La Villa de la Desesperación

Capítulo 9

Como un angustiado licántropo, atravieso el bosque entre la oscuridad, espesa y amarga. El aire es feroz y las estrellas han desaparecido. Él me empuja, agita mi cabello sucio y provoca un estrago a través de las arboledas, bailando en su ritmo presto; como un melodrama invernal.

Me siento perdido, aunque mis pisadas tienen una dirección. El olor de la tierra húmeda acaricia mis poros nasales y agita mi estómago. Siento que podría desmayarme. Cuando me atraviesa una punzada de melancolía, quisiera golpearme la cabeza con los puños. La luna está perdida entre el follaje, reptando a través del cielo con parsimonia. Mis brazos cuelgan sin ánimo. Mi abrigo no termina de bloquear el raudo viento que me fustiga indolentemente. Mis oídos se ahogan en sonido. Mi ímpetu se derrite a través de la ropa que templa mi piel. El vigor que me sobraba ahora es un mal chiste que se distorsiona entre el crujir de las ramas bajo mis zapatos. Mi vida se ha vuelto tan fría.

En mis bolsillos guardo una estrategia tétrica y aún no deja de darme vueltas en la mente. Me pregunto, desairado, si en el precipicio todavía quedan huellas de aquel pecado. Es como niebla cada vez que alzo la mirada, es como una nube de ceniza cada vez que cierro los ojos.

Las hojas que caen como cadáveres parecen mariposas emprendiendo su vuelo hacia el infinito, directo hacia el rubor del sol en otra parte del mundo. El viento toma mi ropa y la agita, haciendo gritar los frascos que guardo en mis bolsillos.

Al fin se abre la boca del bosque y puedo resbalar hacia la cima. El Pico de la Insensibilidad y La Caída Infinita siguen igual desde la última vez. Es increíble que ya haya pasado un mes entero. Mis dedos aún no se irguen por completo después de aquel brote de salvajismo. A pesar del tiempo, todavía resuenan las burbujas de su última respiración bajo el agua como campanas dentro de mi cabeza.

Espero que, después de esta noche, nunca vuelva a molestarme.

"Milán jamás se molesta", había dicho mi madre cuando era pequeño. Era muy tímido como para explotar. Muy poco sincero como para decir lo que sentía. A veces temo pensar que, si viajara en el tiempo, con la misma personalidad que tengo en el presente, nadie advertiría la diferencia.

Sé que una buena persona, responsable de sus emociones, controla sus sentimientos para no herir ni contagiar a los demás. Lo he hecho toda mi vida; dejando a la deriva mis propias palabras que ahora perdí. Simplemente ya no puedo, ya no consigo controlarme. Hoy me he cuestionado por qué sigo aquí tantas veces; se van mis ganas de cuestionármelo otra vez, simplemente ya no quiero seguir así.

Desde que estaba en el salón de clases, no he hecho más que hundirme entre mis brazos para presenciar mi vida irse, tan rápido como una estrella fugaz. Siempre he querido vivir así, con tal de dejar de respirar tan pronto.

El precipicio está tan oscuro como óxido de hierro en la piel, dibujando apatía y pérdida. Por lo lejos se divisan figuras de polvo en una oscuridad perfecta. Nadie adivinaría lo que se esconde en la profundad; se quedará allí hasta el final del mundo.

Pasan las horas y me empiezo a cansar. La Villa de la Desesperación descansa entre mis manos, trascendental e incompleta, como un álbum de fotografías que se perdió en la mudanza. Las letras han dejado mi cabeza como un derroche de dopamina y ahora enfrento la abulia; un corazón vacío frente a unas hojas llenas con las palabras que me han drenado.

Acaricio las palabras como un abuelo recordando los viejos tiempos. Enfrento que ahora esta es mi única vida, porque eché a perder todo lo que me ataba a la real. Ya no me quedan recuerdos valiosos, ni nada, todo me resulta brumoso e insignificante. Todo lo que significa para mí son estas páginas que se han vuelto mi existencia. Ya no puedo esperar para terminar, para dejar caer mi cabeza en una almohada tan ligera como los suspiros del invierno.

Mi piel se congela mientras observo la distancia de La Caída Infinita y el cielo penumbroso y sin estrellas. Voy asimilando que va llegando mi tiempo. Sarcástico, sonrío y cierro mi cuaderno. Lo guardo en mi mochila con parsimonia y vuelvo a ver la luna, dejándose morir lentamente entre la oscuridad del universo. Cómo extraño a las estrellas esta noche, maldita sea. ¿Dónde están?

Intento concentrarme en el pasto o en la sensación refrescante en el aire de primavera. Trato de sentirme real, solo para descubrir si así se me pasa el apremio de levantarme y conseguir despegar, hacia el olvido. Tal vez alcance el cielo mientras me deshago en gotas de agua cristalina. Cayendo me abrazaría la sensación de finalmente conocer la libertad.

Suspiro y me llevo las manos debajo del mentón, luego apoyo mis codos sobre mis muslos. Estoy cruzado de piernas. Estoy pensando en la realidad más decrepita para que me haga sentir vivo. Estoy decepcionado de mi mundo y de mi propia personalidad. Vivo intranquilo por mi timidez e intrascendencia. Sigo alejando a los que quiero volviéndome más y más huraño, taciturno y sin reacciones. Vivo en una mente perturbada y mi cara es seria como la de un zombi. Me sigo preguntando por qué no puedo parar de tropezar. Flagelar mis intentos de ser feliz. Derrotarme con cada noche perdida. Lamentar los momentos en los que pensé cambiar.

Me llevo las manos a los bolsillos y rescato cuanto tengo. Todo cae en la tierra oscurecida por la noche; aunque las monedas brillan como relojes colgando de una cadena. No sé si el mundo tendría una reacción si me llegase a perder entre el anochecer. Si con mi mano no alcanzara la luz, el mundo no reconocería que me hundí en la oscuridad.



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En el texto hay: crimen, asesinato, madurez

Editado: 26.07.2025

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