La Villa de la Desesperación

Capítulo 5

El primer agente, Andrius, es alto y meditabundo, seguramente fanático de las novelas de Sherlock Holmes. La segunda agente, una soñolienta y rechoncha asistente, porta en su chaleco un gafete en el que se graba "Zofia Jankowski". Al parecer, fueron los mejores que la comisaria tenía para dar. Un perro se llama "Rompe-bolas" y el otro "Huesitos". Me aterra el primero, siento que le gusta mi olor.

—¿Te asusta el perro, niño? —había preguntado irónicamente Zofia, con ese tono áspero de fumadora compulsiva que exhibe. Desvié la mirada y ella se burló.

Pasar junto a Zofia y Andrius es hundirte en una capsula de humo de cigarro. Apestan a tabaco y, aunque soy una chimenea, ahora no puedo soportarlo; recién acabo de vomitar toda el agua que bebí en un mes. Me he quedado a un lado de Audra desde que abandonamos la cabina en el centro del bosque. Ahora nos dirigimos hacia mi nueva casa. Mientras Zofia y Andrius discutían nimiedades y se reían de mi pánico a su perro acompañante, Audra murmuraba, sinceramente, sus pensamientos.

—¿Sabes? Nunca he confiado en los policías, Milán. Ni cuando era una niña y ellos se veían tan valentones en los programas estúpidos de televisión. Me daban miedo. Era una ansiedad horrible ver sus pistolas y pensar en la capacidad que tenían para, en un segundo, reventar de la manera más sangrienta la cabeza de alguien. Además, siempre los sentía tan pretenciosos, empoderados absurdamente, siendo que en la realidad son inservibles. Por lo menos estos que me dan para encontrar a Rūta.

—Además —añado de pronto—, en los shows policíacos siempre arrestaban a personas buenas, que solamente se equivocaron y que jamás cometerían un delito otra vez. Pero llegaban las autoridades y los hacían pagar, como si la venganza fuera a devolverle el sosiego a las familias de las víctimas.

Audra piensa en lo que digo por un segundo, pero niega rotundamente.

—No, no..., eso es bueno.

Abro la reja que divide nuestro hogar del resto del mundo. Los demás entran detrás de mí. Intento mantener la compostura mientras los guío hacia la entrada de mi casa; hasta que, como un fantasma detrás de un cristal, observo a mi madre agachada delante de las plantas del invernadero, en el maldito invernadero.

—Discúlpenme —comunico con una sonrisa visiblemente intranquila.

Salgo corriendo hacia el invernadero y entro sin miramientos. El aroma a fertilizante me golpea como un puño. De rodillas, escuchando música, está mi madre, desobedeciendo a mi última instrucción. Apoyo mi mano en su hombro con determinación y hasta entierro mis uñas. Ella retira su hombro con agresividad, incluso antes de voltearme a ver. Tatúa un rostro compungido, más de lo habitual. Se quita sus auriculares de alta gama y me hace un gesto de pregunta con tintes de repulsión.

—¡Creí haberte dicho que no entraras aquí, mamá!

—¡Ay, hijo! ¿¡Qué serpiente te mordió!? Solo estaba arreglando lo que no hiciste. Las pobres plantas necesitan más fertilizante y agua —. Mantenemos miradas fijamente por diez segundos, la mía inyectada en sangre, seguramente. Mi corazón está agitado y mi respiración mueve mi pecho de arriba a abajo. Ella suspira y murmura—. Milán, tu aliento apesta a vómito. ¿Qué pasó?

—La policía está en el jardín y quieren hablar con nosotros.

—¿Cómo dices?

—¡Sal, sal, sal!, ¡y deja tus malditas plantas!

—¡Deja de gritarme, Dios! Vas a quedarte afónico—. Mamá se levanta y se sacude la tierra de su uniforme de jardinería. Suspira y pone los ojos en blanco, antes de enredar el cable de sus auriculares y guardarlos en el bolso de su traje—. Estoy segura de que es una equivocación, ya relájate. La psicóloga nos dijo que no debías dejar que estos ataques afectaran a las personas que te rodean, ¿no recuerdas?

—Sí, lo recuerdo, ¡apresúrate!

Me pone los ojos en blanco, antes de salir con una sonrisa robótica a saludar a los policías. Andrius no pierde el tiempo y cuestiona si ella es Sabina Šniegas, la famosa pintora que llegó a llenar galerías. Mi madre se encontró extrañada ante la pregunta tan específica.

—Ya estoy retirada, señor...

—¿Por qué, tesoro? —soltó Zofia.

—¿Por qué no? —ríe bobamente, con sus manos en su uniforme. Zofia endurece el gesto y mi madre suspira hondo— Me gustaría una explicación acerca de por qué vienen y entran a mi casa, así como así. ¿No necesitan una orden para eso?

—La conseguiremos si es necesario inspeccionar su hogar —repone Andrius, confundiendo y asustando a mi madre—, por el momento solo necesitaremos sus más honestas respuestas.

—Pero... —. Mamá tartamudea palabras incomprensibles y se vuelve hacia mí, enarcando agresivamente las cejas. A mi pesar, asumo que tengo que saltar en su rescate. Para mi suerte, entre más lejos del invernadero mejor.

—Señores, ¿no quisieran pasar al interior de la casa? —cuestiono. Todas las miradas caen en mí de pronto. Mis mejillas se sienten hirviendo. Hay silencio y, desesperadamente, finjo una tos— ¡Me siento tan enfermo que podría morirme!

—¡Solo miren qué tan blancuzco está! —recalca mi madre.

Después de un "toma y dale" de dudas y desviaciones, ambos agentes, con un gesto que refleja su hartazgo y disgusto, acceden. Los conducimos hasta el portal de la casa. En una de las columnas junto a la entrada donde cuelgan dos maceteros y una jaula vacía, Andrius ata la correa de los dos perros. Con Audra a mi lado intento hablarle en voz muy baja, mientras mi madre se ocupa de exacerbar a Andrius y Zofia con un circunloquio de nimiedades.



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En el texto hay: crimen, asesinato, madurez

Editado: 26.07.2025

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