La Villa de la Desesperación

PARTE 1. Capítulo 1

PARTE 1

Siempre he querido vivir rápido. Marcharme lejos junto a mis minutos en pantalla como el personaje de una película que llega al olvido. Toda mi vida he querido resumir para acabar tan pronto; luchando por conseguir el instante efímero en el que me sienta con vida, para que al segundo mi corazón deje de latir, dejándome morir junto a mi levedad. Cuento los días de mi vida y quito fechas antes de mi pronta muerte. Ya solo espero que sea tan silenciosa como el mundo me lo promete.

La pesadumbre me acompaña a cada paso, mientras me hundo en la oscuridad del pasillo lóbrego, donde me pierdo sin poder evitarlo. La madera cruje, el aire es helado, la oscuridad es densa y, cuando menos lo pienso, llego al helado horizonte. Aquí están cerradas la puerta y la ventana traseras. Me posiciono delante del cristal, con una mano nostálgica deslizándose a través de la transparencia, que dibuja estrellas y vida exterior. Me quedo escondido entre la negrura. Sobre el pasto, desde un círculo descuidado, escalan arabescos de humo, trazando senderos narcóticos hacia el cielo.

El humo lo desprenden unos cuantos cigarros entre los dedos de algunas personas, sentadas en un círculo desordenado. Son los amigos de Laura, mi hermana. Están reunidos para despedir nuestra casa. Mañana será la mudanza. Vilius les consiguió cervezas y cigarros a todos, ya que es el único mayor de edad. Ha sido así durante meses. Es divertido porque, así como ellos tienen sus estrategias, en mi vida también tengo las mías. A veces robo los cigarros que papá dejó en algunas cajas de la bodega, otras veces se los compro a un vendedor grotesco en un callejón de la ciudad que me sirve de atajo al momento de ir o venir de la escuela. Es difícil conseguir esas cosas teniendo dieciséis. Ni siquiera las necesito, pero, en ocasiones, solo así siento que soy feliz —derrumbándome.

Es una noche con fuertes vientos, hay una ligera neblina bajo el cielo y un manto de brillantes estrellas. Laura se ríe con sus amigos. Sonrío mientras ella sonríe. Ya es la única persona en mi vida y, cuando está feliz, me siento liberado; absuelto; fuerte. Respiro hondo. A veces me da lástima. Quisiera que me odiara tanto como me odio a mí mismo; ya que, si me aborreciera, no me daría tiempo de arruinar su vida

En fin, sus amigos son buenas personas. Me agradan, aunque no me suelo atrever a hablarles. Me parece que su presencia esta noche es artificial, una obra del deber. Como siempre, despedirse es lo mínimo que la gente se digna a hacer con aquellas personas que lo han perdido todo y, sin oportunidad de réplica, se van.

Me olvido de mi existencia, materialización, mientras observo a través de la ventana, como el público absorto de una obra. De pronto, Laura observa hacia su izquierda y capta mi mirada. Me intimido y me alejo del cristal. Hundo mis pisadas rápidamente hacia el interior del pasillo. Las creaciones de arte colgadas en las paredes laterales pulverizan mi tranquilidad, me observan y atraviesan toda la carne que viste mi alma. Están mareándome.

Camino trastabillando unos segundos. Los acabados en el tapiz dibujados de modo grotesco se pasean entre mis ojos como una nebulosa psicodélica. Pierdo el aliento y, agotado, paro a enfocar mis pensamientos. Tasajeo una idea aterradora hasta convertirla en trozos de confeti negro y gris. No le obedezco porque aún no es el momento. Aunque la noche lenta parezca una de las indicadas, el tiempo de mi convulso reloj interno apenas me va restando latidos. He de suicidarme en el momento correspondiente.

El mundo se calla. De repente se han apagado mis pensamientos. Los rumores del entorno han disminuido su fuerza a cero y me dejaron divagando, un poco atónito y enfocado en sensaciones que no comprendo. Siento que doy vueltas hasta que, desde mi posición, en el fondo del pasillo, la luz de la noche se cuela a hurtadillas. Una figura pasa pisando ese juego macabro de luz y oscuridad, arrastrando la brisa fría de las afueras consigo.

Laura, temblando, cierra la puerta para bloquearle la entrada al imparable frío. Me sonríe con calidez y empieza a caminar hacia mí. Me siento desorientado.

—Hola, Milán. ¿Terminaste de empacar tus cosas?

Sobrepongo media sonrisa y ladeo mi cuerpo hacia mi habitación, aunque sin atreverme a marchar.

—Sí... —miento—, todo listo —. Me cruzo de brazos y mascullo mis siguientes palabras—. Aunque, en realidad, quería pedirte algo.

Laura alza una ceja y deja salir un suspiro de agotamiento, seguido de un gesto candoroso. Lo ha adivinado. Quiero zafarme de la escuela apenas comienza una nueva semana, la cual adivino eterna y solo sueño con su final, siendo que su inicio es mañana. Mi hermana mayor, desde hace dos meses, siempre intenta recordarme que está conmigo. Estoy seguro de ello, aunque no lo siento cuando se trata de ciertas cosas que me resultan en lo sumo personales. Quiere que estudie y me transforme para mejor, como si fuese a vivir lo suficiente para llegar a ser un buen recurso para la sociedad

—Creí que íbamos a hablar más, que si te sentías triste podrías decírmelo. ¿Ahora por qué vas a faltar mañana?, ¿en serio quieres que mienta por ti en lunes?

—Mentir en lunes es como mentir en cualquier otro día. Este fin de semana... no me he sentido bien. Es todo.

Laura oprime los labios, asiente lentamente y traza un amago de sonrisa. Baja la mirada mientras arrastra sus dedos. Se acaricia las palmas, se aferra a su suavidad.

—Piénsalo bien —. Su mirada titila, ahogada entre cierta nostalgia que desprende un hogar abandonándose. A mí también me duele, como una insensibilidad antes de dormir, enfrentando el sarcasmo de tener que despertar y volver a ser normal entre una fatiga que te abraza desoladoramente. Que acaricia tu pelo. Que te hace sufrir. Que te atrapa en la oscuridad y, de repente, te hace sentir algo.




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