La vida en una canción [editando]

15


¿Cómo calmar un ataque de pánico? En proceso...
Celeste
🍴

     Tararear una canción no era asaz. ¡No ayudaba! Los nervios me consumían. Caminaba de un lado a otro sin detenerme. Los pensamientos incoherentes se aglomeraban como celajes que oscurecían mi juicio.


—Cálmate niña — me aquietó Roger.


Calmarme... ¡¿CALMARME?!
¡¿Cómo demonios iba a calmarme?! No podía calmarme... y mucho menos después de haber pronunciado esas dos condenadas palabras: DE ACUERDO. Roger y Zara se habían quedado conmigo al venir a traerme. Pensaban que en cualquier momento sufriría un soponcio y tendrían que llevarme corriendo al hospital más cercano con la presión alta. ¿Cómo culparlos si yo tenía la misma sensación?


Sus grandísimas caras de guasa y pícaras que no eran para nada disimuladas me dejaron ver lo nefastas que fueron mis acciones al no meditarlas antes. Me senté con calma a tomarme el té de toronjil que mi madre me preparaba cada vez que tenía prensado los nervios. Nada aseguraba que funcionara, pero debía intentarlo. Puse la cara más neutra que alcanzaba y suspiré.


—Ya me siento mejor, gracias por su preocupación. Deberían irse a casa antes de que se les haga más tarde.


—¿Segura que te sientes mejor? — preguntó un Roger preocupado.


—Así es — afirmé.
Roger no parecía muy de acuerdo.


—De acuerdo, si necesitas algo, solo llama — habló Zara halando al cariñoso fortachón por la camisa y arrastrándolo fuera de casa.


No pude ni levantarme para abrirles la puerta o para despedirme. Solo me quedé allí, sumergida en mis pensamientos, hasta escuchar el click de la puerta al cerrar. Feoso se me acercó debajo de la mesa y lo miré hasta que saltó a mis piernas acurrucándose.


«Salir adelante»


Debía salir adelante. ¿Era tan malo haberle dicho que sí? No tuvimos el comienzo de un cuento de hadas, fue un antónimo. Pero, ¿había algo de malo en darnos la oportunidad?


Tiemblo.
Lloro.
Estoy confundida, ¿qué es esto? Hay una chica sentada sobre mi novio y están intercambiando ADN. Lo único que puedo hacer es mirar. Los huesos se me han helado y soy incapaz de pronunciar un ruido como mínimo.
—¿Ya le dijiste a esa otra?
—Aun no, le diré después.
Lágrimas se desparraman, me derrumban. Mis extremidades se debilitan, se congelan, no encuentro salida ni encuentro forma de moverme. Él le hace cosquillas y ambos ríen. Un llanto se escapa de mi garganta y tapo mi boca demasiado tarde, los sorprendidos ya han deparado en mi presencia. Salgo de allí lo más rápido que puedo.
¡No podía ser cierto! ¡No podía ser cierto!
Lo repetí tantas veces que podía decirlo sin pensarlo. Corrí sin rumbo hasta que me tomaron bruscamente del brazo. Era él, Steve, estaba rojo por la carrera y tenía el cabello oscuro revuelto.
Celeste, lo siento, iba a...
—¡Cállate!
—No, escúchame...
—¡No quiero escucharte ni hoy ni jamás! ¡Con lo que ví fue suficiente!
Traté de zafarme de su afiance, pero fue imposible, sus dedos marcaban mi brazo dejando pequeñas marcas rojas que ardían igual que los hierros que había dejado en mi corazón como una marca recordatoria.
Escúchame, necesito decirlo...
—¡QUE NO QUIERO OÍRTE! — me retorcí intentando liberarme — ¡DEJAME EN PAZ!
—¡NO HASTA QUE ME ESCUCHES! — gritó.
Nunca me había gritado, por lo que me paralicé al instante.
—Verás Celeste, yo solo necesitaba tu ayuda para ingresar a este país. Estaba restringido y si te casabas conmigo me darían luz verde. Nunca has cometido una infracción así que puedes pasar libremente. Viendo el lado bueno, no fue necesario casarnos. Tengo un amigo aquí que es abogado. Por eso, solo bastó con que estuviésemos prometidos. Pero planeaba decírtelo — no me soltó, se rascó la nuca incómodo —. Será mejor que cada quien siga su camino.
Intenté, con todas mis fuerzas, mantener la compostura. Fingí que no temblaba de miedo, fingí que no me dolía el corazón por lo que me había hecho, fingí que no me temblaban los labios y que no había lágrimas desesperadas en mis ojos... Y me erguí frente a él aún sujeta por su penetrante agarre.
—De acuerdo, solo preguntaré una última cosa y deberás ser completamente sincero, porque me lo debes — inhalé y exhalé — ¿Alguna vez me quisiste?
Sus ojos me escudriñaron y pude leer la respuesta antes de que la expulsara como una bomba por la boca.
—No — un golpe directo al estómago —. Nunca — un golpe directo al corazón.
Asentí tragando todo el dolor intangible que me había infringido.
—Bien.
De un tirón me solté de su nudo y le di la espalda para alejarme.
Espera — esperé sin girarme —. Este es el dinero que iba a darte para que alquiles un sitio donde puedas vivir y mantenerte hasta que encuentres trabajo.
Lo miré sobre mi hombro, tenía un fajo de billetes en la mano extendida. Negué con la cabeza.
Quédatelo. No lo necesito.
Caminé. Cada paso era como caminar sobre espinas. Sobre brasas. Ardían. Quería gritar y llorar. Quería tirarme al suelo y hacerme un ovillo. ¿Todo qué había sido? ¿Una mentira? ¿Había vivido con patrañas?


Limpié mis mejillas húmedas.


Los desgastados vendajes se deshacen. Las heridas amenazan con abrirse. El felino en mi regazo maúlla y levanta sus patitas mostrando su panza para que le rasque y le haga mimitos. Está tratando de animarme, sonrío. Tomé aire y lo solté con lentitud. Sí lo iba a intentar, debía salir adelante. No era una muñeca de trapo, yo era de hierro, de «vibranium» y podría aguantar y resistir cualquier cosa. Debía dejar atrás el pasado, como la famosa canción de Timón y Pumba: “Hakuna Matata”.




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