Polar no quiere que lo molesten en su cita.
Elliot
🎸
Esta vez la tomé de la mano y la arrastré conmigo. No me había detenido a pensar si un parque en una residencia de personas mayores fuera un buen lugar para citas, ¡caramba!
La parte buena: es que no le había molestado.
Al principio no me gustaba la idea de disfrazarme de un conejo rosa, pero por su reacción y su confesión, había valido la pena. Debía agradecer a Matt por conseguírmelo. Fue muy difícil esquivar a los paparazzis que esperaban fuera de mi hotel para que no me siguieran. Y ahora frenaríamos en un cubículo para cambiarme y buscar la moto que me había dejado estacionada Julie en un lugar seguro.
—¿Donde estamos? — preguntó.
—Casi llegando.
Llegamos al cubículo y me giré hacia ella. Tenía una ceja alzada con una mirada inquisitiva en el rostro y una interrogante sobre su cabeza.
—Solo... espérame aquí un momento.
Solté su mano y me picaron los dedos por la ausencia de su tacto. Sin prestarle mucha atención a mis conmociones, me metí en el cubículo y me quité el disfraz guardándolo en una bolsa. Pasé la capucha gris por mi cabeza para que fuera “teóricamente improbable” que me reconocieran.
Supuestamente. Al salir, le ofrecí una sonrisa y estiré ambos brazos, Celeste me miró de pies a cabeza.
—Mucho mejor — sonrió con una chispa de malicia brillando en sus verdes ojos —. Aunque el conejo rosa era bastante simpático, deberías disfrazarte más a menudo.
Rodé los ojos con siniestra diversión. Es que es tan atrevida que se burla del conejo que le bailó y le regaló un paquete de donas.
—Vamos.
Búscamos la moto resguardada por Hamilton, quién nos hizo una seña a modo de saludo. Le pasé un casco a Celeste, ella lo tomó y alternó la vista entre la moto y yo con susceptibilidad.
—Soy bueno conduciendo motos — aclaré por si a las moscas.
Pero me preocupé cuando descifré lo que pintaba su expresión compungida. Su exnovio también manejaba una moto, y eso le transmitía desconfianza. Qué estúpido soy.
—Si no quieres, no lo haremos. No pasa nada. ¿Te gustaría ir andando?
Celeste asintió paulatinamente más tranquila.
—No la usaremos Hamilton, llévatela, gracias.
—¿Seguro señor?
—Muy seguro.
—A Henry no le gustará que ande a pie.
—Pues no le digas nada.
Tomé a Celeste de la mano y sentí a mi corazón resurgir cuando sus dedos hicieron presión sobre la mía. Le miré y sonreí, tenía el cabello recogido con esos sexis mechones que no encajaban en el agarre de la liga, sus ojos verdes se miraban áureos, tenía las mejillas levemente sonrojadas y la sonrisa más encantadora que haya visto.
¿Se podía ser fuego y hielo simultáneamente? Porque ella podía helarte con una mirada y derretirse con una sonrisa.
Me atusé el casco. Este sería mi disfraz.
—¿Qué haces?
—Es para que no me reconozcan — hablé lo obvio y me di un golpecito en el casco.
Soltó una risita que me sonó a la voz de los mismos ángeles. Era preciosa y se me cortó la respiración.
—Entonces yo también lo usaré — no pude discutírselo porque se lo colocó en un santiamén.
Me sentí frustrado, me gustaba verle el rostro. Solté un bufido y ella rió. Íbamos de la mano — y con nuestros cascos — robándonos las miradas de todos los que nos veían. Era estúpidamente absurdo tratar de no reír y fracasamos en el intento. Por el rabillo del ojo capté una anomalía afortunada en el plan de mi ruta. Nos frenamos y aunque no podía ver su rostro, juraba que tenía una interrogante sobre su cabeza y una ceja alzada. Sonreí.
—¿Qué haremos aquí?
—Ya verás.
Abrí la puerta haciendo sonar la campanilla, sin embargo, no pude avanzar mucho porque una chica con aspecto de niña y de mirada fría me lo impidió.
—Para entrar debe quitarse el casco.
Observé a Celeste encogerse y quitarse el casco, una vez que se lo ha quitado completamente, me dió ánimos con la mirada para que yo haga lo mismo. Esto podría arruinarnos el día furtivo. Miré a mi alrededor y al no ver muros en la costa, me zafo el casco y la niña no hace mención de conocerme, así que tomo la mano de Celeste (porque, por Dios, tenía que aprovechar y no soltarla) y la arrastro por el pasillo donde los peluches habían llamado mi atención.
Celeste soltó una carcajada al observar el motivo de mi justificación para entrar en esta tienda.
—Te pasas, eh. El hecho de que los hayas visto en mi brasier, no comprueba que me gusten.
—¿Y no te gustan? — frunció la boca, sí que le gustaban — ¿Cuál es tu oso favorito?
—Pero si ya te dije que no me gustan.
Rodé los ojos, su modo negación ha sido activado. Inclusive así, no puede negar el brillo especial que tienen sus ojos verdes.
—Mi gato.
—¿Qué?
—Le pongo caricaturas a mi gato, y esa es su favorita.
La miré durante un incontable periodo de tiempo esperando que echara a reír y gritara: ¡Es broma, zopenco! Y al ver que no lo hacía, no pude contenerme. Me empecé a palmear las rodillas mientras carcajeaba fuerte y sin contención. ¡Le ponía caricaturas a su gato! Venga, era la primera vez que escuchaba algo como eso. Celeste infló una mejilla, en cambio, yo reía descontroladamente.
—No es gracioso. ¡Es la verdad, le gusta!
Reí más.
—En serio, cómo sigas así me molestaré mucho, de verás.
Era un ataque de risa. Si seguía hablando me sería difícil controlarme. Fue gratificante ver cómo su expresión se relajaba, giraba los ojos con fastidio y comenzaba a reírse.
—Me gusta Polar — confesó al fin, subí una de mis cejas con pillería y ella hizo un coqueto movimiento de hombros —. Tiene una personalidad divertida, es serio, de pocas palabras y es observador.