El cielo está de cabeza.
Igual que mi vida.
La lluvia sale de la nada sin ninguna gota que indicara lo que venía. El cielo solo se volcó como una cubeta de agua y ahora enormes gotas caen con fuerza contra mí, pero eso no es impedimento para detenerme en mi marcha, al contrario, impulsa aún más mi carrera.
Corro rápido, muy rápido, lo más rápido que mis piernas pueden llevarme, más rápido de lo que permito al aire entrar a mis pulmones, pero sé que igual no importa porque por mucho que me esfuerce no llegaré a tiempo.
De nuevo.
Quizá no debí haber tomado esos dos minutos demás para entregar mi tarea. Ya puestos, tampoco debí gastar lo último que me quedaba para tomar el bus comprando esos folios especiales para poder entregar mi tarea. O solo si tuviera la ayuda de papá en casos como este, así no tendría que correr ocho cuadras enteras para poder llegar a tiempo a recoger a Amy.
Hago una pausa para tomar aire, recomponerme y así poder aparentar una calma que no poseo para nada. Mi pecho se siente pesado y tiemblo por el frío producto de las heladas gotas que resbalan en mi rostro.
Deseaba fervientemente que el dolor por correr borrara mi mente, pero sé que las cosas no funcionan así cuando se vive en un constante infierno.
Miro hacia la carretera y vislumbro la escuela a lo lejos, desde donde estoy se puede notar claramente que está completamente vacía, todo el mundo ya se ha ido como siempre, a excepción de mi hermanita.
El agua chorrea por toda mi ropa, ni siquiera poseo un paraguas, mis zapatos ya desgastados gotean a cada paso y el cansancio del día ya empieza a hacer estragos en mi cuerpo.
Tan pronto Amy me ve acercarme se aleja de la maestra que le hace compañía y corre a mi encuentro. Quiero tomarla en brazos y correr de regreso por donde llegué, pero la maestra me detiene:
—Otra vez tarde —. Le escucho decir por encima del ruido de la lluvia.
Me doy la vuelta, finjo una sonrisa de disculpas y contesto:
—Lo siento, no volverá a ocurrir.
—Ya he escuchado esa misma excusa—. Su aguda mirada penetra en mí y yo me encojo de impotencia —creo que su padre debería hacer algo con respecto a esta situación, esto no puede continuar así. Si ocurre de nuevo me veré obligada a llamar a servicios sociales.
Servicios Sociales.
Esa simple frase me asusta completamente. Para ser sincera me ha estado asustando por más de año y medio.
—Hablaré con papá. Le prometo que no volverá a ocurrir, lo siento. —digo apresuradamente.
Nunca he funcionado bien bajo presión, así que mi respuesta sale más como un susurro que otra cosa.
Tomo a Amy de la mano y empezamos a correr en dirección a casa sin esperar ninguna otra respuesta.
Mi pequeña hermana está tan acostumbrada a este tipo de situaciones que en ningún momento abre la boca para quejarse por mi retraso, la advertencia de la maestra, o si al caso vamos, por la misma lluvia que nos está empapando hasta lo más hondo.
En ocasiones me sorprendo de lo madura que parece a su corta edad. Durante un tiempo traté de aparentar ante ella una normalidad que no tenemos, fingí que no estábamos solas, pero si lo estamos, Amy y yo.
Al menos por el momento.
Y por ella haré lo que sea que tenga que hacer, haré todo lo necesario para que no nos separen, sin embargo, aunque ya no finjo frente a Amy, frente todos los demás debo conseguir que todo sea tan normal como sea posible.
Fingir.
Seguir Fingiendo. Porque las cosas no pueden estar más lejos de la normalidad. La normalidad se fue con mi madre.
Hacemos el camino a casa en completo silencio y puedo decir que algo le molesta. Las ruedas de su pequeña cabeza están dando vueltas mientras hacen algo complejo.
Me gustaría pinchar a Amy, descubrir por qué no hace preguntas ¿Sabe en su interior que esto tenía que pasar? ¿Qué la noche que vino la policía solo fue el principio y que esta es la necesaria e inevitable conclusión?
A veces uno sabe cosas.
Para cuando llegamos a nuestra calle la lluvia ya ha cesado por completo, saludo a cualquiera que se tope con nosotras fingiendo una sonrisa a la vez que esquivo a cualquier otro que pudiese tener el descaro de preguntarme por qué hace tanto que no ven a mi padre.
Fingir normalidad.
Cuando llegamos a casa completamente empapadas corro a cambiarme de ropa para volver a salir a cubrir mi turno de noche en la cafetería en la cual trabajo.
Me miro en el espejo del baño y lo primero que noto son las inmensas bolsas debajo de mis ojos, la piel opaca porque no estoy comiendo bien y un tic en el ojo derecho que me está molestando desde hace días.
—Puedo con esto. Por Amy. Por Abril. —Constantemente repito mi mantra, siento que de alguna manera me ayuda a sobrellevar todo esto.
De regreso a la sala veo a Amy empezar a prepararse algo para comer, lo que me recuerda que ya casi nos estamos quedando sin comida, quizás ya sea hora de volver al frasco de propinas para hacer unas compras.
No hay rastros de papá en toda la casa, por lo menos no fuera de su habitación. No por primera vez me pregunto qué haría si despierta y ya no nos encuentra, no es que tengamos un lugar al que ir, pero solo el pensamiento de alejarnos de toda esta situación me reconforta un poco.
Me pregunto si nos extrañará, si nos buscará, si querrá cambiar cuando por fin se dé cuenta del daño tan grande que ha provocado en sus hijas durante el último año y medio.
—Alex tengo algo que decirte, pero no te vayas a enojar. —La vocecita triste de Amy me saca de mis cavilaciones. Parece lista para decir lo que tanto le ha estado molestando.
— ¿Y qué podrías decir que me moleste princesa? —Contesto intentando sonar alegre, en ese tono que de tanto fingir ya me sale casi natural.
—Papá volvió a tomar el dinero de tus propinas —. Dice mi pequeña hermana mientras se retuerce los dedos con el borde de su camiseta, un gesto bastante característico en ella cuando está preocupada por algo.