La vida en una canción [editando]

26


¿Sabes lo que es arrepentirse?
Elliot
🎸

     Llegué a casa después de dejar a Celeste en la residencia y decirle que hablaría con Julie para que la ayudara con su atuendo para el aniversario de Matt. Había decidido no volver al hotel, total, todos estarían allá. No había nada de qué preocuparse.


Por lo que, rodando horas, vine a East Chester. Me quedaría con papá y Vicki. Les había puesto al tanto al finalizar el concierto. Al entrar, todo estaba silencioso; debían ser las cuatro de la mañana. Y estaba muerto de sueño. Con resonancia dejé las llaves en la vidriera cerca del umbral y me quité la chaqueta para guindarla en el perchero. Sin embargo, me había equivocado, no todos estaban dormidos. La luz de la lamparita me alertó y asomé la cabeza hacia el recibidor. Papá se incorporaba de lo que parecía una incómoda siesta en el sofá. Tenía los cabellos encrespados y la camisa arrugada como si la hubiera sacado de una botella. 


—Papá, ¿qué haces despierto?


Suspiró al tanto que se mesaba el pelo y se estrujaba la cara.
—Al fin llegas.


—Espera — arrugué las cejas —, ¿estabas esperándome?


—No sabía a qué hora llegabas, y quería que tuvieras tiempo con Celeste, pero sucedió algo y decidí acostarme aquí para pillarte en cuanto llegaras.


—¿Por qué? ¿Sucedió algo?
Papá me miró por un lapso de tiempo indeterminado. La previa antes de un notición siempre me ponía ansioso y exasperado. Que papá no me dijera qué había pasado empezaba a preocuparme.


—Papá, ya dime qué sucede — insistí.
Pero no me esperaba la granada que estalló en mi cara.


—Tu madre se contactó conmigo.


Y eso me bastó para tratar de tomar todo el aire que mis pulmones remanentes podían inhalar. Pude hacer el examen detallado que había pasado por alto en un principio: papá tenía ojeras oscuras bajo los ojos, el rostro abatido y una apariencia desecha. Mi expresión debió volverse tan turbia, o peor, que la de mi padre. Caminé para sentarme en a su lado en el sillón y suspiré, quizá, de esa forma, pudiera librar y ganar la batalla en mis pensamientos. Mi padre se llevó las manos a la cabeza con gesto desesperado, inquieto.


—¿Y Vicki? — de pronto, sentí mucho enojo —. No me digas que...


En su cara se reflejó la molestia por lo que había dado a entender. No podía ser que papá haya tenido una pelea con Vicki por mi madre.


—Claro que no — negó fastidiado —. Solo fue a dormir alegando que debíamos hablar urgentemente.


Me levanté del sofá, él cómodo y vetusto sofá decorado con las sábanas del hogar.
—No hay nada de qué hablar.


—Elliot...


—No. ¿De qué hablaríamos? ¿De qué quiere hablarme ella? ¿Cree que puede venir cuando se le pegue la gana y hacer como si no hubiese pasado nada? ¡¿Como si nunca nos hubiese dejado?! Lo siento papá, pero tengo sueño.


Después de eso y a paso apresurado, acudí a la que siempre había sido mi habitación y cerré la puerta con seguro reposando la frente en la madera fría e impávida. No había sido necesario, papá no me molestaría, lo sabía. Pero hacerlo así me brindaba cierta calma, era simbólico... Si cerraba la puerta de mi habitación, nadie fastidiaría mis pesquisas y nada tendría que ver mi madre en el cuadro. Claramente, fallé en mi juego mental psicológico para no pensarla. Mi mente no paraba de rememorar lo que había pasado en el concierto. Las palabras de Celeste hacían eco en mi cabeza, atormentándome.


¿Qué podía hacer?


Hablar con ella estaba denegado. Lo siento, pero no puedes tener una mascota, tratarlo de perros con pulgas, y luego, insistirle en que te ame y cuide. Eso no se hace. Además, difícilmente la mascota respondería. Porque, cuando un perro es maltratado por su amo, o se esconde de su presencia o te muestra los dientes. Por mi parte, mostraría los dientes.


Ansié dormir... No podía.


Deseé pensar tranquilamente... Un martirio.


Intenté cantar... Incongruencias.


No sé a qué hora caí rendido en un profundo sueño, insondable y obscuro. Recuerdo despertar con jaqueca y mediante el radiante brillo del sol que se colaba a través de mi ventana.


2:13 pm era la hora que marcaba el reloj sobre la mesita de noche. No me preocupé demasiado, necesitaba descansar y que mi voz se recuperase. Decidí levantarme, papá estaría trabajando en el taller, por consiguiente, no habría riesgo alguno de encontrarnos y entrar en discusiones nuevamente.


Una pequeña nota estaba sobre la encimera.
Pensaba asomar la nariz en el frigorífico rebuscando algo para calmar el dolor de panza y lo primero con lo que me topaba era esa nota.

Te he dejado preparada lasaña para que comas al levantarte.
Caliéntala en el microondas.
Estoy de compras, vuelvo a eso de las dos y media.

Tenía que ser la madraza de Vicki, suspiré, ¡esta mujer!
Me pregunté por qué no había tenido hijos o si nunca había querido. Ví que eran las dos y pico, seguramente, Vicki estaba por llegar. Después de calentar la comida, me senté en la banqueta a degustarla. Era deliciosa, estaba para chuparse los dedos. Como tenía unos pendientes con la banda y había quedado en ayudar a Matt con los preparativos, llamé a Julie para saber si contaba con su ayuda, no podría pedírselo en persona. La aludida chilló encantada a través de la línea, que incluso Jack — que estaba a la escucha — preguntó si todo andaba bien. ¡Qué efusiva! Por supuesto dijo que sí.
Terminé de comer y levanté el plato para lavarlo, no podía dejarlo sucio. Más por la encantadora nota que estaba pegado en la nevera por un imán como precioso decorativo. Decía:


“Aquí se aplica la ley del gato, cada quien lava su plato”.


Imagino, se debía solo a cuando papá comía sin Vicki estando presente y se le antojaba dejar el plato sin lavar, insinuando que lo haría luego. Porque en el almuerzo, siempre era ella la encargada de tales labores.




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