Las calles se hunden en oscuridad y agua de lluvia. Vuela cierto regusto a limón por el viento y cada rincón se infecta en soledad. El cielo protege la luz de luna, tapizando nubes densas cubriendo al cielo del mundo, como un tejado impenetrable; pero lleno de goteras libres, faltas de protección. El agua estalla contra el suelo y forma un réquiem catastrófico. Rosemary y Antanas buscan refugio.
Rosemary no camina del todo bien con sus nuevas piernas, su cabello se pega en su rostro y en su espalda; además, se le dificulta respirar por el cansancio. En la aceleración tiene que sostenerse bien la cabeza con ambas manos, por si acaso se le descoloca. Aún tiene miedo de eso. Llevan andando desde hace horas, cada una más larga que la otra. Antanas, por su propio lado, no se siente bien. ¿Quién diría que una cabeza en llamas sería una señal de vida?
Todas las casas son pequeñas y de madera. Rosemary tiene miedo de que la tormenta se las pueda llevar volando lejos, o de que le gente en su interior se quede desamparada, viendo su vida levitar entre la negrura y algunas estrellas. Quien ve las estrellas más cerca que nunca es Antanas, el cual está al borde del colapso.
—Debemos de llegar lo antes posible, Rose; si no, yo... no creo que logre hacerlo. Estoy tan débil.
—No..., Antanas, no digas eso, lo vamos a lograr. Debe de haber alguien despierto por aquí, si no... ¡entraremos a la fuerza!
Antanas suelta una risa moribunda, pensando que Rosemary bromea con él; mas Rosemary lo había jurado con el corazón en la mano. Ella voltea de un lado a otro con angustia. Se pregunta qué hacer. Sabe que mañana despertará con un resfriado. A Rosemary nunca le ha ido bien con los resfriados, le cierran la garganta y la fatiga no le permite abrir los ojos. Después las alergias, sus terribles alergias. Durante el invierno su madre no le permitía salir de casa, al menos de que estuviera envolviéndola hasta su saco de sherpa. Sus hermanos también solían preocuparse, ya que ella era la hermana menor. Durante enero y febrero las noches podían bajar de los treinta grados centígrados bajo cero; cuando era así y el ambiente de las habitaciones entumía las extremidades, su padre agrupaba gruesas mantas y almohadas a un lado de la cama del hermano mayor de Rosemary. Aquella habitación tenía una calefacción natural y artificial, era la más pequeña del lugar y nunca hacía mucho frío si la calefacción artificial estaba encendida.
—¡Una luz! —advierte ella con una sonrisa enorme. El resplandor de la Tienda de las Almas Perdidas se refleja en los ojos de ambos.
—Estamos salvados —corresponde él con dificultad, sintiendo al segundo una presión abrumadora en la nuca y espalda. Siente que se puede apagar en cualquier momento.
Rosemary y Antanas corren en dirección de la brillante luz, el fango se adhiere a sus zapatos y Antanas va tropezando. Rosemary le da la mano para que entre ambos puedan vencer la tormenta. De vez en cuando se ilumina la inmensidad del cielo con azul eléctrico. Las gotas caen sin control y el viento va empujándolas lejos. Si solo lograsen seguir un poco más, ya no habría más frío al cual temer. Rosemary asimila que en su vida siempre tuvo quienes la cuidaran de la naturaleza, pero que hoy está por su cuenta. Sabe que nunca más habrá vuelta atrás.
Rosemary no podía dormir, así que escuchaba al calefactor hacer su ruido motorizado. A veces los gruesos cobertores no la dejaban respirar. Entre las protecciones siempre se colaba por lo menos un poco de frío, que se abría paso debajo de la puerta de la habitación de su hermano. Se reflejaba en sus pupilas la luz al rojo vivo del calefactor mientras esperaba al amanecer por resurgir. Las sombras invadían los laterales de su vista y el techo se sentía acercarse progresivamente. Creía que, si dejaba de pensar en las horas, pasarían más rápido. Pero así no funciona el tiempo, durante la oscuridad completa.
—¿¡Hola!? ¿¡Hay alguien!? —cuestiona ella y golpea con sus puños el cristal de la tienda. Divisa a unas pequeñas personas, una delante de la otra, encima de una mesa inmensamente larga. Rosemary golpea en repetidas ocasiones y gruñe cuando una de aquellas personitas misteriosas la voltea a ver y la ignora.
—Es todo, no puedo más —suelta Antanas con voz airosa. Él se apoya en el muro de la tienda y se desliza con lentitud. Rosemary lo apoya para que se mantenga erguido. El agua continúa, incluso aumenta su potencia; parece que quiere acabar con ellos. Rosemary no deja de sostenerlo.
—¡No, no! Claro que puedes. Mira, tal vez en aquella casa sí tengan piedad de nosotros, ¿no es ese el humo de una chimenea? —. En la lejanía solo se divisa rocío de lluvia.
Apenas Rosemary suelta esas palabras, una tercera persona jala el cristal hacia adentro. Esa chica es flaca, de dedos torcidos y cabello bastante delgado.
—¡Antanas, mira, Antanas! ¡Antanas, por favor, permanece en pie! ¡Despierta, por favor!
Él no estaba dormido, solo cerraba los ojos mientras dejaba pasar una escena ideal a lo largo de su imaginación. En ello sonríe débilmente y, con un hilo de voz, logra pronunciar:
—Me recuerdas a mi hermana pequeña —. Con los ojos llorosos y una sonrisa dibujada a través de sus labios, al fin le absorbe el vacío.
Años atrás, cuando los minutos se eternizaban y solo restaba impaciencia y energía en la mente de Rosemary, ella le chistaba a su hermano desde el borde de su cama, en la que él dormía con toda la placidez posible. Cuando eso no resultaba, le jalaba un mechón con todas sus fuerzas. Él exclamaba en dolor y ella se iba a esconder, de nuevo entre sus sábanas. Minutos después se escuchaban pisadas lentas y constantes. Se acercaban por sus espaldas, acercándose a cada segundo. Cuando las pisadas se detenían y solo restaban en el mundo respiraciones lentas y la boca de un calefactor exhalando temperatura, la madera de un tablero golpeaba el suelo de aquella casa; todavía no tan maldita. Su hermano le preguntaba si estaba dormida, aunque obviamente estaba despierta.