Apenas acabado mi proceso de escritura, pero aún con las ideas frescas en mi mente, me siento cruzado de piernas sobre mi cama. Relajo mi cabeza entre mis puños y suspiro hondo, intentado regresar a esta realidad después de dos horas en un mundo más interesante. De repente, mientras pensaba, Laura se invita sola a la puerta y asoma su frente, seguidas sus uñas y luego todo su rostro. Exhibe una sonrisa alegre que me avisa que tiene noticias.
Su presencia me pisa en la mente ya que no tengo tiempo que malgastar. Pensaba encaminarme a la bodega en mitad del bosque apenas terminase mi tercer capítulo. Si nadie se entera y no tengo ninguna lluvia de mensajes alertando penitencia, dormiré en aquel almacén frío y claustrofóbico.
—¡He-e-ey! ¿Cómo está mi hermanito querido? ¿Adaptándose a la nueva casa? Estoy decidida a ignorar que ni siquiera nos ayudó en la mudanza si me cuenta algunas cosas..., no sé, acerca de la escuela, podría ser. Quizá...
Trago saliva. Me ha ido horríficamente mal en cada una de las materias; sin embargo, salí a la hora adecuada y no me dormí durante la explicación de Historia. ¿Qué puede querer saber? Tuve el impulso de arremeter en contra del profesor de Filosofía solo por publicar mi cuento sin permiso; pero decidí dejarlo ir, no porque quisiera, sino porque asimilé que nada podía ya hacer.
Laura cierra la puerta y se acerca a mi cama. Aún no me acostumbro a ver su rostro entre mi nuevo paraje desconocido. No he salido de aquí desde que volví de la escuela. Cuando llegué no encontré a nadie en el camino de la puerta a mi recámara; así que he estado oculto de la realidad estas últimas dos horas. Mi nuevo cuarto es una simple cabina 2x3 de paredes azul oscuro con una cama, un escritorio y una gran montaña de ropa con mi mochila a modo de bandera en la punta. No es tan cómodo como parece; realmente el frío se acumula tanto que siento que, en realidad, estoy en la punta de una montaña nevada. Y eso que estamos en primavera. Sin papá por aquí, estoy seguro de que nadie se molestará en conseguir algún moderador de temperatura. En verano sé que el calor me cocinará lento, adentro de mi prisión de ventanas desmesuradamente pequeñas en la cima de la pared boreal. Esta habitación es mediocre; sin embargo, de todas maneras, cuando yo muera, este cuarto podría convertirse en un clóset o en un almacén.
Pienso que mi habitación permanecerá igual hasta que yo muera, seré tan obsesivo del orden —mi propio orden— como lo era antes o, en realidad, mucho peor. Vistiendo la finitud de una estrella fugaz cada día encima de mi cuerpo.
—No hay mucho qué decir... Me estoy esforzando, supongo..., ¿por qué lo preguntas?
—No hay nada de malo en comunicarse, al final del día somos hermanos. Dime, ¿cómo te has sentido?
La reduzco a un cúmulo de partículas flotando a lo largo de mi campo de visión, uniéndose a las paredes y el aire. Tartamudeo y río sin ganas, forzándome al tiempo a no observarla. ¿Será causalidad que me esté preguntando eso hoy? Justo hoy que odié mi vida tantas veces y que estuve en el borde del llanto a cada segundo que cerraba los ojos o reposaba mi cabeza entre mis brazos. Tantas lágrimas me tragué y ahora quiere averiguar sobre mis sentimientos. Las personas como Laura, felices y normales, no entran en estos laberintos ofuscados en miseria; por lo tanto, nos ven como animales atípicos en un ecosistema anómalo. Si le comparto este maremágnum de tristeza, nunca podremos sentirnos cómodos de nuevo, quedaremos congelados en el centro de un diamante negro en el cual haría demasiado calor.
—Tan bien como es posible. No te preocupes por eso.
—Últimamente has estado algo raro; rígido. Hablas rígido, te mueves rígido, observas rígido.
Siento mi sangre calentarse, las palabras se ahogan en mi garganta y el oscuro abismo de mi corazón se traga las oraciones que intento crear. Suspiro y tuerzo una sonrisa. No quiero ser malo con ella. Puede que sus intenciones sean las mejores, aunque a mí me apuñalen sus palabras como cuchillas envenenadas. A pesar de todo, la tomo de la mano y la aferro con fuerza, señalando que estamos juntos; pero que no le diré ninguna palabra. Nada cambiará, de todas formas, está hecho; no hay palabra que despeje las nubes negras de mi universo.
—Supongo que me sigue afectando su muerte —mascullo—. Pero estoy tan bien como podría estarlo. Quizá jamás nos adaptemos, pero podríamos... tratar de sobrevivir.
Laura, con su característica expresión dulce y comprensiva, enreda sus brazos alrededor de mi torso. Le correspondo sin mucha fuerza, ya que el contacto físico me causa un disgusto inexplicable.
—Es muy tranquilizante que lleves esto de tan buena manera. Que compartas tus emociones es clave, en especial de una manera tan poética. Dicen que las artes son fascinantes para sanar las mentes dañadas...
—Espera, ¿qué dices?
De repente me resulta desagradable el aroma dulce de su cuerpo. Rompo la conexión y me levanto tan rápido como puedo. Camino de espaldas hasta chocar con la puerta. Desde aquí mi suerte de habitación me resulta mil veces más pequeña. Me tiemblan las pupilas y ella me mira con confusión. Inquiere en qué me sucede y repito mi anterior pregunta.
—Tu pequeño cuento, acerca de la chica inocente que siempre era castigada sin un porqué. La castigaban con el silencio. La realidad se le antojaba tan oscura que decidió ya nunca salir del rincón de la vergüenza; entonces, con el pasar del tiempo, descubrió que el problema era su necedad en escapar. Que hay dos tipos de libertad, la que te prometen los demás y la que solo encontramos dentro de nosotros mismos. Asumí que eso tenía correlación con tus sentimientos y que te sentías atrapado, por lo que buscabas la soledad para sentirte libre.