Pensativa, mirando por el gran ventanal de su departamento se encontraba Alexia, veía pasar los autos y cómo el sol iba desapareciendo en el horizonte. Las horas se le hacía eternas como cada domingo mientras esperaba a que volvieran sus hijos, quienes pasaban los fines de semana con su padre, Nicolás.
Aunque ella no quisiera admitirlo, todavía sentía algo por él y aún estaba dolida por lo que le hizo. Seguía derramando lágrimas por ese hombre que tanto amó pero del que llevaba ya tres años separada debido a una infidelidad por parte de él. Nunca quiso saber por cuánto tiempo la estuvo engañando y no escuchó ninguna explicación antes de pedirle que se marchara. No necesitaba explicaciones, estaba todo más que claro, una infidelidad era una infidelidad y ella no estaba dispuesta a perdonar algo así.
A sus veintiocho años, Alexia era una psicóloga bastante exitosa, muy dedicada a su trabajo pero sin descuidar a sus hijos a quienes adoraba con el alma. Adán de trece años, fue quien la ayudó a madurar antes de tiempo y convertirse en la mujer que era en ese momento y Cielo de cinco años, le iluminó la vida y le enseñó que de vez en cuando no estaba mal volver a ser una niña pequeña en un mundo donde todo se había vuelto tan complicado.
De su familia materna, no sabía nada hacía varios años, con el único que se comunicaba constantemente era con su hermano, Danny, quien también era pareja de su mejor amiga, Jo. A veces, también tenía contacto con su padre aunque este vivía bastante lejos de la ciudad y habían pasado años desde la última vez que se vieron.
El timbre sonando la sacó de sus pensamientos y se dirigió a abrir la puerta con una velocidad digna del propio Flash. Al otro lado estaban Nicolás, Adán y Cielo.
—¡Mamá! —exclamó Cielo y la abrazó. La pequeña irradiaba esa felicidad tan característica suya.
—Hola, preciosa —sonrió mientras le daba un beso en la frente y la tomaba en sus brazos. Luego se dirigió a Adán—. ¿Y tú no me vas a saludar?
—¿Por qué no me puedo quedar más tiempo con papá? —dijo el chico ignorando por completo a su madre, la que solo suspiró resignada. Desde la separación, Adán creó una barrera entre ellos ya que la culpaba a ella de todo.
—Porque los niños tienen que estar con su mamá —intervino Nicolás, viendo que Alexia no se encontraba en condiciones de responder—. Nos veremos el próximo fin de semana, campeón.
Se despidió de los niños y se quedó parado en la puerta esperando que estuvieran lo bastante alejados para intentar una vez más lo que nunca funcionaba.
—¿No crees que es momento de hablar? —le preguntó, aunque ya conocía muy bien la respuesta que obtendría.
—Adiós —contestó ella fríamente intentando ignorar su corazón que latía a toda prisa y comenzó a cerrar la puerta, pero la detuvo.
—En algún momento tendremos que hablar, han pasado tres años. No puedes escaparte por siempre.
—No hay nada que hablar. Ya suficiente tengo con verte cada viernes y domingo, no necesito explicaciones de nada porque no me interesa. Nos vemos el próximo viernes a la misma hora de siempre.
Dicho eso, cerró la puerta y se quedó un momento apoyada en ella, sabiendo que no debía derramar ni una sola lágrima más por aquel hombre, por más que lo necesitara y menos si los niños estaban en casa.
Nicolás también tenía veintiocho años, era abogado y últimamente había estado muy ocupado en nuevos casos por lo que solo pasaba tiempo con sus hijos los fines de semana. Aunque tampoco los descuidaba, siempre estaba pendiente de ellos. Estaba más que claro que no había sido un buen esposo pero como padre era el mejor. Él nunca se perdonó haberla perdido y haber hecho sufrir a sus hijos de esa manera, todo por algo sin importancia. No entendía cómo es que pudo ser tan estúpido después de todo lo que habían pasado juntos.
Ambos se conocieron en el colegio cuando apenas tenían catorce años, se enamoraron y se hicieron la promesa de un amor eterno. Pero las cosas no siempre salen como uno las planea y ellos nunca pensaron que Adán llegaría tan pronto a sus vidas, nunca planearon formar una familia con apenas quince años. Y tal vez ahí estaba el problema, se adelantaron mucho, se saltaron etapas y creyeron que la vida sería como un cuento de hadas. Eran unos niños jugando a ser adultos y no sabían las dificultades que eso les traería hasta que sin darse cuenta su mundo perfecto se derrumbó de un día para otro, dejando dolor y desesperación en donde antes lo único que existía era amor.
Editado: 11.08.2020