¿Cómo saber si puedes amar, cuando nadie te lo enseñó?
Elliot
🎸
—Disculpe, no puede pasar si no tiene autorización.
Me giré al escuchar el alboroto. Austin estaba tratando de detener, con toda manifestación y educación que se le permitía, a la persona que quería irrumpir a esta zona libre de fans. Brian se acercó a mí con una mirada de disculpa.
—Si quiere un autógrafo, dile que en este momento me encuentro ocupado — dije calmadamente.
Brian iba a responder pero no le dió tiempo de hacerlo, alguien entró y descubrí quién era la persona que violaba nuestra privacidad.
Me tensé al instante y olvidé todo. Solo podía ver a la mujer alta y soberbia que venía caminando hacia mí con su ropa cara de Praga y el cabello perfectamente peinado y teñido de rubio. No aparentaba la edad que realmente tenía, parecía una Barbie a fuerza de cosméticos.
—Hola Elliot — saludó con voz cantarina.
Mi gesto se descompuso.
Yo... yo creí que la odiaba. Ahora estaba frente a mí y me había quedado en blanco. Estaba totalmente confundido, me había quedado sin palabras y el gesto de mi madre no era frío, menos afectuoso. No había nada allí, solo era un cascarón vacío. Ella me había tomado desprevenido y no creí que tuviera el atrevimiento de mirarme directamente a la cara como ella lo estaba haciendo. Yo imagino que el rol de madre les da cierto poder a las mujeres y las hacía sentir confiadas y seguras, de esa forma pude recordar el sentimiento que dejó en mí cuando se marchó sin mediar palabra. No recuerdo ni la última vez que me dedicó un cariño de madre, mi memoria se extinguió, debía de ser un bebé si es que ya no me odiaba para ese entonces.
No se lo merecía.
Ella no se merecía nada de mí.
Yo no era su hijo, dejé de serlo cuando me abandonó, si hubiera estado solo habría muerto de hambre. Pero estaba con papá, con todo y eso, salir adelante fue difícil. Porque ella también le había infringido mucho dolor. Y con esos pensamientos la enfrenté.
—¿Qué haces aquí? — espeté.
—Vine a verte.
Me equivoqué.
Tragué grueso, odiarla con toda mi alma es lo que más deseaba y, verme aquí, luchando por contenerme, por mantener una expresión dura y fría cuando ha dicho esas tres palabras. Porque la expresión afligida y turbada era la que pugnaba por salir. Quería romper a llorar como un niño halándome los cabellos y preguntándole porqué se había ido y no se había despedido.
No podía.
Ella misma era su impedimento para dejarme avanzar. Su mirada altanera me decían que presentarse aquí, solo la beneficiaría a ella. Me erguí y la miré con la más pura rabia que logré concentrar. La furia contenido desde que era un niño... y la melodía que resonaba en mi cabeza eran las palabras de burla sobre “el huérfano” y “el abandonado”, se escuchaban como ladridos en una sinfonía, dañándola, dañándome.
Ella me había dañado.
—Ya me viste — mencioné con voz dura, alcé la mano y señalé hacia la puerta —, ahora vete.
—Elliot — gimió.
No había modo de saber si era en serio o solo fingía el dolor. ¿Cómo saberlo? A esta mujer, yo no la conocía.
—He venido porque he quer...
—¿Está mal de los oídos? — pregunté bajito, conteniéndome — ¡He dicho que se vaya!
Unas lágrimas se deslizaron por su pulida y rosada mejilla de porcelana. Debía sentirme como el más grande de los miserables por tratar a mi madre así. No me lo parecía. Empero, no me sentía bien, pero sí sentí un friíto recorrerme el cuerpo. De una forma, admito, retorcida, deseaba que sufriera...
—Lyle, saca a esta señora de aquí. No la conozco — siseé mirándola a los ojos.
Ella soltó otras lágrimas como modelo de Hollywood, no la vi, me di la vuelta cuando se la llevaron. No me interesaba ver sus lágrimas de cocodrilo, porque yo también lloré, y si esto fuera una reñida competencia, fácil pude haber ganado yo y con ventaja. Todas esas noches en las que me hallaba perdido, sin identidad... sin madre. Unas noches me preguntaba si había sido un mal hijo y asumía la culpa, otras me consumía no saber porqué se fue y si yo pude haber hecho algo para impedirlo.
Así que no me importó.
Apreté los puños y la mandíbula.
Refrenándome.
Mi vista se volvió roja, la sangre se convirtió en un hervidero. Estaba hecho un huracán a punto de hacer erupción. Era la bala explosiva a punto de impactar. Un microchip con instinto asesino se había activado. Quería destruir y destruirme, quería hacer daño y dañarme. Porque merecía sufrir. De nada me servía ser cantante y millonario porque era igual que ella, aunque lo negara. De hecho, mientras más lo negaba más me igualaba, más me parecía a ella. Dándole importancia a las apariencias. Había olvidado quién era... Elliot Jones solo podía confiar en el dinero.
A fin de cuentas, solo queda confiar en el dinero porque el mundo ya ni corazón conserva.
Quería tomar hasta perder los sentidos, conducir hasta que me perdiera, olvidar hasta que olvidara... quería... quería... ¿Qué narices quería?
—Todo va a estar bien.
Un abrazo me había tomado por sorpresa.
Su cuerpo, tan pequeño y tan frágil, fue el que me sujetó para no desmoronarme. Desactivó las alarmas suicidas, las que me habían hecho olvidar incluso que ella estaba aquí presenciando todo. Me sentí tan fatal, tan basura e irremediable, que no pude corresponder a su abrazo. ¿Qué sucedía si pensaba que yo era una mala persona? Porque no podría refutar, no tenía bases sólidas para afirmar lo contrario. Yo no la merecía.
Todo este tiempo fingiendo que era mía y lo que puedo es traerle destrucción a su alma tan pura. Viviendo en ilusiones y cuentos de hadas. Había sido tan tonto al huírle a mi pasado, cuando no había forma para mí de avanzar... Estaba atrapado. ¿De verdad creí que podía salir adelante tan fácilmente?