La vida sucede (lih #1)

Capítulo 26: Vergüenza.

Luego del mensaje de Gianluca, estuvieron cerca de una hora escribiéndose hasta que él decidió llamarla y ahí estuvieron otra hora más. El tema ni siquiera importaba, lo importante era cómo se sentían al hablar, cómo sonreían cada vez que alguno contaba una anécdota o simplemente cuando recordaban el beso aunque sin mencionarlo directamente. Él quería preguntarle sobre eso pero decidió no hacerlo, no quería presionarla y tampoco incomodarla ya que en ese tiempo se había dado cuenta de lo fácil que es sonrojar a su compañera y ponerla nerviosa.

Por la mañana, Lexie tuvo que usar bastante maquillaje para cubrir las bolsas bajo sus ojos ya que había dormido pocas horas, además, todas las emociones del día, tanto buenas como malas no la habían dejado dormir hasta muy entrada la madrugada y lo lamentó mucho cuando su despertador comenzó a emitir el horroroso sonido. Intentó ignorarlo pero apareció su hijo para despertarla.

—Mamá, es tarde —había dicho el niño moviéndola despacio, los roles a veces cambiaban entre ellos. Sobre todo a la hora de levantarse, a veces incluso era Cielo quién la iba a despertar. 

—Cinco minutos más.

—Son las siete y media.

Y esas fueron las palabras necesarias para que Lexie saltara como un resorte fuera de la cama, se vistiera con ropa deportiva y después de amarrarse el pelo en un moño alto saliera corriendo de la habitación y del departamento para ir a dejar a sus hijos al colegio.

Para su suerte, eran bastantes madres las que iban a dejar a sus hijos con el mismo aspecto de recién levantadas, pero aun así, intentó irse lo más rápido posible para no encontrarse con nadie conocido. Ya en su casa y con una hora libre antes de irse a trabajar, en vez de volver a dormir como hacía siempre, entró en la ducha y luego se maquilló. Nunca se maquillaba demasiado para ir al trabajo pero ese día sentía que tenía una razón para hacerlo siguiendo los eternos consejos de Jo —una amante del maquillaje durante toda su vida—. Lo hizo todo muy rápido ya que no podía esperar por ver a Gianluca. ¿Qué le estaba pasando?

Se fue al trabajo cantando muy animada mientras conducía y recordaba que al médico le gustaba llegar temprano al trabajo, por lo que como nunca, ella iba media hora antes de la hora que se suponía entraba. Se sentía estúpida pero era precisamente esa estupidez la que comenzaba a devolverle la felicidad. 

Cuando llegó a la oficina, ni siquiera Savannah estaba ahí siendo que siempre llegaba antes que casi todos. Tal vez sí se hubiera accedido un poco pero no le importaba, decidió ir por un café a la maquina que estaba cerca de la oficina de Gianluca y mientras esperaba que su vaso se llenara sintió un tirón en el brazo que la sacó de donde estaba y quedó con la espalda apoyada en la pared en frente del médico.

—Llega temprano, doctora Brooks —dijo él con una sonrisa en el rostro y cada vez acercándose más a ella. Las mariposas en el estómago de Lexie comenzaron a revolotear descontroladas. 

—Al que madruga, Dios lo ayuda, doctor Marcconi.

—A veces pienso que haces lo del apellido a propósito —la miró con los ojos entrecerrados.

—¿Y recién te das cuenta, Maccioni? —sonrió ella y entre los dos acortaron la poca distancia que separaban sus labios.

Ambos, se pasaron la noche recordando la sensación de sus labios uniéndose y no veían la hora de volver a hacerlo. Al no haber casi nadie en la clínica, aprovecharon el momento y comenzaron a explorar nuevamente ese lugar que el día anterior había dejado de ser desconocido para ellos. Pero, no todo podía ser tan perfecto y alguien aclarándose la garganta los interrumpió haciendo que se separaran de golpe.

—¡Oh! Por Dios —susurró Lexie cuando vio a Leo, el director de la clínica y amigo de Gianluca de pie frente a ellos con una sonrisa idiota en el rostro y se tapó la cara con las manos. No podía creerlo. 

—¿Qué haces aquí, Leo? —preguntó Gianluca, fulminando con la mirada a su amigo por interrumpir lo que estaba a punto de convertirse en un gran beso.

—Solo venía por un café, pero hay un vaso lleno así que pensé que sería de ustedes. No pretendía interrumpir.

—¡Oh! Es mío, adiós. Qué tengan un buen día —Lexie salió de ahí lo más rápido que pudo y con la cara del color de un auténtico tomate.

—¡Eres un idiota, Leo! Podrías haberte llevado el café en silencio —escuchó decir a Gianluca pero no alcanzó a oír la respuesta del director, solo una risa cómplice.

Con el paso cada vez más rápido, Lexie caminaba —o casi corría— a su oficina, muriendo por dentro de la vergüenza. Solo cuando ya estuvo lo bastante alejada de los dos hombres se permitió reír un momento de lo sucedido y siguió caminando con una sonrisa en la cara.

—¿Qué te pasa? —preguntó Savannah antes de siquiera saludarla.

—Hola Sav, estoy muy bien, gracias por preguntar —le respondió en broma poniendo los ojos en blanco.

—¿Qué te pasa? —repitió.

—¿Qué me pasa de qué? —Lexie mordió su labio intentando reprimir una sonrisa, pero sin lograrlo.

—No niegues que algo pasa —dijo su amiga quitándole el café para darle un sorbo—, te conozco hace casi cinco años y no ha habido día en que hayas llegado más temprano de lo normal y sonriendo. Además, estás bastante sonrojada. 

—No pasa nada…

—¡Lexie! —la voz del médico las interrumpió y la sonrisa de ella se hizo más grande, delatándola—, olvidaste tu tarjeta en la maquina del café.

—Gracias —al recibirla dejó su mano en la de él más tiempo del necesario. 

—Cuando quieras —le guiñó el ojo—. ¿Te veo más tarde?

—Claro.

—¡Oh! Por Dios —exclamó Savannah emocionada cuando él ya estaba lejos—. ¡Lo besaste!

—¿Qué? —se sonrojó pero aun así, intentó parecer seria—. ¡No!

—¿Con lengua?

—¡Sav! —gritó avergonzada mientras su amiga aplaudía como una adolescente a la que le habían dado la mejor noticia de su vida—. ¿Quieres callarte?




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