Cada vez que miro alrededor del lugar al que llamamos hogar siento lo mismo.
Todas nuestras pertenencias y cosas están allí igual que siempre, pero de alguna forma o por alguna razón todo se siente distinto. Aunque no hemos movido un solo objeto de lugar todo se ve simple, aburrido y sin vida.
Podríamos mudarnos a un sitio más pequeño, sobre todo ahora que todo está tan mal en tantos sentidos y que necesitamos el dinero. Pero no creo estar preparada para dejar la casa y todos los recuerdos de todo lo que debería haber sido en lugar de lo que es.
Es como si la alegría se marchó con nuestra madre.
Pero en el fondo sé que no es que la casa se siente sin vida, simplemente yo no me siento como la vieja yo. En realidad parece justo considerando que en estos días yo también estoy sin vida.
Sé que nunca volveré a ser la misma y lo único que puedo hacer para, al menos, pretender estar normal es mantenerme tan ocupada que no tenga tiempo para pensar en otra cosa. Algo que estoy logrando a la perfección con el trabajo, las prácticas y el cuidado de las niñas.
Quizá solo estoy complicándome yo misma. Quizá lo único que debo hacer es dejar los estudios y buscar un trabajo de verdad que me ayude a mí y a mis hermanas de la forma en que lo necesitamos.
Papá ya demostró que no hará nada así que debo hacerlo yo, y eso se vuelve cada vez más evidente, como cuando veo a mi hermana batallar para no pedir nada a pesar de necesitar mucho.
La observo sobresalir entres sus compañeros a medida que nos acercamos al colegio, es la niña de ropa desgastada y con el bolso remendado, ya que aún no he tenido tiempo de comprarle uno nuevo.
Siento a mi corazón apretarse en un puño ante esa vista y respiro hondo para tratar de deshacerlo.
Estas son las cosas de las que mi madre se encargaba cuando nadie se daba cuenta.
Ahora me doy cuenta. Me doy cuenta que no está.
Aunque hago todo lo que se supone mi madre haría solo estoy fingiendo. Y aun así, cuando me despido de Amy con un beso en su cabecita, entra contenta al colegio. Eso tiene que contar ¿no?
Después de despedirme de ella comienzo a cruzar la acera hacia la cafetería ubicada al otro lado de la calle a buscar una taza de café antes de correr en dirección a la universidad.
—Así que nos volvemos a encontrar —dice una voz familiar detrás de mí. A pesar de estar bastante segura de que no es a mí a quien hablan, me giro a mirar quién es, porque suena terriblemente cerca.
Es entonces cuando veo a Eider detrás de mí con una sonrisa torcida y con sus manos en los bolsillos delanteros de sus jeans.
¿Es que este chico me está siguiendo?
No puedo evitar sentirme un poco extraña por el hecho de que nunca antes lo había visto en otro lugar que no fuera la cafetería.
— ¿No vas a decir hola? —pregunta un animado Eider.
—Uumm sí, hola —murmuro nerviosamente cuando me doy cuenta de que estoy parada en medio de la calle.
No hay tráfico, pero igual estoy algo nerviosa. Rápidamente camino al otro lado muy consciente del hecho de que Eider ya no camina detrás de mí, sino que ahora está justo a mi lado.
— ¿Te diriges a clases? —pregunta de modo alegre.
—Sí.
— ¿Sabes que la universidad está del otro lado? —Me dice señalando al lado contrario a donde nos dirigimos.
—Sí.
— ¿No estás muy habladora hoy? —ríe.
Llegamos a la cafetería y mantiene abierta la puerta de esta lo suficientemente amplia como para que yo pueda atravesarla, pero sin espacio adicional, así que me veo obligada a rozarme contra él cuando entro en el edificio
—Las damas primero —Dice en medio de una amplia sonrisa.
Una fresca oleada de aire me saluda, causando un escalofrío que recorre mi columna vertebral.
Al menos estoy culpando al aire acondicionado y no a la forma en que Eider huele deliciosamente a limpio y a algo cítrico y masculino.
Me obligo a contener la respiración para no estar tentada de inhalar más profundamente y me odio a mí misma por tener estos pensamientos.
¿Cómo es que puede afectarme tan fácilmente?
— ¿Alexia? —Su suave voz atraviesa mis pensamientos—. ¿Estás bien?
—Lo siento, mmm, distraída. ¿Qué estabas diciendo? —murmuro un poco avergonzada.
—Te preguntaba si quieres tomar algo conmigo. —su expresión alegre ahora reemplazada por una pensativa.
—Lo siento, pero tengo una clase importante así que no puedo quedarme.
—Derribado nuevamente —se burla con recelo. O tal vez en verdad está receloso. No puedo imaginar que sea rechazado muy a menudo—. Me estás matando, pequeña.
Hago como que no escucho eso último, pido mi café y salgo apresuradamente de la cafetería seguida por un insistente Eider.
—Si quieres te doy un aventón hasta tu facultad. —aunque sé que su ofrecimiento es sincero, no está esperando que yo acepte de verdad.
—No, está bien. No es…
—Lejos. Sí. Lo sé. —Termina con un tono de derrota—. Te veo luego.
Se despide y empieza a caminar de regreso a la cafetería sin insistir como normalmente lo haría.
Quizás es ese el motivo por el cual las siguientes palabras salen de mi boca. O simplemente es porque soy una estúpida.
Y yo apuesto más a la segunda opción la verdad.
—Esta noche— Me escucho decir y veo a Eider detenerse en seco y girarse lentamente. Carraspeo un poco y luego continúo. —Si pasas esta noche por la cafetería, podrás llevarme a casa.
No me permito pensar mucho en la inmensa sonrisa que veo instalarse en su rostro, simplemente me doy la vuelta y corro lo más deprisa que puedo a mi clase, porque realmente ya voy bastante tarde.
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Esta noche la cafetería ha estado sorprendentemente llena durante todo mi turno y para el momento en que es la hora de cerrar ya estoy realmente agotada, tanto que la sola idea de caminar incluso la corta distancia a casa después de un día de clases y trabajo es desalentadora.