La Villa de la Desesperación

Capítulo 6

Rescaté mi paraguas del clóset, mientras mi madre se ocupaba de convencer a Laura para que abriese la puerta de su habitación, y corrí tan rápido como me lo permitían mis piernas. Formé tantos sándwiches de salchichas como me lo permitieron mis manos, rescaté agua y jugo del refrigerador, además de unas serpentinas, y lo guardé todo en la multitud de bolsillos con cierre de mi chamarra y de mi pantalón. La lluvia iba intensificándose. Fui a través del patio y recorrí el sendero hasta los últimos retales de ciudad. Corrí por las calles encharcadas de Vilna y por el centro de comercio hasta Ozas. Cada gota suspendida en las puntas de mis cabellos vislumbraba los rieles de iluminación adheridos a lo alto del lugar. Mis ojos resguardaban películas acuíferas que enrojecían mi mirada. Los pies me dolían a cada paso que daba; la sangre los iba a hacer estallar, dejando mis zapatos ensangrentados y liberándose del calor.

La misma aura a sexualidad desesperada cubierta bajo el manto de moda y estilo se propagaba a través del portal de la tienda del padre de Janina. El aroma a lavanda me embistió con fuerza y descontrol, apenas puse un adolorido pie en el tapete principal. No había nadie comprando en la tienda y por los pasillos del centro comercial no había más que pobres transeúntes que se protegían de la lluvia. Ni siquiera miré a la trabajadora del mostrador cuando corrí hacia la puerta de la trastienda. Me colé con sigilo y escruté al penumbroso lugar, deseando no encontrarme con Dovidas. Di unos cuantos pasos en dirección al límite oeste del almacén, en donde quedaba la salida al exterior. Desde esta se hacían escuchar los golpes de una hemorragia que sufría el cielo, deshaciéndose en torbellinos de lágrimas de sangre a través de una humanidad, que le observaba morir, a través de una ventana, en la penumbra.

Ausculté con cuidado mis alrededores, cuidando todos mis pasos como si el suelo estuviera echo de papel y cada rumor flotara como fuego. Me escondí tras una montaña de cajas y observé la sombra de Dovidas bajo las ropas colgadas de los percheros. Él se movía de un lado a otro, pero no se acercaba a la salida; entonces tomé mis chances y salí de mi escondite. Junto a la salida se había encontrado, desde hace días, un carrito de paredes selladas para transporte de mercancía. Lo secuestré. Abrí la puerta, salí con él y la sellé de vuelta. Con la adrenalina del momento, corrí bajo el manto de la lluvia empujando el ligero transportador. Metros adelante abrí mi sombrilla verduzca y me hundí en ella para no ser visto. Con una mano y el peso de mi cuerpo conduje el carro hasta llegar al pequeño invernadero de mi casa.

Felicité a Rūta por su talento para mantenerse quieta y taciturna. Ella me asintió sin verme por estar jugando con sus muñecas. Le dije que debía entrar en aquel carrito y, por primera vez, vi que puso una cara de asombro y disgusto hacia algo.

El impacto y la capacidad de aumentar de la lluvia no maneja un término. Mi mente se adormece apenas, concentrado, empiezo a pensar. Es como una cura contra la agitación, simplemente comenzar a ordenar las ideas de mi mente como una perfecta canción. El diluvio ejerce una mística niebla grisácea, resultado de los cristales de la helada que parecen polvo de diamantes. Me río por mis pensamientos ilusos, como sueños del exterior alumbrando el silencio. Me inclino hacia la tapa del carrito y golpeo dos veces, antes de preguntarle levemente a Rūta si se siente bien allí. Ella murmura una señal afirmativa. Le pido que descanse; no sé si la distancia ocupará horas o años.

Es imposible volar hacia mi destino. La brisa empuja chorros entrecortados de agua esporádicamente hacia mi rostro. Remolinos de nubes negras dan vueltas bajo el sol y no le dejan verse, todo es oscuridad, y espejos de agua cayendo desde la galaxia. El mundo cayó en un filtro frío, níveo y leve. No me deja ver el centellar acelerado de un auto que venía por la calle. Su impulso me agita el cabello empapado y me hace sentir criogenizado entre mis ropas húmedas. Necesito encontrar adónde ir; aunque, más que nada, debo hallarle a Rūta un buen sitio donde quedarse.

¿Adónde va quien no tiene adónde ir? Como un perro de la calle ahogándose en agua de lluvia o corriendo al refugio de un tejado sobresaliente. Si estuviera yo solo, si nadie me necesitara, asumiría que me merecería vagar hasta el sinsentido. Pero, con una niña bajo mi cuidado, he de hallarme un sitio en la vida con tal de no caer cien metros hacia el suelo y sonreír porque escapé de quien me ocupaba.

Me repito que es lo correcto. Vacío mis pulmones y me adelanto a través del empedrado de un callejón con camino al centro comercial de la ciudad y a Ozas.

Asimilo al llegar que no existe posibilidad alguna de pasar por cualquier entrada de este enorme escaparate de lujo, así que opto por deslizar a Rūta a través de los recorridos exteriores. La lluvia ya va cesando y mi paraguas ha obrado con maestría. Supero la última esquina y, a unas pocas puertas de metal con grandes carteles que prohíben el acceso, llego a la entrada trasera de la trastienda de la tienda de ropa.

Inflo mis pulmones y suelto el aire como si fuera el helio de un globo. Mi corazón se acelera y mi respiración tiembla. Acerco mi oído al metal frío de la puerta de metal e intento escuchar algo proveniente desde dentro. A la lejanía se oyen gritos como de una discusión. Frunzo el ceño, confundido; aunque confiado porque la distancia parece prudente como para escabullirse.

Empujo la muralla con parsimonia, solo lo necesario, y me cuelo entre un pequeño hueco. Corroboro que no hay nadie. Los gritos vienen del lugar de Dovidas, pero no es él quien los da. Cuando noto un tono de regaño lo comprendo todo. Más vale que me apresure antes de que "el jefe" quiera atentar contra mí también. Abro la puerta y ruedo el carrito hasta el interior. Con sigilo sello el metal. Empujo el transportador hacia una esquina apagada y telarañosa del almacén. Muevo un montón de cajas que ayer yo mismo tuve que poner encima por orden de Dovidas. Al retirar la última caja sellada con abrazos de cinta canela, se deja ver una trampilla pegada al suelo. Jalo el pestillo y empujo la placa de madera.



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En el texto hay: crimen, asesinato, madurez

Editado: 26.07.2025

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