La Villa de la Desesperación

Capítulo 10

Todos quieren que hagas algo por ellos. Si no obedeces te ganas su enemistad y desprecio, pero ¿por qué habría de seguirlos después de haber dado parte de mi vida por ellos? Así es con todas las personas, siempre quieren algo del resto, ¡siempre! Y Laura no es la excepción, oh, no lo es, ¡es una maldita exponente!

Quiere que asista a la escuela; enfundándome en uniformes que desprecio, moviéndome según horarios estresantes, comiendo un almuerzo vomitivo, tratando con gente estúpida, escuchando clases repetitivas, siguiendo órdenes sinsentido; todo para llegar a ser alguien, ¡que dudo enormemente poder llegar a serlo! Quiere que busque amigos y que pase tiempo con ellos, quiere que limpie mi habitación, quiere que le abra los frascos de pepinillos, ¡quiere que haga todo! Y lo único que era mío, casi como un crimen que oculté desde que tuve que recurrir a él para sobrevivir: escribir mis sentimientos, ahora ella lo sabe y quiere que lo siga haciendo. Es como una maldita paradoja, ¡ya que ahora no quiero hacerlo!

Laura había dejado una nota plagada de corazones encima de mi almohada.

Querido Milán, soy Laura, ¡Marius me contó que aceptaste participar en el concurso! Estoy tan feliz y emocionada, seguro que lo harás genial. Motívate y en una noche lo tendrás listo. Solo procura no olvidarte de mí cuando seas exitoso. Ja, ja. Sabes que si quieres apoyo sobre el tema puedes acudir conmigo y mis amigos, porque todos te quieren como si fueras su hermano. Recuerda que los chicos grandes te podrían tener un poco de ventaja. ¡Besos, LAURA!

No sé qué me molesta más, si su obsesión porque desarrollé un pasatiempo o el que no me considere capaz de escribir un ensayo sobre la juventud sin asesorías.

Doblo la nota y me planteo si tirarla a la basura. Suspiro, resignado, y la contengo en un cajón del que nunca saldrá.

A veces no quisiera que nadie me conociera. Sin haberme quitado la mochila de la espalda, salgo de mi casa, de nuevo, y me encamino, como no suele ser, al centro de Vilna. Tengo a una persona muy importante que visitar.

Camino absorto en mis pensamientos. Mi sangre sigue ardiendo dentro de mí. Mi piel es un monstruo que me está envolviendo, que pesa tanto y me duele como agua hirviendo cayendo sobre mí. Mi sendero se marca por imponentes construcciones antiguas e imposibles, entre una vieja nube invernal con su dichosa atmósfera celeste brillante, estilísticamente violácea, que se desliza por detrás de la colina más distante que se pueda observar desde el suelo. El invierno suele aferrar sus uñas para nunca marcharse, no queriendo afrontar la despedida; pero siempre nos llegará la primavera, por más que él luche y se deshaga para permanecer. El sol siempre sale y lo asesina. No es la opción de nadie; es natural, es lo correcto.

El cielo está perfectamente nublado. No hay hueco alguno entre la espuma que flota bajo la inmensidad, sobre la nimiedad que es la vida. Maldita sea; yo sigo aquí, recorriéndola, y siendo aún más insignificante. La gente es muy seria y pasa bajo su nube personal de ideas, recorriéndome sin conocerme y olvidándome al segundo. De manera bilateral, los dejo ir de mi consciencia tan rápido como ellos aparecieron una vez. Me enfundo aún más entre mis ropajes, prohibiendo a cualquier otra enfermedad romper mi afectado sistema inmune. Maldita sea, soy tan frágil, tan débil, tan fácil de desplomar. Maldita sea, soy tan tonto, soy tan susceptible al dolor, soy tan cambiante... e imposible.

Maldita sea, estoy tan enojado porque se supone que mi mundo sería mío. Mío. Mío. Hoy me sorprendí rompiendo una pared de la ciudad, mío, era un callejón oscuro, mío, la desplumé a golpes, mío, quería cigarrillos, mío, los conseguí. Me harté una mitad de cajetilla y guardé dos en mi abrigo. Mío. Quisiera... que alguien me abrigase algún día. Mío.

Y de nadie más. Mi mundo debería ser mío. Quisiera que vivir no doliera tanto. Dispararle a la vileza teniéndola frente a mí, con apoyo de mi desilusión, liberando mi alma del dolor. Hoy no moriré, aunque tanto lo desee; al menos de que me nazca otra fiebre mortal, al pisar otro peldaño roto de la ciudad. Mío. Mi mundo debería ser mío.

Avanzo por las calles de Vilna. La poca gente que hay no despega la vista del suelo, como si la belleza de la naturaleza y las construcciones no significaran nada. Ellos viven y se acabó. Desearía... ser así.

Según Rūta, junto a un cuadro de bellas y grandes flores rosas como los caramelos de fresa, en un apretado compartimento de contención material, quedaría el departamento de Audra, novia de Antanas.

Mi estómago se revuelve y quiero vomitar aquel sándwich de salchicha en el primer arbusto junto a los departamentos; por suerte, logro tragarme la bilis en un desagradable autodominio. Advierto por mis brazos que he de estar tan pálido como un fantasma, o algo rojo como un campesino. Me acerco y mis piernas tiemblan a demasiada velocidad. Me aferro al primer muro. Respiro hondo y marco el ritmo de mi corazón con mis dedos, calmando su maléfica celeridad. Al instante me percibo exangüe; podría caer si mi voluntad cediera al no equilibrio. Un regusto acre penetra en mi boca como amoniaco. Mi piel vuelve a arder. Siento un derroche de dificultad. Es tan dolorosa.

Tiemblo, aprieto los parpados y ahogo un grito. Sangre, agua dulce, la ribera que acogió lo maldito y unos cuantos sueños ahogándose como marinos cayendo a lo profundo, atados a una constelación entera. Me abrigo y suelto lágrimas que desconozco a quién van; si a la vergüenza, si al arrepentimiento, si al enojo, si al miedo. Mis ojos se deshacen, se ahogan, pintan su marrón de negro, se inyectan en sangre y piden ayuda. Auxilio.



#175 en Joven Adulto
#287 en Detective
#236 en Novela negra

En el texto hay: crimen, asesinato, madurez

Editado: 26.07.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.