La Villa de la Desesperación

Episodio 7

Se ha hecho largo el camino y Rosemary camina sin objetivo. La brisa es imparable y agita los pastizales con violencia, girándolos hacia la dirección contraria al sol. La esfera naranja flota hacia el horizonte de la perdición, como un globo en llamas quedándose sin helio hasta acabar vacío. Las aves pintan el cielo a través de la inmensidad, los verdes peinados de los árboles decoran los alrededores sin ser invasivos y las nubes, hechas de algodón, reintegran su barrera entre el viento congelado de las alturas. Rosemary se pregunta por qué, caminando con indiferencia, ninguna dosis de paz es suficiente para calmar aquel disturbio mental que la está destruyendo. Desde que él se fue, su alma se encuentra pesada y la arrastra como un esqueleto dibujado en un puntillismo de sangre, tergiversándose como una alucinación adentro de su mente, resultando en un tono psicodélico y desolador, como una iridiscencia en un charco de lluvia nocturna.

Han pasado quince noches desde aquel día. Rosemary suele observar la luna con detenimiento. El azul de su resplandor le recuerda a su misión; en específico porque este incrementa conforme pasan las noches. Se pregunta si el mayor tiempo que pase es el mayor poder que perderán los Guardianes. Se pregunta adónde debería ir; vagar por los alrededores y sobreviviendo, a pesar de su poca hambre, con frutas, no es para nada saludable. Ha estado durmiendo entre arboledas. Sus pies están cansados y la angustia la transcurre constantemente, como una enfermedad mental.

El tiempo es barato y se gasta como un derroche de vino. Máximo, sin reconocer aquellas palabras al pie de la letra, ahora experimenta su significado. Su mente no había solido trabajar desde que nació, sus manos jamás habían estado tan sucias ni su estómago vacío y necesitado. Su piel pálida e inmaculada solía ser un escudo estático, invulnerable, impenetrable. Máximo, protegido hasta los huesos desde el principio, se encontró a sí mismo sin un segundo de sueño profundo, privado de la seguridad y del cariño al que estaba acostumbrado. No ha logrado dormir en dos días y solo se mantiene en pie por el miedo, ese tan intenso que sienten los cobardes frente a la verdadera desesperación, caminando vulnerables por primera vez. El hambre se apodera de su cuerpo y toma el control de su mente; no ha podido dar con nada más que bayas y nueces.

"Si solo mi padre estuviera aquí", llegó a pensar Máximo, "ningún cuervo de estos se me resistiría".

También llegó a enfrentar varios minutos de pánico al enfrentarse a otras almas perdidas, que vagaban a través de El Limbo de las Almas. Gėlė Devyras le advirtió que no confiara en nadie, porque cualquiera que conociera al hijo de Valor iba a querer secuestrarlo, mutilarlo y dejarlo morir, apenas tuviera la oportunidad de hacerlo. "Si solo mi padre estuviera aquí..." se iba reiterando.

Cuando se encontraba con algún alma corría despavorido sin mirar atrás, para no arriesgarse a ser descubierto. Su única ventaja ha sido no ser reconocido físicamente por nadie que no haya pisado La Casa del Vértigo para verle en persona.

A veces también se lamenta por su padre y no solo por su ausencia, pero eso es más raro. Preocuparse por Valor nunca ha estado en sus necesidades, ya que él siempre habría de volver. Cuando él tuvo que irse de emergencia al Desierto Místico en compañía de Desidia y no hubo de regresar en la fecha acordada, ni cinco días después, Gėlė se derrumbó en su propia cama.

Gėlė fue maldecida hace años, es parte de ella. Eva Niebla, la bruja de Los Pantanos de la Bruma, la maldijo por envidia, porque estaba comenzando a hacerse más fuerte que ella. Como un mundo drenado en el anacronismo, Gėlė ha ido perdiendo progresivamente el color; su cabello castaño fuerte se ha tornado fangoso, su piel blanca con retazos de color se ha vuelto de un rojizo fatigado, sus ojos azules ahora son de un negro profundo y sus labios rosas quedaron vueltos un leve trazo en el papel.

Máximo estaba consternado; no podía controlar las peleas entre las almas residiendo en Los Pantanas de la Bruma, siendo este el trabajo de su padre. Se adentró en la recámara de sus padres y se hincó junto al lecho de su madre. Le confesó que estaba harto de que nadie quisiera obedecerlo; sin el poder de su padre para castigarlos y mandarlos directamente a La Condena Eterna, no tenía sentido, nadie los iba a obedecer. Entonces, decidido a dar el siguiente paso, le indicó a Graži Žibuoklė, la esclava cuidadora de su madre, que se retirase y los dejase hablar.

Gėlė, debilitada y casi tan gris como una ciudad de platino, apenas y lo podía escuchar. Máximo no sabía exponer sus ideas, se tropezaba y volvía a empezar, tartamudeando. Sabía lo que quería hacer, pero estaba convencido de que era absurdo y de que no tenía una manera correcta de dar con el rastro de Rosemary. Se iba a dar por vencido, asumiendo la ridiculez de sus intenciones, cuando Gėlė le leyó la mente y acertó en darle una solución. Aunque no lo dijo, estaba feliz porque su hijo al fin tomaba la iniciativa en algo.

Nebulosa y Meteoro le habían dado a Valor una piedra vigía con la esencia de Rosemary para seguir sus pasos. Gėlė le confesó a Máximo que, si Valor hubiera vuelto en tiempo de su misión en El Desierto Místico, habría atrapado a Rosemary y, junto a Desidia, su demonio en el hombro, la habría obligado a morir para sacar la luna azul de El Limbo de las Almas.

Su travesía comenzó con una provisión de comida y agua abundante guardada en una mochila de cuero. Para su infortunio, tres días después de salir de casa, un grupo violento de almas perdidas lo atacó y le quitó todo lo que tenía. Lo golpearon y él solo atinó a hacerse pequeño en el suelo. Nadie hubiera sabido que él era Máximo, futuro Emperador de la Bruma, hijo del imponente y poderoso señor Valor.



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En el texto hay: crimen, asesinato, madurez

Editado: 26.07.2025

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