alcé la cabeza.
Justo frente a mí. Solo portaba una camiseta blanca sin mangas, algunos tatuajes relucían en sus brazos y su cabello deliberadamente peinado en puntas le daba un aspecto atractivo. Sus zafiros ojos iluminaban, de forma más liberal, fulgores de vida... Ah, y su sonrisa... era más grande de lo normal.


—¿Qué? ¿No me dirás nada?
No podía. Estaba en shock. ¡De todo los lugares que había tenía que encontrármelo precisamente aquí! Y acaso, ¿eso era malo... O bueno?


Me examinó de pies a cabeza. Desde mi cabello suelto hasta mis botas altas con medio tacón. Me sentí nerviosa, y frustrada, y encendida, y, y...
¡¿Podía ser que me estaba dando un ictus?!
—¡Te ves muy bien! ¿Estás celebrando algo?


Tragué con dificultad. ¡¿Es en serio?! ¡¿Se le antojan justo ahora a mis capacidades trabarse?! Por suerte, Zara llegó al rescate. O mejor dicho, a chorrearla más, desde mi punto de vista.


—Pues sí, esta grandiosa mujer ha sido promovida a gerente — explicó pasándome un brazo por los hombros —. Por cierto, yo soy Zara y aquel hombre que está allá — señaló a donde se encontraba Roger consiguiendo unas cervezas — es mi esposo.


—Un placer Zara. Pues si es así, ¡hay que celebrar! ¡Vengan, siéntese en nuestra mesa conmigo y mis amigos! 


Y así fue como empezó mi pesadilla.


Zara, que me tenía sujeta por los hombros, comenzó a empujarme sin importarle mis renuencias. Roger se unió y acabé convencida por el hombre, es un encanto.
Al llegar a su mesa, comprobé que a sus amigos, ya los conocía. Eran los dos mellizos rubios que parecían robados de la portada de una revista de modelos guapos y sexis. Ah, y había otra chica de cabello oscuro que me dedicó una sonrisa venenosa. OK. Luego de las presentaciones y los saludos, nos sentamos con ellos (porque tres sillas más cayeron del cielo). Por alguna misteriosa razón, yo quedé al lado de Elliot y la Sta. Sonrisa Venenosa al frente de mí. Sin duda, no le hacía gracia que le robara su pareja. En mi defensa, ¡no me dejaron opción para elegir nada!


—¿Te han gustado mis regalos?
Preguntó el señorito a mi lado. Suspiro. Cómo olvidar todas las rosas que no había parado de enviar a mi trabajo ¡de todos los venerados colores!... Admito que había un color de rosas que se me hacía peculiar, pero eso jamás se lo diría, ¡ni en chiste!


—Sí, todas tus rosas con brillos dorados las he donado al restaurante para preservación de la salubridad de mi casa y el cuidado del planeta al usarlas con moderación.


Sonrió, ¿le causó gracia mi comentario?
—¿Y los chocolates?


—Se los di a mi mascota.


—¿Es un perro? A ellos no se les puede dar chocolates porque les hace daño.


—Es un gato.


—Tampoco se puede.


Ya cierra la boca Celeste.


—¡Pues los boté!


—¿Cómo?


Me miró con la boca abierta y ampliando mucho los ojos.


—¿Anulaste nuestro trato? ¡Entonces debería ir a buscar al chico!
Suspiré apesadumbrada y soplé haciendo volar uno de los mechones sobre mi frente.


—¡Está bien! — expresé frustrada — ¡No los tiré, aún los conservo! ¿Contento?


Me levanté del asiento con aridez y Elliot me siguió.
—Espera...


Se colocó frente a mí, interponiéndose en mi camino.
—¡Demonios! ¡Déjame en paz!


Intenté rodearlo. Caminé...
—No puedo — susurró, atormentado.


Un paso.


Oírlo me desconcertó completamente, me desarmó. Es como si se hubiera cernido una especie de neblina entre nosotros dos, aislando el sonido, la gente, las miradas curiosas... solo podía mirarlo confundida.
Sus intensos orbes azules se miraban expectantes, alucinantes... suplicantes. Una música suave empezó a sonar y él extendió su mano hacia mí.


—Baila conmigo, ¿sí?


En mi mente se activó una alarma: estaba en peligro. Recordé todo, desde el día que lo conocí hasta lo ocurrido en estos últimos días. Sentí como si me estuviera inmiscuyendo en terreno peligroso. Como lavas movedizas de las que no podría salir. Porque debía ser sincera, estaba cayendo — lentamente, pero cayendo — y me daba miedo.




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