La Villa de la Desesperación

Episodio 5

El camino es un gran valle repleto de árboles y arbustos de flores con espinas filosas. Rosemary se deleita con ellas, pero no toma ninguna porque es precavida. Se le dificulta caminar con sus articulaciones de marioneta de madera, pero se está acostumbrando. Ya no se tropieza a cada segundo. Simplemente avanza despacio.

Es de día. En el valle la brisa es fresca, no helada. El sol está oculto detrás de las nubes blancas. Como una barrera de neblina alcanza a iluminar sin mucha intensidad; suficiente para acompañar aquel supuesto destino que amedrenta a Rosemary. Tiene miedo; pero, pese a todo, desea lograr su cometido. Anhela salvar a su único amigo, anhela encontrar la manera de volver a ser normal; que sus articulaciones ya no den vueltas inhumanas. Anhela conocer Los Pantanos de la Bruma, aunque sea solo por el mero placer de conocer el mundo que la deja residir en él.

Rosemary advierte que la densidad de las nubes incrementa conforme avanza hasta aquel punto que brilla en su mente, gracias al hechizo de ubicación que Nebulosa le otorgó. Se pregunta si esa será la supuesta bruma referenciada en el nombre de Los Pantanos.

El pasto verde y el aroma a limas la guía cuesta abajo, de la cumbre de la montaña hasta el límite del suelo. Las zapatillas de Rosemary son negras y ajustadas, ni siquiera sabe si están adheridas a sus pies; pero las siente tan unidas a su piel que no desea ni intentarlo. Rosemary ni remotamente alcanza a distinguir en qué momento se redujo su mundo a un evento de humo, como una sala de ceniza en la cual llueven estrellas incendiándose. El color de la bruma es esotérico, en la brecha de lo paranormal, tan densa como el vapor envenenado por el frío de mil tormentas. Algunas luces resplandecen por la lejanía como relámpagos azules suspendidos entre el panorama maldito. Rosemary empieza a sentir frío, se abraza y camina esforzando la coordinación, procurando no caer mientras no esté segura de que el suelo frente a ella no es un camino que la deslice al infierno. El espanto está ciclado, como fantasmas que no pudieron llegar al cielo, ni siquiera tocarlo con sus manos. Rosemary traga con pesadez. De esporádico, la bruma se vuelve negra como polvo de carbón.

El frío repta desde lo desconocido y se desliza junto al aire. Rosemary se abraza con más fuerza, cierra los ojos ante la ventisca y da un paso de fe. Se hunde. Detrás de la pantalla acuosa se pierde el azul de los relámpagos y las sobras de luz solar. Rosemary agita sus brazos con desesperación y trata de respirar, pero solo consigue tragar agua con sabor a picaduras de hormigas. No sabe nadar y busca tierra; por fortuna, la palpa con sus pies. Se aúpa sin dificultad y logra asomar la cabeza por fuera del agua. Ya no se ve ni por asomo la textura de la solo sobra oscuridad. El agua en la que está sumergida tiene un fétido olor y un extraño tono verdoso.

—¿¡Hay alguien aquí!? —clama Rosemary, desesperada por ayuda. Aunque el peligro fuera ilusorio, el miedo que experimentó al hundirse de repente se sintió tan real. Sus manos siguen temblando.

Entre la oscuridad, Rosemary se pregunta si sería posible salir de este mundo y volver a ser una persona normal. Tal vez Nebulosa y Meteoro le logren revelar el secreto para conducirse lejos de esta apagada anomalía. No tiene mucha confianza acerca del entorno en el que está, sabe que un chapuzón hacia lo profundo sería para ella imposible de sobrevivir. Nunca aprendió a nadar, el agua en su ciudad siempre estaba muy fría. Se cuestiona si pudiera llevarse a Antanas con ella si todo terminase. Se cuestiona si es posible terminarlo todo y poder reiniciar.

El cielo no tiene textura alguna. Rosemary arrastra los pies hasta apoyarse de lo que no distingue entre las tinieblas, pero que no se percibe tan resistente como lo sería la tierra firme. El mundo parece una ilusión y la atmósfera un mazo que la aplasta. El agua bajo su torso se revuelve constantemente y la marea. Rosemary respira hondo por la nariz y deja ir su vida por la boca. Sus parpados apenas se pueden mantener abiertos. Estudia sus alrededores para dar con una posible salida del helado pozo que amenaza con no dejarla salir nunca.

El agua va arrastrando a Rosemary y al lirio que la sostiene. Ella ni siquiera distingue el traslado, pero sí advierte que el límite de la marea se acerca más y más a su rostro. Por el terror a caer en el vacío del pantano intenta apoyarse más sobre el loto; pero, por su desesperación y poco cuidado, la planta se rompe. Traga agua que sabe a metal y su rostro se va enrojeciendo con pánico. Mueve las extremidades de un lado a otro, en todas las direcciones y en todos los ángulos. Intenta alcanzar la cima, cruzar el portal que conduce al oxígeno y a la paz. Entre la inundación y la oscuridad, el cielo parece estar llenándose de polvo.

Cuando Rosemary siente que su vida se le escapa de entre las manos, roza sus dedos sobre la superficie de una liana. Torna su brazo por varios ángulos de 360° y, habiendo enredado su muñeca derecha, aferra su mano izquierda por encima. Se esfuerza por subir con la fuerza que le queda y logra retomar la respiración real y perfecta. Permanece es ese estado durante minutos enteros, cuestionándose su siguiente movimiento. No lo hay.

Si no sabe nadar es imposible cruzar las aguas del pantano hasta retomar al paraje de la bruma. Está en un aprieto. La duda la asfixia y la paraliza. Su única posibilidad es subir por la liana hasta dar con el árbol que la sostiene y, entonces, hallar un posible escape. Sus fuerzas se están viendo reducidas; pero se muerde el labio inferior y apoya sus dedos con aplomo determinante.




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