Escondí su cuerpo en un rincón donde nadie lo pudiera encontrar. Bañé su cuerpo enaceite inflamable como lo hacen con la leña para una barbacoa. Vi su muerte golpeando mis barreras de insensibilidad, hasta hacerme soltar varias lágrimas por alguien que no conocí. Me sequé los parpados con el puño y, sin mirarlo directamente, arrojé una cerilla encendida a mi objetivo. Empezó a arder de inmediato, pero el fuego no era muy intenso. Con un bastón de madera empujé suya apestoso, duro y blanco cadáver, hacia El Pico de la Insensibilidad. Allí lo dejé caer hacia La Caída Infinita.
LA VILLA DE LA DESESPERACIÓN
EPISODIO 2
Rosemary conocía su extraño entorno. Avistaba los cielos oscuros como quien ve el mundo con un filtro gris. Alertaba la falta de sol a cada paso que daba. Rosemary sentía que ya nunca volvería a ver aquella bola amarilla flotando en el cielo. Entre su precaución, Rosemary se aterra cuando figura cuervos bajo el espacio. Piensa que la observan.
Había caminado sin objetivo durante un largo tiempo, bajo una pesadumbre eterna. Siguió unas flores carmesís plantadas en un punto del camino. Era agradable ver de nuevo color. Lo que no sabía es que las tonalidades rojas de esas plantas manifestaban otro objetivo totalmente ajeno a su belleza. El mundo olía a ceniza en ese momento.
La pendiente subía. Se imposibilita respirar. Rosemary pensó en dar un paso atrás y olvidarse del camino de flores carmín; pero, como si un agujero negro se hubiera abierto ante ella, se encontró con el filo de la montaña —La Caída Infinita.
La luna se posaba en el centro del escenario, resplandeciendo azuladamente en el horizonte. Al Rosemary bajar la mirada no se encontraba con más que absoluta y espesa negrura. Inclusive sus ojos no captaban, ni siquiera, si su objetivo estaba abajo o arriba.
El abismo tenía su fuerza de atracción; pero Rosemary quería irse, sentía que algo muy malo estaba por suceder o había sucedido allí. Sea como fuese, ella no podía quedarse un segundo más parada delante de la muerte definitiva. Al darse la vuelta se encontró con cada uno de los cuervos que pintaban el cielo, desperdigados en un extraño orden a lo largo del sendero, parados sin razón aparente y alternando la mirada entre cada recoveco del universo. Rosemary frunció el ceño y se preparó para intentar correr; algo difícil considerando que apenas se acostumbraba a mover sus articulaciones de marioneta.
Se detuvo cuando notó que todos los cuervos, negros y de aspecto enfermo, miraban hacia un mismo punto en movimiento. Al parecer se movía a un lado de ella. Empezó a sentir calor desde su lateral derecho, también una presencia. Rosemary, lentamente, iba girando su cuello en un ángulo de noventa grados. Las llamas sobre una cabellera dorada la hicieron gritar y apartarse. Por el espanto no supo movilizar sus rodillas, estas no respondieron y se desequilibró. El desconocido la sostuvo del torso, aunque el cuello de Rosemary completó una vuelta en una acrobacia aterradora. Eso le provocaba mareos y confusión.
En ese momento, todos los cuervos volaron lejos.
El fuego de los brazos de Antanas calentaba a Rosemary, aunque le asustaba llegar a incendiar su ropa. Cuando ella se pudo incorporar este se alejó con la idea de que la espantaba; pero, para su sorpresa, Rosemary le indicó que esperase.
—No sé en dónde estoy, por favor. Tengo que saber si existen otras personas aquí, ¿sabe en dónde está la población más cercana? Por favor..., ho-hombre antorcha.
Ese nombre hizo a Antanas estremecer y sonrojarse, hasta tartamudear. No sabía por qué estaba incendiándose, pero no se consumía ni él ni su ropa.
—Estoy perdido..., señorita, perdóneme. Yo tampoco sé si hay vida humana por los alrededores.
Aquellas palabras preocupaban a Rosemary, su cabeza le dolía y se sentía debilitada. La brisa congelada golpeaba con furia. Parecía que esta apagaría a Antanas en cualquier momento. Él se preguntaba si eso era posible.
—Me llamo Rosemary. No recuerdo nada, ¿podríamos trabajar juntos?
Antanas, trabajando una sonrisa que pareciera neutral y relajada, asintió. Le compartió su nombre y se puso a la tarea de atar cabos en voz alta.
—Para mí esto es extraño, brumoso diría. Caminaba junto a mi hermanita rumbo nuestra a casa, cuando, de repente, noté que un tipo un poco raro nos seguía. Él andaba con sigilo detrás de cada zigzag que realizábamos, lo advertí rápidamente. Me escondí tras un árbol y lo enfrenté a golpes. No sé cómo pude perder, si lo tenía todo controlado. De repente ese sujeto tomó una fuerza impresionante para ser un saco de huesos. Dimos vueltas hasta la orilla de un riachuelo y, con furia desproporcionada, me golpeó como un animal contra las piedras. El agua sabía a tierra y sangre. Cuando aparecí aquí el mundo estaba lleno de humo.
Antanas contaba la historia con un gesto reflexivo y melancólico, tatuado en su blanca cara. Rosemary sintió pena por él. "Pero", pensó ella, "si él murió para llegar aquí. Eso significa..."
El semblante de Rosemary se quebró y parecía que iba a volver a perder el equilibrio. Antanas la agarró con su mano tan caliente como el sol, impidiendo su inminente desplome contra el suelo. Rosemary se detuvo y comenzó a llorar.
—También tengo hermanos. Dos. Me temo que nunca los volveré a ver. Porque... —sollozó y comenzó a caminar lejos— ¡estoy muerta!