No puedo evitarlo, tengo miedo.
Tengo tanto miedo de estar haciendo todo mal. Por el bien de mis hermanas siempre trato de mostrar una buena actitud, pero por dentro estoy muerta de miedo. Aún no sé qué hacer, aunque la respuesta está cada vez más nítida ante mí.
Tengo que dejar la universidad.
Mi cuenta bancaria tiene cada vez menos dinero y una pequeña beca junto con un sueldo de mesera de medio tiempo no es que dan para mucho, ¿En serio Caroline podrá ayudar a Amy? ¿Cómo añadiré la consulta de una psicóloga a mí ya inagotable lista de facturas?
Estoy tan absorta en estos pensamientos que me sobresalto cuando Albert me da un pequeño toque en el hombro, lo miro extrañada y él me hace señas en dirección a una mesa.
Allí está Eider tan impecable como siempre, sentado con la vista fija en mí.
Difícilmente puedo decir en qué momento llegó.
—Tiene por lo menos cinco minutos sin quitarte la mirada de encima. —Albert responde a mi pregunta no formulada.
Ya pasó una semana desde la última vez que vino y estoy empezando a creer que sea lo que sea que pasó entre nosotros en esa pista de baile solo fue imaginación mía, lo cual no importa si ese es el caso, no estoy en busca de novio o nada que se le parezca, por lo que no es algo que deba importarme ¿cierto?
Dejo de mirarlo y me concentro en atender a un grupo de jóvenes que termina de entrar a la cafetería, de igual forma en cualquier momento Eider se terminará su café, se irá y pasará por lo menos otra semana sin regresar.
Ni siquiera sé por qué viene a esta hora si antes lo hacía en las mañanas ¿Por qué no simplemente puede seguir igual?
Sin embargo y para mi sorpresa, cuando termino de servir a los chicos Eider se acerca a la barra y me saluda.
—Hola, Alexia. —Su voz como siempre profunda y confiada, me llena de una serie de emociones a las que no doy mucha atención.
—Hola, Eider. —respondo.
— ¿Cómo estás? — ¿En serio va a hablarme como si nada? Pues yo también sé jugar ese juego.
—Estoy bien —digo fríamente.
—Yo también estoy bien gracias. —responde con solo un atisbo de sonrisa que lo hace ver tan guapo que provoca cosas extrañas en mi estómago.
Me aclaro la garganta y trato de evitar el tono ácido de mi voz.
— ¿Necesitas algo más? —pregunto no logrando evitarlo del todo.
—La verdad es que sí. —Su sonrisa empieza a hacerse cada vez más grande.
Parece completamente inmune a mi grosería, o quizá solo se trata de que su ego es tan grande que piensa que si se encuentra pacientemente con mi mirada y espera lo suficiente, yo me romperé y caeré en sus supuestos encantos.
Pero no funciona así guapo.
— ¿Y? —Empiezo a perder la paciencia.
—Una cita contigo.
Su respuesta me deja paralizada como una tonta, esa no es la respuesta que estaba esperando y odio la emoción que se instala en mi corazón.
Trago saliva para calmarme y respondo.
—¿Puedo saber a qué estás jugando? —Pregunto algo molesta y el colmo es que parece realmente confundido.
Su mirada me irrita, me molesta que me mire de nuevo como si fuera la única en la habitación. Es inquietante.
— ¿Qué quieres decir? —parece realmente confundido.
—Pues eso. ¿A qué estás jugando? Pasas tres meses enteros viniendo, te vuelves loco cuando cambio el turno, me invitas a salir, digo que no y te desapareces, luego te veo en ese club, bailamos y te desapareces de nuevo, luego vienes, me ignoras y paso otra semana sin saber de ti. Ahora me invitas a salir de nuevo. Y si digo que no ¿Cuánto tiempo pasará hasta que te vuelva a ver?
Cuando termino mi diatriba me lo encuentro sonriendo complacido. Eso me molesta mucho más que el hecho mismo de que me estuviera invitando a salir.
— ¿Y ahora por qué te ríes?
—Para ser alguien que no está interesada en mí, llevas perfectamente la cuenta de todas las veces que nos hemos visto. —Responde de modo arrogante.
—Claro que no. —Inútilmente intento negarlo porque, a ver sí, tiene razón. Tiene toda la razón y eso me hace sentir tan avergonzada, él nota mi inquietud así que intenta dejar de sonreír, pero no lo logra del todo.
Realmente se estaba divirtiendo a mi costa.
— ¿Puedo por lo menos explicar el motivo de mi ausencia? —pregunta de modo divertido.
—No tienes nada que explicar, ni siquiera nos conocemos. —respondo en forma obstinada.
—Tonterías, ¿Cómo que no nos conocemos? y yo quiero explicarme. —Se inclina hacia mí como si me va a contar un secreto lo que me permite captar otra vez su olor, esa mezcla de algo limpio y masculino que percibí cuando bailamos. — El motivo de esas desapariciones es que tengo un trabajo en el cual tengo que rotar la guardia y eso hace que se me imposibilite venir todas las veces que quiero.
Siento su respiración caliente en mi mejilla e inevitablemente pienso en cómo me sentí cuando estuve en sus brazos, recuerdo lo que se siente ser abrazada por él.
Trago con fuerza y ordeno a mi cerebro crear alguna respuesta coherente, pero todo lo que logro decir es:
—Oh, yo... umm —Mierda.
Me siento cada vez más avergonzada por mi pequeño numerito, ¿en qué estaba pensando? Obviamente tiene trabajo, por Dios es un casi doctor.
Eider parece cada vez más complacido y parece que le es imposible dejar de reír.
—Sí, Oh.
—Ya deja de reírte de mí. —digo medio molesta mientras él se aleja de mí.
—No me río de ti, pero de acuerdo lo haré. —Se mantiene serio unos tres segundos y luego empieza a reír más fuerte e inevitablemente termino por unirme a su sonrisa.
Nos reímos como dos adolescentes por un rato.
—Venir a verte me relaja. —Dice de repente.
Lo que me deja sin palabras como por tercera vez en la noche, pero tampoco me da la oportunidad de responder porque continúa.
— ¿Sabes? Estoy tentado a ofrecerme a llevarte hoy a casa, pero constantemente me rechazas. —El cambio de tema me viene perfecto.