La Villa de la Desesperación

Episodio 9

La caminata comenzaba a fulminar a Rosemary y Máximo, antes de que Ventus se detuviera al golpe del alba matinal, apenas saliendo del eterno bosquejo. Estudia los alrededores y les indica que salgan. Máximo le ofrece la mano a Rosemary para saltar un grueso tronco, pero ella la niega.

—No necesito tu compasión —. Con su única mano se apoya en el tronco y se desliza por encima hasta aterrizar por el lateral izquierdo.

—Perdón por... eso. Mi padre puede tener un mal temperamento.

—Solo perdí mi brazo, yo lo considero un temperamento promedio—ironiza, sin mirarle.

—En su defensa, estuviste por matar a su hijo.

—¿¡No podemos dejar de hablar de eso!?

—¡Perdón porque me consternó estar tan cerca de morir!

—¡Ahg!, ¡ya lo habíamos discutido! ¿Acaso no querías ayuda con tu luna anafiláctica?

—¿Acaso no querías a Antanas de vuelta?

—¡Oh, no me vas a amenazar!

Entonces, una flecha de madera se dispara entre ellos y se clava en un roble tras la escena. Ambos guardan silencio y, con miedo, voltean a ver a Ventus. Él los asesina con una mirada seria.

—Compórtense..., ya casi.

Ventus se dirige de nuevo hacia el frente y los chicos vuelven a cruzar miradas.

—¿Ya casi qué? —susurra él.

—¿Yo qué sé? —suelta ella, encogiéndose de hombros.

Entre la niebla blanca y suave no se distinguen figuras sombrías ni estructuras adivinables; sin embargo, Ventus avanza confiadamente. Las hebras de pasto verde se van aplastando sin remedio a través del rastro que dejan. No hay ningún ruido entre el mundo que están visitando. Las rodillas de Máximo sufren el cansancio; pero a Ventus no le afecta, él tiene que fulminar las instrucciones. Es lo que le corresponde.

La humedad se percibe fría y Rosemary se cubre la boca y la nariz con su manga libre del lado izquierdo. Solo espera no capturar un resfriado. Sus pestañas cubren su visión, ante una ráfaga de viento que la embiste. Entre la pantalla de humo cándido, sereno, se extravían las sombras de sus acompañantes. Cuando los pierde, las siluetas entre sus recuerdos asemejan estar hechas de tinta.

Rosemary camina con su instinto en línea recta, cuidándose de un resfriado imaginario. Lleva silencio por dentro y sus pisadas se pierden en su tácita desatención a la realidad que la va acompañando como una nube de plomo. Mientras está centrada en su mundo, una sensación de inquietud la embiste y le cuestiona su seguridad. Hay silencio, pero se dejan oír rumores de pisadas por los alrededores.

La niebla, la duda, la sensación de inquietud. Es como no ver nada, es como si fuera ciega y esa fuera una negrura blanquecina. Es una nevada hecha de vapor, arrojada a flotar sobre la montaña, sostenida en el aire. El clima es caliente y frío; por una parte, la presión atmosférica la comprime y le hace sudar, como si estuviera debajo de una placa de acero, y, por la otra, está sostenida en una pantalla de inverno.

Rosemary camina con dificultad a través de la pendiente de la montaña. Sus zapatos aplastan el pasto. El sol está escondido tras las barreras de vapor. No es tarde, pero se siente como si la noche fuera a llegar en cualquier momento. Rosemary se empieza a preocupar. Traga saliva y aprieta los puños.

—¿Siguen aquí? —cuestiona, hacia el vacío brumoso. Voltea de un lado a otro, cuestionándose si ha seguido el camino correcto. Pasea en su mente durante largos segundos; hasta que, de pronto, atraviesa la barrera de lo que se creía imposible hace segundos. Solo Ventus está entre el pasto verde, bajo una línea de cielo azul que delimita aquello con vida y que es colorido, en contraste con el frente: perdido entre nubes negras y aire apesadumbrado. Ventus solo contempla un castillo medieval en la lejanía. La vista poética adormece los sentidos de Rosemary, quien sonríe y camina hacia él, para contemplar juntos las fantasías de esa realidad.

Desde la niebla, clamando repetidamente el nombre de ella, la figura de Máximo se va dilucidando. Apenas observarla se doblega, apoyándose las manos en el estómago. Le falta la respiración.

—¿Dónde estabas? ¡De un momento a otro te perdí de vista!

—¿No tenías una vista perfecta en la bruma? Con ese título de emperador y tanto de lo que recalcas...

—Tenía la mente en otra parte.

—Ah, perfecto, entonces ¿la del problema sigo siendo yo?

Máximo tuerce una sonrisa y se acerca a ellos, dispuesto a contemplar la vista también. Rosemary descifra en él un aura que le parece extrañísima para su persona: melancolía. Con cautela le pregunta:

—¿Qué tenías en mente?

Él vacía los pulmones y, con sutileza, responde:

—Solo... mi madre.

La tormenta en la mente de Rosemary se apacigua al instante, en confusión y sorpresa. Vacía los pulmones de golpe y, cerca de él, susurra:

—Creo que yo también me perdí por estar pensando en otras cosas —. Con su única mano le palmea la espalda, lentamente—. Lo siento.

En compañía, después de unos segundos en silencio, ambos se tranquilizan. Máximo, en soñolencia, eleva la mirada hacia donde Ventus, reflexionando, lo hace.




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