La Villa de la Desesperación

Capítulo 9

—Creo que estudiaré Marketing —revela Laura junto a la mesa de la cocina, mientras intento prepararme un café oscuro y rescatar galletas con chispas de chocolate para Rūta.

—Fantástico —suelto sin mucha emoción. Ella ha tratado de retomar la comunicación conmigo desde esta tarde que llegamos de la escuela, le cerré la puerta de mi habitación y allí estuvo llamando durante diez minutos. Estoy, algo así, como ignorándola. Como un berrinche.

¿Debería de llevarle algunas verduras a Rūta? Una chica en crecimiento no debería de comer simplemente sándwiches de salchicha, chocolate y algunos batidos en lata.

—En estos días serán los exámenes en la universidad de Londres, esa a la que le había echado el ojo antes. Aunque..., no lo sé, la distancia es bastante, ¿sabes? Igual mandé mi solicitud a una universidad en Kaunas.

¿Y si a Rūta no le gustan las zanahorias?..., demonios, ¿a quién no le gustarían las zanahorias? Si son la mejor verdura que existe. Me llevaré unas cuatro.

—Aleksas quiere irse conmigo a Londres u otro país, él quiere conocer el mundo y que yo esté con él. Lo siento un poco egoísta, ¿sabes? Pero no me importa estar sola, sino el miedo a extrañar lo que se hubo ido desvaneciendo en el hueco de mis pasos. En fin, lo voy a extrañar. ¿Crees que se moleste si...? Olvídalo.

Rūta no ha tenido juegos nuevos..., y si..., no, no puedo. Backgammon es un legado personal que solo le pertenece al pasado. Le llevaré un ajedrez.

—Hoy reservé toda una mesa para mi fiesta de graduación, pero todos mis amigos estarán con sus propias familias. Si quieres llevar a alguien..., no creas que te lo impediré.

Es el tercer día en el que Rūta es libre para irse cuando quiera. Espero que haya decidido quedarse conmigo; de lo contrario, asumiré que algo habré hecho mal. Pero si ella sigue aquí para el día de hoy, es que fui un buen hermano después de todo.

—Milán... —susurra Laura. Distingo tristeza en el tono con el que habla, la volteo a ver y tiene la imagen de un lago pacífico sobre sus pupilas—, ¿adónde llevas toda esa comida?, ¿no es mucho café para ti en ese termo?, ¿cuánto tiempo planeas irte?

Mi fortaleza se desvanece al oír su voz debilitada. Suspiro y suelto mis mentiras piadosas.

—Voy a jugar videojuegos con Giedrius en su casa, tal vez pase la noche con él. ¿Querrás que llegue con las manos vacías?

Laura no me responde. Me pregunto cuánto más tiempo podrá durar el engaño de mi mejor amigo; porque si algún día quieren conocerlo voy a morirme. Mamá, por lo menos, no lo hará. ¿Pero ella?

Sin mediar más palabras me encamino, con la mochila llena de comida y el termo de café en mi mano derecha, hacia la puerta de entrada. No me vuelvo hacia ella de nuevo, pero siento su mirada en mi espalda. Cuando rodeo con mi mano izquierda la perilla, Laura suelta:

—Buena suerte.

La brisa fría, pero ya mesurada, me golpea directo y envía a volar algunos cabellos negros que acariciaban mi frente. Desinflo mis pulmones, cuestionándome la moralidad de todo aquello que hago. Entonces, respondo, con firmeza y displicencia sombría.

—Igual, Laura.

Cuando llego al almacén en el centro del bosque, Rūta está sentada en el suelo, como siempre; sin embargo, ahora tiene una pintura de mi madre delante de ella. La habrá sacado de alguna de las bolsas de basura cerradas en las esquinas, donde fueron a parar todas las creaciones de quien ahora enfrenta la decrepitud.

—¿Te gustan las pinturas, Rita?

Rūta asiente sin mucho interés. Su reticencia constante a veces me hiere; pero decido no otorgarle demasiada importancia. Es solo una niña, no sabe acerca de cómo cuidar mis sentimientos. Sus ojos profundos delatan un tipo de inteligencia que ninguna niña de su edad tiene, es claramente una superdotada, o un caso inexplicable. Me asusta que, en realidad, sea yo su víctima.

—Rita..., ¿te sientes sola aquí?..., ¿quieres a tu hermano?, ¿a tu cuñada?

Rūta se encoje de hombros, haciéndome pequeño el corazón. No sé nada absolutamente de ella, eso me aterra. ¿Es posible que ella sea un robot? Quizá conseguí dar con mi propia perdición en una criatura de metro y treinta, de mechones rubios sueltos y ojos como el centro del mar. No quiere tomar aire cuando la invito a hacerlo, no juega más que con sus juguetes, ni siquiera muestra sentimientos que resulten acordes a su edad y situación.

Me hace pensar en mi siguiente jugada. No quiero dejar a Rūta abandonada una vez yo muera, no quiero arrojarla a un destino desapacible. Si consiguiese dinero tal vez le podría comprar alguna ropa provisional. Ya debo intentar ducharla y cambiarle de prendas. Suspiro y me llevo las manos a la cara, preguntándome si lo que estoy haciendo es lo suficientemente correcto como para justificar mi repugnancia como abominación humana. El orfanato no es un buen lugar; infinidad de criaturas dañadas salen de allí. Ahora Rūta es mi responsabilidad por lo que le hice a su hermano. Si se la entregase a Audra, ella me mandaría a prisión en menos de un chasquido y, lo más seguro, Servicios Infantiles no tardarían en sacarla de su lado, llevándosela al horroroso orfanato. No quiero que crezca con la palabra huérfana resonándole en los oídos. Es solo alguien normal, con una situación difícil.

Pero, cuando yo muera, ¿qué haré? Ella va a olvidarme; pero la vida no tardará en hacerle recordar que fui un horrible ser humano que intentó arruinarla. Habría cruzado el infierno por alguien que hubo de odiarme y saldará su tiempo aquí recibiendo la etiqueta de "secuestrada" a cada momento de su supuesta libertad. Debo de encontrar a alguien que le diga que intenté ayudarla; ya que, aunque no me interesa nada una vez que deje de sentir, allí podría bailar con la muerte para que mi legado no sea vergonzoso y la amnesia premie mi ignominia con la felicidad de quien se quede después de mí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.