Largos y extenuantes son los días que no te veo.
Elliot
🎸
Dos días.
Solo eran dos días los que pasaría antes de volver a verla.
Y fueron los dos días más largos de toda mi vida.
Era el último día cuando la banda y yo habíamos estado ensayando sin descanso para nuestra próxima presentación. Teníamos fecha para iniciar una gira, pero aún no la habían anunciado. Miré el reloj, marcaba las 7:32 PM. Me sentía inquieto, quería llamarla, quería escuchar su voz... quería, Dios, quería tantas cosas que la involucraran a ella.
—... cierto Elliot?
—¿Uhm?
—Ya ves, no está prestando atención a nada de lo que dices.
Leroy golpea a Brian y este le dedica una mirada asesina. No me siento culpable al no estar prestándoles ni una pizca de atención, en realidad, soy afortunado por estar cavilando en la chica de mis pensamientos, de mis credos, de mi inspiración, de mis notas musicales.
En una abrir y cerrar de ojos tengo a Austin frente a mí. Tiene una mano en su mentón, un brazo cruzado y me mira inconmovible.
—Sí, acaba de suspirar como un enamorado — afirma a todos a lo que empiezan a aplaudir, son unos guarros —. Lo hemos perdido. Lo siento men.
Me da una palmadita.
—Cállate — gruño —. ¿Tú no estás casado?
Sonríe con perfidia y me recuerda al Guasón.
—Por eso mismo lo digo.
Rodé los ojos. Si he caído o no, ¿eso qué importancia tiene? ¿Acaso estaba mal?
—¿Qué sucede? — preguntó Ester, llevaba el teléfono en la mano y seguro se preguntaba por qué nos habíamos detenido.
Era la manager más responsable que había conocido, y la única. Puntos por lealtad.
—¡Está enamorado! — dramatizó Brian llevándose una mano a la frente y fingiendo desmayarse.
Ágilmente, apareció Leroy acudiendo en su rescate y salvándolo de una caída, ¿o fue planeado? Miré a Ester con fastidio y ella alzó una ceja con una sonrisita dibujándose en sus facciones. Dirigió su atención a Leroy con la interrogante en suspenso y este le explicó.
—Así es. Lo sabemos porque cada vez que intuímos que piensa en ella se desconecta del mundo y se va — con una mano hace una especie de vuelo — a otro universo.
—Y pone unos ojos de corderito guillotinado — menciona Regan sin cambiar de expresión aburrida.
Le hago una mueca levantando una ceja.
—Es degollado, estúpido — le corrige Austin —, ¿todo el mundo se pone así cuando se enamora?
—No hables mucho idiota, así te pones tú cuando Karen viene — se queja Brian.
Entran en una discusión donde tiran la “papa caliente” de un lado a otro y yo me desconecto nuevamente cuando recibo un mensaje.
Celeste: ¿Qué tal?
Me levanté rápido y me apresuré en llegar al balcón.
—Hey, ¿dónde vas hermano? No hemos terminado — avisó Austin, le ignoré categóricamente.
Me tomaría los diez minutos que ellos habían perdido al estar discutiendo por payasadas.
Yo: ¿Puedo llamarte?
La gélida brisa me recibe al abrir las puertas y salir, espero su respuesta. Aparece leído, pero no se ve escribiendo y puedo imaginarla: sonrojándose con un dedo sobre la pantalla sin saber específicamente qué escribir. Así que sin esperar su respuesta, la llamo.
—Eso es trampa — dice apenas contestar —. No me diste tiempo a responder.
Aunque trata de hacerlo sonar a reproche, puedo distinguir lo aliviada que está. Sonrío y miro al horizonte.
Luces es lo que veo en la oscuridad de la noche.
—Quería escucharte — le confieso.
Luces en la oscuridad.
Empiezo a divagar en la letra de una nueva canción que danza en mi cabeza. Ella es como mis luces en la oscuridad. Brilló para mí cuando solo veía negro. Irradió mi mundo cuando se hallaba apagado. Y me iluminó como una linterna cuando creía que todo estaba perdido.
La escucho ponerse nerviosa murmurando cosas sin sentido, curioso. Si ella supiera lo que me hace sentir, no actuaría así. Prácticamente estoy guindando de sus besos — los que aún no le robo —, de sus expresiones — épicas y lindas —, de sus palabras, de sus ojos, de su pelo. De. Su. Todo. La veo cuando no se da cuenta, y creo que aún no está convencida de que es preciosa.
—¿Q-qué haces? — pregunta con voz aguda y afectada.
Y sé en lo que está pensando. Yo tampoco puedo dejar de pensar es eso. En el suspiro que soltó esa noche en la sala de mi cocina cuando la iba a besar, en la manera en que tembló cuando la toqué... es como si supiera que me pertenecía y que me reclamaba por ello.
—Nada realmente, ensayaba con la banda y he querido escucharte, ya sabes, para encontrar la inspiración perdida.
Ella suelta una risita exacerbada que me resulta angelical.
—¿Y te he ayudado en algo?
—Aun no — mentí.
—A ver, ¿de qué forma quieres que te ayude?
—Dime qué hiciste hoy — hago una pausa —. ¿Me extrañaste?
—¿Eso ayuda con tu canción?
—Sí, bueno, también depende mucho de lo que digas. A veces, unas letras son más picantes que otras.
La escuché toser y me reí de ella.
—Así no te voy a ayudar, ¿te estás burlando de mí?
—Así es — continué riendo.
Miré los coches en la autopista. El sonido de la ciudad me envuelve, dándole forma a un cuerpo invisible. Es el cuerpo de una canción.
—Sí — susurró y por un momento, me perdí.
—¿Sí qué?
—Sí te he extrañado.
Se secó mi garganta.
El lucero que no se despega de la luna. Gira a su alrededor sin inmutarse, porque si se va, llora y se parte a la mitad.
—¿T-tú... también me has extrañado?
Tan ingenua. Suspiré, si ella supiera.