La vida no es un clásico cliché amoroso

Capítulo 3

Graciela llegó a casa agitada, asustada. Fingió que nada había pasado, para no preocupar a su madre ni recibir burlas de su hermana. Asumió que todo era una simple broma de un extranjero. 
No lo puede negar, ese momento rondó en su cabeza todo el día; aunque intentó ignorarlo. Necesitaba relajarse, no pensar en nada, después de todo, el amor no se siente con el corazón; sino con los ojos.


7:20 A.M y ya estaba en la escuela. Se reunían pequeños grupos de personas a charlar, cómo todos los jodidos días. 
La chica buscó el lugar más apartado de todos, un hueco en v cerca de los baños de hombres. Nunca nadie se acercaba allí y era invisible para la vista de los que estaban en el patio, así que era perfecto para alguien que intenta huir de las relaciones sociales. 
Caminaba al salón sola, encorvada, como si intentara hacerse pequeña. 
Los chicos que siempre se reían de ella pasaron a su lado, chocándola y riendo en alto. Graciela se congeló, pero siguió caminando. 
Su cabeza quedaba en blanco cuando tenía que hacer esos quince pasos hasta su asiento. Sentía como si fuese el centro de atención, a pesar de que nadie la veía en realidad. 
Suspiró pesadamente y se concentró en escuchar la clase. 

… 
 

—¿Estás seguro que podremos entrar?  —cuestionaba asustado, Rodrigo. 
—Of course. Da la casualidad que la directora es una empleada de mi empresa. 
—La de tu padre. 
—Como sea. La convencí con un puesto más alto. Además —se peino el cabello hacia arriba —¿Qué mujer se resistiría a esto? 
—Ay sí, ni que fueras Robert Pattinson.
Maximiliano tocó el timbre de entrada para la escuela a la que asistía Graciela. 
Un ruido sonó y las puertas se abrieron con un empujón por parte de los chicos. 
No era un lugar muy lindo, pero su patio era extenso con árboles en cada esquina y uno más en el centro. Las paredes amarillas que despedían un olor a pintura reciente. 
Había ruido proveniente de algunas aulas. Sólo tuvieron que ver cuál era el cartel que indicaba la suya, y correr para causar una impresión de sorpresa. 
El profesor de matemáticas estaba explicando funciones lineales cuando estos dos jóvenes aparecieron gritando una disculpa por la llegada tardía. 
—Nunca los había visto —dijo el profesor. 
—Somos nuevos. Sé que es repentino. Pero si tiene alguna duda háblelo con Emilia, digo, con la directora. 
—Es extraño que dos muchachos tan peculiares aparezcan en medio del año. Cómo sea, después denme sus nombres así los tengo presentes. —El señor siguió escribiendo en la pizarra. 
Rodrigo caminó hacia un asiento vacío entre un montón de chicas, de entre las cuales reconoció a Anna, la muchacha que los hizo venir en primer lugar. 
Por otro lado, Max, si quería ejecutar bien su plan debía forzar ese contacto con su objetivo. 
—¿Puedo sentarme aquí? —preguntó con una voz tan suave pero a la vez gruesa. 
Graciela lo reconoció apenas entró. Sabía que era ese extranjero que le habló mientras fue a comprar ayer. Sin atreverse a contestar, ella simplemente movió la mochila para dejar el segundo banco libre para que así el chico se sentara a su lado. Evitó todo tipo de contacto con él. Sólo miraba fijo la pizarra. Sin dudas esta era una situación a la que ella no estaba acostumbrada. 
—Hey, lindo ¿Cómo te llamas? —cuestionó una voz femenina al fondo. 
—Maximiliano, guapa. 
Graciela se tensó aún más. 
El resto de la clase los nuevos se pasaron hablando con los demás, cómo la gente normal hace. 
La chica sin embargo estaba muy asustada. Bajó prácticamente corriendo hasta su “lugar seguro” durante el receso. 
Ella respiró hondo, intentando aparentar que nada le pasaba. Sacó su celular queriendo parecer ocupada, cuando una voz la llamó. 
—Disculpa. —Era el otro chico nuevo— ¿Este es el baño de hombres? Es que no hay señales ni nada. —Sonreía simpático. 
—Sí —respondió casi inaudible la chica. 
—Gracias —Y el joven entró al baño, dos minutos después, salió. —Perdona, ¿Estás bien? Es que te veo…preocupada. 
—Sí…estoy bien. 
—Que bien. —Un silencio incómodo apareció. —Soy Rodrigo, ¿Tú? 
Graciela lo miró confundida —Graciela —expresó justo cuando le aprecio un pollo en la garganta. 
El chico rió levemente y ella se asustó. 
—Mucho gusto, Graciela —él le extendió su mano. Ella dudó, pero le correspondió el saludo con un fuerte apretón, cómo su abuelo le enseñó. —Wow, tienes una mano fuerte. 
Otra vez, un silencio incómodo. 
«—¿No te interesa saber por qué estamos aquí? 
—No es de mi incumbencia. 
—¿Qué? 
—Que no es de me incumbencia —repitió más fuerte. 
—Incumbencia ¿Por qué tan formal? Deja las palabras rebuscadas para los maestros —decía alegre. —Mi amigo y yo vinimos en busca de conocimiento para nuestro…“blog”. ¿Será que puedes enseñarnos algo de tu cultura? 
La campana que indica el final del receso sonó. La excusa perfecta de Gabriela para escapar de esa extraña situación.
 


 



 


 


Volver a casa le parecía realmente tedioso, sobretodo cuando debía ver a sus compañeros en la entrada, estorbando el paso. 
Pedía permiso con una voz casi inaudible, nadie le hacía caso. Ya sea porque no la escuchaban o simplemente decidían ignorarla. Así fue hasta que uno de los nuevos exclamó impaciente: permiso. Todos abrieron paso, extrañados. 
—Ya puedes pasar —dijo amable, Rodrigo. 
Graciela no cuestionó, se limitó a un susurrante: gracias. Y caminó lo más rápido posible para salir de entre la multitud. 
Por fin respiraba.
A esta altura del relato se habrán dado cuenta que ella no es un ser muy sociable y que prefiere la música a las personas. 
Pues todo ese comportamiento tiene sus causas, un trauma infantil quizás. Cómo sea, ella sólo supone que es mejor estar sola, es menos complicado.
 




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