Rosemary experimenta su primera enorme sorpresa: no puede respirar; mas no necesita hacerlo. No hay aire adentro de aquellas pompas de alquitrán, que desprenden burbujas esporádicas sin ninguna explicación. Algunos que han pasado por estas creen que son fantasmas intentando hablar contigo. Posiblemente no sepan todavía si el camino que siguen lleva arriba o abajo; posiblemente estén asustadas.
Rosemary siente que está debajo del agua, como zambullida en una piscina profunda. Aunque esta experiencia es larga. Suspende su caída en períodos extensos.
Es como si sus tímpanos hubieran explotado sin dolor alguno. Las paredes reducen sus dimensiones hasta rozar el contorno de ella, como un plástico envoltorio dejando sin aire un paquete. En el exterior, las almas arrepentidas vuelan su camino a través de un sendero desconocido. Nadie se detiene, mientras que Rosemary, como una estrella suspendida en el cielo, aguarda quietamente en su envoltorio. Pensando sin pensar, tal como en un sueño.
Las horas pasan, hasta que el poder del polvo onírico cesa. Rosemary despierta y su visión es borrosa. No diferencia ni el principio ni el final de su prisión, oscura y adhesiva. Unos lazos invisibles de quietud le restringen el movimiento. Impiden que flote como las demás almas hacia el infinito.
En cierto momento, se abre una brecha de luz plateada entre las paredes de la burbuja. Por más que irradia su brillo grisáceo, no puede aluzar la oscuridad perpetua. Los contornos de ese actual mundo extraño tiemblan, donde Rosemary vive la muerte y se permite conducir por esa imposible situación ajena a su control. Todavía no siente ninguna de sus extremidades. La luz de la luna de zafiro le pinta los ojos castaños que mantiene abiertos. Despega sus labios y, como quien despierta de un profundo letargo roto por las pesadillas, acelera su respiración. Nunca la había percibido tan ruidosa, retumba en sus oídos como un eco demoledor. Abre su boca de lapislázuli, como una moribunda realizando una grotesca llamada, y paraliza sus ojos de luna llena.
Al instante se le rompen las rodillas, las sangrías y el cuello. Resulta pacífico para ella, porque no siente la vida escaparse por sus poros; pero percibe el sentimiento de ser como una marioneta de madera: móvil y plegable hacia el extremo.
La luna brilla con luz propia, intensa y azul como ciertas brillantes amapolas. Debajo de aquella luz cargada de energía y poder, yace el seno de una parada sinsentido: La Villa de la Desesperación.
Rosemary no sabe que en la angustia deberá de encontrar un hogar, si no quiere permanecer desarraigada por lo que le resta de tiempo consciente. No sabe si habrá alguien que valga la pena.
La burbuja explota y sus partículas se vuelven estrellas que iluminan el cielo. Rosemary ya no está atada ni es prisionera de nada más que de los limites conscientes: no saber adónde ir ahora. Apenas puede sentir el suelo y doblar los dedos para corroborar que, en efecto, aún no está completamente muerta. Todavía no ha desaparecido. Aunque no recuerda nada.
Lo único que puede ver es el cielo negro entre su amnesia, entre su desasosiego y cansancio. Dentro de poco tiempo realiza en que su entorno está tan frío como el fondo del espacio exterior. Está encima de rocas, unas cuantas la hieren y la hacen resentir el dolor. Sus ateridas extremidades comienzan a liberarse y sus sinapsis conectan con pequeñas explosiones de sentimientos, formando una vida en el corazón y las sensaciones. Cuando Rosemary se intenta incorporar se da cuenta de que no puede mover de manera correcta sus brazos ni piernas. Siente como si la mitad inferior de sus articulaciones siguieran entumidas.
Observa sus brazos y estos no reaccionan correctamente. Ella controla sus hombros y trata de hacer lo mismo con sus dedos; esos sí siguen sus órdenes. Mas, cuando intenta mover los codos, estos dan un giro de 180 grados. Rosemary chilla con horror y voltea la mirada de un lado a otro. Aquel suelo montañoso es tan inmenso como el cielo nocturno, que derrocha luz violácea sobre Las Montañas del Miedo.
Rosemary se da cuenta de que puede mover las dos partes de su brazo separadamente, como si no estuvieran pegados. Tarda bastante en incorporarse. Cuando se intenta sostener con las piernas, pasa igual que con sus brazos: no responden. Cuando por fin se logra incorporar y suspira con calma, su cabeza se cae de su lugar. Está divida por completo y sus piernas, brazos y cuello son como los de una marioneta para manipular. Rosemary se apura a regresar su rostro a donde debería de estar, luchando con sus brazos de juguete. En un mal paso, por la lucha, se dobla las piernas y cae de nuevo al suelo, soltando un jadeo de dolor porque las piedras siguen ahí.
Sus ojos castaños miran la luna azul. Empieza a llorar. Rosemary quisiera recordar quién es, pero no puede; todo está cubierto por una espesa niebla. Palabras auténticas, pero sin sentido, salen de sus labios. Arrepentimiento ante el mayor desasosiego de su vida. En poco tiempo, las estrellas se apagan por completo y Rosemary cierra los ojos. Vivir se ha vuelto tan difícil —y todo es peor cuando no sabe adónde ir.