La vida en una canción [editando]

19


Dos fugitivos y una inadvertida sorpresa fueron al campo un día...
Celeste
🍴

     Miré más allá de su hombro. Había un hombre con una gorra azul y llevaba una cámara. Con estupefacción noté cómo discretamente tomó unas cuantas fotos de nosotros. Hice una mueca, a Elliot no le gustaría.
—¿Qué sucede?


Preguntó al salir de su trance y al mirar mi — estoy cien por ciento segura — cara de espanto.


—No te alarmes pero... creo que nos descubrieron — se iba a girar siguiendo la trayectoria de mi mirada, no lo permití — ¡No voltees! — me miró de nuevo y alzó una fina ceja inquisidora —. Es un hombre con una videocámara.


—¿Está muy cerca?


—No tanto.


—Muy bien — Elliot miró a todos lados escrutando una vía de escape —. Nos iremos por las puertas de emergencia.


—¡¿Las puertas de emergencia?!


—No grites — siseó bajando la voz y mesándose el cabello.


—Lo siento.


—Rayos. Es la única forma. Pueden haber más esperándonos afuera.


—De acuerdo — ratifiqué con ahínco —. Será por las puertas de emergencia.


—¿Lista? — me ofreció la mano que no dudé en tomar, me hacía sentir tranquila —. Ya.
Rompimos a correr y sonreí sobre la marcha, miré detrás de mí, el hombre venía pisándonos los talones a la vez que hablaba con alguien por teléfono.


«Problemas» canturrié en mi mente.


Elliot abrió las puertas y comenzamos a bajar las escaleras. Aprendí que escaleras y trotar no era la mejor de las combinaciones, era un alivio haber estado haciendo ejercicio. De no ser así, aquí dejaría los pulmones, los dientes si me caigo y la vida para exagerar. Salimos y la luz me cegó un pelín, esperé a que mi vista se acostumbrara y observé a Elliot poniéndose el casco. Tomé los peluches y los sujeté para ayudarle. Un gentilicio de quince personas equipados con vídeocámaras pasaron corriendo frente a nosotros. Percibí la tensión en la postura de Elliot al quedarse muy quieto, básicamente sin respirar. Una vez que se perdieron a lo desconocido, empezamos a reír. Pero no sobrevivimos, el hombre de la gorra ya nos había detallado.
—¡Allá están!


—Oh, oh — murmuré.


—Eso es quedarse corto — Elliot me tomó de la mano —. Vámonos.
Entramos por un callejón para ocultarnos. Sentía el corazón paralizarse y las piernas desfallecer, y encima de todo, ¡la adrenalina era increíble! No podía dejar de sonreír como tonta. Era una experiencia absolutamente nueva para mí. Nos ocultábamos detrás de un lúgubre murallón y oímos los pasos apresurados de los paparazzis hablando que nos habían visto cruzar la calle o tomar el transporte público. El cuerpo de Elliot se convirtió en una pared de protección, al mismo tiempo, respirábamos apresuradamente. Miré su perfil cuando elevó la cabeza para observar que ya no estuviéramos siendo perseguidos. Sus delicados labios rosas estaban ligeramente abiertos, su vista recayó en mí y nuestros alientos se unieron. Mi corazón se precipitó y una lluvia de bichitos voló en mi estómago. Suspiré cuando intuí que había dejado de respirar con normalidad. Los engranajes de mi mente comenzaron a trabajar más lento y a trabarse. Tragué grueso bajo la intensidad de su mirada. Sus manos estaban a cada lado de mi cabeza y me sentía arrinconada.
—¿C-cuál es... l-la siguiente p-parada? — balbuceos incomprensibles logré articular para aligerar el ambiente.


Elliot sonrió con suficiencia mostrando sus perfectos dientes blancos y se acercó más a mí lentamente mirándome a los ojos, nuestras narices estaban próximas a chocar y al sentir su cálido aliento sobre mis labios entreabiertos, cerré los ojos. Luego lo escuché murmurar en mi oído:
—A un lugar que te va a encantar — se reincorporó y me miró con una expresión equivalente a la de un pillo rufián —. Prosigamos.


Debía hacer que lo arrestaran por intento de asesinato, casi me infarto hace un momento. Caminamos con más tranquilidad tomados de la mano, las personas parecían más interesadas en lo que hacían que estar intentando pillar en las calles de Nashville a la estrella de la música del momento. Era mucho más fácil andar al estar rodeados por mucha gente... los puestos ambulantes, el ruido de los coches, las sibilinas conversaciones de la multitud... Por otro lado, sentía las piernas de chicle por la cercanía de Elliot en el callejón. Frené y apreté su mano para detenerlo cuando miré gafas para el sol en un puesto, él me miró intrigado. Saqué diez dólares y compré una. Pasé la capucha gris sobre su cabeza que había caído por la carrera y le puse las gafas negras y redondas. Reí al mirarlo. 
—Pareces una ardilla disfrazada — comenté riendo, puso los ojos en blanco.


—Vaya, me siento gratamente halagado — ironizó.


—Las ardillas son lindas — contraataqué solaz.


—Entonces... admites que soy lindo — hizo un bailecito con las cejas.


—Para qué decirlo, si ya lo sabes...


—Cuando tú me lo dices crece más mi ego.


Hinchó el pecho y yo rodé los ojos.
—Arruinas el momento.
Elliot se carcajeó y después de caminar unos diez minutos, nos encontramos frente al Hotel Indigo Nashville. Bajamos con cuidado y caminamos hacia las puertas traseras. En realidad, antes de poder dar un paso adentro, me detuve y me solté de Elliot. Esto era otro nivel. Aún no... no podía. Tenía... miedo.


—¿Qué sucede? — preguntó al ver que lo le seguía.
Negué con la cabeza. No podía creer que, después de todo, me trajera a un lugar asi. No podía. ¿Todos los hombres eran exactamente iguales?


—Si no me lo dices Celeste, no puedo saberlo — acortó la distancia entre nosotros y con una dulzura que casi me hace llorar, murmuró —: no soy brujo.


—¿P-por qué... me has traído a tu hotel? — Elliot levantó una ceja y su mirada se volvió fría —. No puedo, yo no... no...
Los mecanismos de funcionamiento de su cerebro comprendieron poco a poco el quid de la cuestión a la que quería llegar, y el cambio operado en su expresión fue de cuento. Sus cejas casi se juntaron con el inicio de su cuero cabelludo, posteriormente se arrugaron como si hubiera chupado un limón, y por último, me miró debatiendo sus próximas palabras, aquellas que definirían lo que sucedería después.
Meneó la cabeza de un lado a otro y me dió un repaso con la mirada desplegando una sonrisa ladina muy pícara, de esas miradas que te escanean llegando hasta el alma, pero no te hacen sentir mal, no te hacen sentir insegura. De hecho, mis temores desaparecieron. Me hizo sentir nerviosa, deseada y sobre todo, cómo una flor a la que debía cuidar. A continuación, la certeza que demostró me convenció de que eso jamás había pasado por su mente... y le creí.




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