Son las cuatro de la mañana. Mi estómago está digiriendo la pizza que tomé para cenar. Evidentemente no puedo conciliar el sueño.
Estoy sentada en la cocina con una pila de papeles en la mano derecha. De entre esos papeles, muchos contienen números.
Facturas. Agua, luz, gas, las medicinas y el hospital donde se encuentra Abril, el transporte de Amy. El teléfono. Esa también debo pagarla, ya que tuve que vender mi celular por lo menos debo mantener el de la casa. Necesitamos comida y Amy necesita ropa nueva. Y yo también por cierto. Aunque sé que comprarme ropa es un <<nunca pasará>>.
Mi mano derecha empieza a temblar.
En la mano izquierda tengo el frasco donde suelo guardar mis propinas.
Un vacío frasco de propinas.
Lo hizo de nuevo, a pesar de que me esforcé en ocultarlo bien esta vez.
Mis días últimamente son una auténtica locura, a veces no entiendo como logro llevar la casa, las clases, las prácticas, el trabajo y las chicas, todo al mismo tiempo. Cada día es más difícil que el anterior. Sabía que las cosas estarían difíciles, pero creo que no estaba preparara para descubrir cuánto.
Y a él de repente solo se le ocurre tomar el dinero que con tanto esfuerzo logro reunir.
Mi padre no es malvado, sé que no lo es. O al menos no empezó siéndolo, pero aun así continúa haciendo este tipo de cosas y yo sigo permitiéndolo, lo que me demuestra que no tengo lo que hace falta para hacer este trabajo.
Solo tengo esta casa que se está cayendo a pedazos y un auto que intento reconstruir.
Y a Amy.
Y a Abril.
Debo fingir.
Pero me estoy quedando sin fuerzas para levantarme, esta situación me está quedando grande.
—Puedo con esto, por Amy. Por Abril. Por mí —. Susurro lentamente.
Una chica de mi edad en situación normal se desvelaría pensando en el chico que lo gusta y en que la invitó a salir. Pero yo no, yo estoy apoyada en la mesa de la cocina, con las manos sobre la cabeza, cansada de ver las facturas y repitiendo mi mantra cuando entra Amy.
—¿Malas noticias? —Pregunta con voz débil, lo que provoca que levante de inmediato mi mirada para encontrar la suya triste.
—Por supuesto que no cariño, ¿por qué piensas eso? —Empiezo a recoger los papeles inmediatamente. —Lo siento por no llegar a tiempo ayer para cenar contigo, pero hoy si cenaremos juntas.
—Tranquila, sé que tienes que trabajar. No te preocupes por mí. —dice con expresión triste.
—Oh Amy ¿Cómo no voy a preocuparme por ti?
Me acerco a ella para darle un gran abrazo.
No es la primera vez que deseo poder estar más para mis hermanas y demostrarles que aún hay alguien a quien le importan.
—¿Podré ir contigo el siguiente fin de semana a ver a Abril? —pregunta con voz llorosa, hablar de Abril siempre la pone aún más triste. Le gusta ir a verla, pero al mismo tiempo odia verla así.
—Por supuesto, sabes que el domingo es nuestro día. Ahora quita esa mirada triste de tu rostro porque todo está bien y ve a arreglarte mientras preparo el desayuno. —la empujo en dirección al pasillo instándola a ir a su habitación.
—¿Uuum Alex? —Amy se vuelve y me mira esbozando una pequeña sonrisa.
—Dime, ¿Qué pasa?
—Son las cuatro de la mañana. —Mi hermana señala el reloj ubicado a un lado de la nevera y cuando caigo en cuenta ambas empezamos a sonreír.
—Entonces vamos a dormir. —La empujo de igual forma al pasillo y la veo lanzar una miradita de reojo al cuarto de nuestro padre.
Tengo que ser fuerte, toda la situación es muy difícil para todas, pero yo soy la mayor así que es mi responsabilidad ser fuerte por ellas. Vamos a salir de esta.
O al menos quiero creer que así era.
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Tardo dos semanas en acostumbrarme a la rutina. Levantarme antes de que amanezca, estudiar, arreglarme y tener lista a Amy para ir a clases. La llevo al colegio y luego corro a la universidad. Me enfrento al día como puedo, al salir voy a las prácticas tres días a la semana y para finalizar hago un turno en la noche en la cafetería. Tengo que ganar tanto dinero como pueda.
Coloco las facturas en orden de importancia, pago como puedo, pero cuando termino de cancelar una tanda ya tengo otras más en puerta.
Siempre es así.
Destino una pequeña parte del dinero para reparar el auto de mamá. Cada fin de semana el vecino del frente pasa unas cuantas horas trabajando en él, ya que no me puedo permitir llevarlo hasta un taller.
Es mi rutina ahora. Megan hace las tareas con Amy para que yo no tenga que preocuparme y cada noche cuando llego a casa ya mi hermana está en su habitación dormida.
Ya casi no la veo, ya casi no hablo con ella.
Lo sigo intentando.
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Después de dos semanas en el estudio, empiezo a relajarme un poco. Aunque me he cruzado con Damian un par de veces desde el día de la presentación, cada una de esas veces él me ha evitado.
Eso por supuesto luego de dedicarme su respectiva mirada de odio.
Me persigue la idea de plantarle cara y preguntarle qué demonios le pasa conmigo, es que es inevitable no darme cuenta de que no le agrado.
Cada vez que cruzamos miradas la suya resplandece llena de rencor, es como si yo le recordara algo muy feo o le hice algo muy malo y no tengo idea de qué puede ser.
Me encuentro en mi cubículo de trabajo terminando unos planos que me solicitó el Ingeniero a cargo cuando Damián se presenta en la sala buscando a Naomi.
Solo estoy yo, así que muy a su pesar se ve obligado a dirigirme la palabra.
—Buenas tardes, señorita Miller ¿Sabe dónde puede estar Naomi? —su voz como siempre es fuerte y autoritaria.
—Está en la sala de conferencia con los clientes del conjunto de apartamentos. —respondo un poco intimidada.
—Gracias. —Contesta muy serio y se marcha tan rápido como llegó.
Entonces escucho la voz de Rebeca disculpándose a lo lejos.