La Villa de la Desesperación

Capítulo 2

¿Qué clase de cuidador sería sin un centavo para gastar en mi promesa? Ayer le traje otra muñeca vieja a Rūta, gracias a un descuido de Laura quien dejó la puerta de su recámara abierta. Me sorprendió que Rūta la apartó sin más. No suelta la primera muñeca que le di y sus costuras se empiezan a descoser. Me entristece, me siento inútil. Tengo que conseguir un trabajo, tengo que proveer, unirme al sistema capitalista que es maligno pero apasionante.

Es un compromiso para mí, así que me pongo manos a la obra. Mientras afuera cantan las lechuzas bajo la luz de la luna, buceo entre un manojo de periódicos que tomé esta tarde. Ausculto alguna brillante opción entre los clasificados. La situación laboral actual no es la más exitosa ni abundante, así que todos los trabajos son informales, temporales o sin salario. Además, al parecer, todos te quieren mínimo de dieciocho años. No sé conducir un tráiler, no sé suficiente estonio y no sé qué es una hoja de cálculo. Suspiro hondo. Esto no tiene sentido.

Pongo una alarma para las cuatro treinta de la madrugada y coloco mi teléfono en el borde del escritorio. Nivelo los periódicos bajo mis sábanas tiradas en el suelo, apago la luz y me arrojo a descansar. Todos mis huesos duelen y no sé ni siquiera por qué.

—Buenas noches, Milán —suelta Rūta, quien sigue elevando a su muñeca rubia de un lado a otro. La observo entre las penumbras.

—Rūta... —hablo en un hilo de voz, preocupado por su continuo sosiego. Una niña de ocho años no debería vivir una vida tan sedentaria—, ¿te gustaría salir a jugar un día de estos por aquí en el bosque? Algún día de la semana podría dejar la escuela para acompañarte.

Ella se ríe. Frunzo el ceño, confundido porque no me responde afirmativamente, como lo haría cualquier niño en su lugar.

—A veces camino por el bosque mientras no estás.

—¿Qué?

—Pensé que para eso dejabas la puerta abierta. ¿Está mal?

—No. E-está bien, n-no... no... Estás libre..., puedes... hacer lo que quieras.

Rūta sonríe con compromiso y regresa la mirada hacia su muñeca. Mi soñolencia se ha espantado completamente. Observo con detenimiento al techo oscuro.

—Eres una linda muñeca —desliza en un susurro que logro escuchar. No sé por qué, pero los vellos de mi nuca se erizan. Tengo frío y se me está dificultando respirar.

—Solo que..., Rita —retomo con solemnidad—, cuídate mucho. Por favor.

Al llegar de la escuela me encontré con Saulė y Janina acompañando a mi hermana. Saulė habla con ella en la cocina mientras Janina termina unas llamadas con su hermano mayor. Estoy por pasar de largo hasta que escucho a Janina mencionar palabras como "precios", "compradores", "distribuidores". Frunzo el ceño y, de inmediato, recuerdo que el papá de Janina es el gerente de una tienda de ropa en el centro comercial. Janina, siempre comprometida con los cánones de moda, es asesora de los directivos al seleccionar las marcas de ropa para adquirir.

Me coloco delante de ella apenas cuelga el teléfono. La castaña, sorprendida, me sonríe con amabilidad. Su cara es pequeña, sus labios están pintados de un brillante rosa y usa aretes pequeños de orfebrería. Mi rostro se refleja en sus ojos verdes. Le sonrío yo también mientras conecto las palabras en mi mente para pedirle que me presente a su padre.

—Hola, Milán, ¿cómo estás? —recibe con una dulzura sutil, incluso, indirecta. Yo nunca inicio mis conversaciones con ella, de hecho, siempre busco terminarlas. Suelo evitar a los amigos de Laura.

—Bien, bastante bien. Este..., no sé cómo decir esto, pero..., ¿podrías conseguirme trabajo en la tienda de tu padre?

Janina inclina la cabeza y frunce el ceño, extrañada por mi repentino deseo de trabajar. De pronto, como conectando cables, se ilumina su mirada. Su mirada es hermosa.

—¡Vas a escribir al respecto!, ¿no? El ensayo en el que estás trabajando.

Se debilitan los músculos de mi rostro y niego con terror manifiesto. Intento pronunciar un no; pero es ridículo, ya está convencida.

—¿Laura te lo dijo?

—Se lo contó a todos. Dice que su hermanito es un escritor fantástico.

Mi piel se sonroja y mi sangre se calienta. Siento que mis venas transportan un punto de hervor, deslizando ácido sulfúrico y amoniaco corrosivo. Siento que mi cuerpo se va a derretir en un segundo.

—Lo siento —. Estoy por retirarme corriendo a mi habitación, pero una mano adornada con brillante esmalte plateado me detiene. El ambiente está ahora perfumado con el aroma de las cerezas.

—¡Eh!, pero..., ¿no será otro tu motivo?

—¿A qué te refieres? —cuestiono, alertado.

—Pues..., ya sabes —. Empieza a bajar la voz—. Su economía..., Laura no nos ha querido contar nada de ello.

Laura tiene su propia moral e ideas de qué se debe de compartir y qué no. Es hostigadora. Pero, por esta vez, y delante de su mejor amiga, con la que nunca he sido sincero en mi vida, aprovecharé su idiosincrasia hacia mi propio beneficio.

—Prométeme que no le dirás nada a mi hermana.

—Lo juro.



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En el texto hay: crimen, asesinato, madurez

Editado: 26.07.2025

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