La Vida y Mi Mundo

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La escuela. La preparatoria. El último paso, la última parada. Lo último que nosotros tendremos para poder tomar una decisión, una decisión que cambiaría nuestra vida y también definiría nuestros destinos.

Pero no solo se trata de ser tan dedicado, también es el momento en que nuestra vida podría cambiar. Sin embargo, no solamente cambiar en el hábito educativo, muchas veces en la preparatoria, nos encontramos, nos definimos. Dudamos de lo que somos y a veces intentamos cambiarlo, ya sea para bien o para mal.

A casi todos les pasa algo en la preparatoria, algo que marca tu memoria, y hace que cuando la recuerdes, lo que te haya ocurrido, sea lo primero que llegue a tu mente al rememorar o contar tu estadía en la escuela, es lo que te podría alterar o hacerte reír, hacerte llorar o incluso que sientas vergüenza.

A mí, lo que me paso, fue simple. Amor.

Amor. Amor. Amor. Amor. Amor.

Esa maldita palabra que puede ser tan maravillosa como desastrosa. Que te puede curar, pero también te puede dañar de una manera espantosa, el sentimiento en tu estómago de miles de mariposas revoloteando cuando miras a aquella persona a la que tú piensas le pertenece tu corazón.

Correr el riesgo de que te correspondan, de que te rechacen, o que simplemente te usen diciendo esas dos palabras que pueden hacer que las personas actúen de forma estúpida... te amo.

Las palabras que muchos pueden decir con tanta facilidad aunque no lo sientan de esa manera. O también que sea algo difícil de pronunciar, ya sea porque tengan una situación complicada donde decirla podría ser un martirio, o también porque es algo sagrado que solo le dirás a alguien por quien realmente sientas eso.

Nunca se sabe, pero siempre es lo mismo. El riesgo del amor, es ser correspondido, rechazado o herido, Y yo lo sé bien, a veces las historias románticas se pueden complicar de una forma tan sorprendente, y los resultados a veces son lo que más asombra.

***

El despertador es lo primero que escucho en todo el día, ese incesante sonido repetitivo que odias cuando duermes tan a gusto, cuando tienes sueños tan increíbles son interrumpidos justo en la parte más interesante. Bueno, aunque en mi caso no puedo decir lo mismo, la mayoría de las veces no recuerdo lo que soñé.

Muchas veces me he preguntado si hay una razón en específico por lo que no recuerdo mis sueños, que no recuerdo exactamente qué era lo que veía mientras tenía mis ojos cerrados. Tal vez sea porque, fuese lo que fuese que estuviera pasando dentro de mi loca cabeza, no era relevante para mí.

Me levanté dispuesto a ponerme la ropa para ir a la escuela, sin embargo, mi puerta fue levemente golpeada para después ser abierta. Dejando ver a mi padre en ella.

—Luka... Oh, ya estás despierto— me dice para después sonreírme.

Mi papá, un hombre alto, de pelo negro y ojos cafés. De complexión atlética pero con algunos gorditos que sobresalían de sus costados, se veía mas viejo de lo que era en realidad, tenía marcas en la cara que lo hacían ver un hombre rudo y bastante estricto, pero era muy bromista en realidad, siempre preocupándose por mí y mi mamá. Vestía una ropa café clara que identificaba a la perfección, su uniforme del trabajo.

—Hijo, ya estás... — mi mamá también llegó, poniéndose a lado de mi papá.

Ella era una mujer más bajita, tenía el pelo negro rizado, ojos castaños (como los míos) y la piel morena. A diferencia de mi papá, ella se veía más joven de lo que en realidad era, de hecho, ella era más grande que él. Iba vestida de blanco, trabajaba como pediatra en el hospital de la ciudad.

Como lo pueden ver, mis papás trabajan para instituciones o servicios del gobierno, que si bien, siempre me han parecido geniales sus oficios, casi siempre tienen turnos demasiado largos. Pero, aunque la mayoría de las veces me quedo solo en la casa, en realidad no siento la soledad tan mal. Nunca me han descuidado, siempre he sido su prioridad.

Cuando estaba más pequeño, siempre intentaban tomar diferentes turnos, para que al menos, uno estuviera conmigo, apenas cuando estaba por salir de la secundaria, ambos empezaron a tomar su horario de trabajo completo. Y a pesar de eso, encontraron una manera de no sentirme tan solitario.

La razón corrió por entre los pies de mis papás y comenzó a rodearme a mí, moviendo su colita y dando pequeños ladridos. Me arrodillé y le acaricié su cabecita.

—Hola, chico— le dije haciendo mi voz un poco chillona.

¿Por qué será que casi siempre a nuestras mascotas les hablamos así?

Toby, un pequeño bóxer de apenas cuatro meses a quien parece nunca agotársele las energías. Siempre estaba corriendo por toda la casa, brincando por aquí y por allá, intentando que todo el tiempo lo estuviéramos acariciando y dándole cariño. Estaba ya un poco chiqueado como dice mi mamá. Y no se podía decir cuando agarraba la correa para llevarlo a caminar, era como un caballo salvaje que no deja de brincar.

—Tú último primer día en el último año de preparatoria— dice mi mamá, sus ojos se han puesto rojos. Ella siempre ha sido muy emotiva— ¿Cómo te sientes?

Levanto la mirada de Toby, me paro bien y los miro con una sonrisa pero que no es tan alegre como me gustaría. Nunca he podido guardar mis sentimientos, ni tampoco he podido ocultarles algo a ellos.

—No me siento... nervioso ni nada— dije, caminando a mi ropero para escoger algo de ropa—. Es como si fuera cualquier otro día.

Me siento raro, mi mamá está al borde de las lágrimas porque he empezado mi último año en la preparatoria, pero para mí no es nada del otro mundo, no es algo como para ponerme de esa manera. Es solo eso, otro día de escuela.

—Mamá, no es como si fuera mi primera vez en una escuela— le sonrío cuando saco la ropa que había elegido la noche anterior para ponerme.

—No, pero es el último paso para entrar a la universidad y que... — puso una mano en su boca y se giró para ver a mi papá—. No puedo— le susurró, pero pude escucharla a la perfección.



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En el texto hay: escritor, amor, lgbtq

Editado: 20.03.2021

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