La Villa de la Desesperación

Capítulo 2

Salgo de la alucinación como un fantasma escapando de las ruinas incendiadas de un mausoleo. No. Despierto, solo despierto. Abro mis ojos... y exhalo con parsimonia. Solo exhalo. Frente a mí se advierte una pantalla blanca. Una luz ilumina desde el centro hacia las orillas, dibujando... la superficie de un simple techo. Simplemente un techo que me entristece muchísimo. Advierto, en pocos segundos, que estoy en un hospital.

Aguanto mi propia respiración, mientras hago un esfuerzo para erguir mi torso. Apenas y consigo enfocar mi mirada después del sueño tan profundo que me venció. El tiempo... dormido me marea. Mis sábanas azules cubren mi delgado cuerpo, resaltan la figura de mis brazos débiles, aplastan mis piernas entumecidas. Sigo ensordecido casi totalmente. Mis ojos apenas y se pueden abrir, no por completo.

Diviso que la puerta está entreabierta. Desde lejos se auscultan pisadas y, en poco tiempo, llega su rumor hasta mí. Parpadeo con lentitud, adormecido, hasta cerrar los parpados. Respiro hondo y, aún tenso, me recuesto. No ser metafórico me está costando, pero lo prometí. Tengo tantos pensamientos hostigándome, provocándole dolor a mi cabeza. Pero respiro hondo y los dejo ir..., muy lejos de aquí.

Estoy aburrido. Pasan los minutos lentamente, desesperándome. Estudio mi alrededor, paso de largo las paredes lizas y la decoración vana, hasta que mi mirada encuentra el bolso de mi madre, encima de un sofá de piel individual. Me amedrento, siento los pelos de mi nuca erizarse. No puede ser que ella esté aquí. No..., no estoy listo.

¿Ahora todos sabrán del intento de suicidio? No puede ser, es que soy un imbécil. Ni siquiera recuerdo qué intentaba..., creo que solo me sentía vacío y necesitaba destruirme improvisadamente. Laura, mamá, ¿lo sabrán todo? No tengo el valor para decirles cuán frustrado me siento. Soy un cobarde. Un cobarde precario.

¿Tendrá razón Amy y habrá una fuerza en mí que desconozco? Lo dudo demasiado. Esperaría ya haberla demostrado en todo este tiempo sucumbiendo ante la ansiedad, pero no ha pasado. Tal vez la fuerza es para otras personas; personas con un buen corazón.

Descubro que otra vez estoy hablando solo y cierro la boca de súbito. Mi corazón late con desenfreno. No sé por qué, pero se siente incorrecto. En cualquier momento se detendrá; soltándome.

Esto es demasiado difícil. Quiero morderme el labio, un hábito que recogí hace poco cuando no fumo y lo necesito. Mis dientes empiezan a dejar marcas, cortadas y costras. Creo que no he bebido agua desde hace días, suponiendo que mi sueño duró tanto tiempo. Mi boca está seca. Sabe a café amargo de la basura y a no cepillado ni pasta dental.

Al pasar de las horas, mientras mi estado zen "libre de pensamientos intrusivos" se asentaba, llegó a mi puerta un grave problema.

Ya habían venido enfermeras primero, bastante amables, y un médico de cabecera. Mi estancia ha sido bastante aburrida y solitaria. Nadie ha venido a visitarme. Nadie me ha querido hablar sin ese tono de cordialidad fría y dócil. Tengo algo conectado a mi muñeca derecha, por intravenosa, pero no sé qué es. Una enfermera lo cambió una vez y otra; más tarde, regresó a comprobar que estuviera funcionando bien. Me preguntaba qué pasaría si lo arrancaba de un golpe. Al final solo me enfoqué en las pisadas detrás del resquicio de la puerta, que se divisaban si mirabas con atención.

El doctor me dijo que era un sobreviviente, pero yo no le creí más allá de la intrínseca denotación. Sabía lo que hacía, lo leí en varios artículos. Además, el suicidio con pastillas es el menos eficaz. Cuando sea el momento, no existirá fuerza capaz de detenerme.

En este momento, rompiendo mi estado zen libre, se aproxima una nueva persona de bata blanca. Para mi desdicha y terror, es la señorita que vivió rondándome los sentimientos durante meses, encerrándome junto a mis peores miedos para hablar con honestidad. Me daba a mí mismo asco después de hablar porque me sentía un ser humano horrible, rompiendo el silencio que me había prometido a mí mismo con gravedad. Nunca me ha gustado la gente, ni la luz, ni hablar. Si no estuviera corto de metáforas, diría que he sido un vampiro.

Gintarė, mi psicóloga, se sienta junto a mí, no sin antes retirar el bolso de mamá, a quien no he podido ver aún. No me da la mano porque la conservo inmóvil bajo la sábana, pero sí me regala una corta sonrisa cordial. Si fuera la villana de alguna película me diría "así que nos volvemos a ver". Tiene rostro de villana, oculto tras la fachada de una mujer joven tan dedicada a su vocación que hasta rehuyó los grilletes nupciales. Conserva rasgos bálticos muy pronunciados: el cabello rubio lo usa ondulado hasta los hombros y sus ojos azules te atrapan, envuelven y frenan en seco. Lo villano lo lleva en las cejas y en su forma de clavarte la mirada. No sé para qué se pintará las cejas de esa manera tan punzocortante; pero, absolutamente, si fuera villana, me diría "así que nos volvemos a ver". Luego me cortaría la intravenosa o me ahogaría con una almohada.

―Lamento verte así, Milán. Pero me gusta que nos podamos volver a ver. Hay mucho que no terminamos de tratar en nuestras sesiones ―desliza, en un tono suave y melifluo, casi cantando. En realidad, no sé de qué temas habla. Recuerdo que la última sesión no hablé porque me dolía la cabeza tan mal. Hicimos una meditación y para mí fue como alargar mi siesta. Nunca me puedo concentrar en esas cosas. Ella, así como hoy, siempre lleva su bloc de notas encima de un tablero de madera. Lo apoya en su blusa, bajo su busto. Hoy, bajo la bata, lleva puesta una camisa azul turquesa con botones plateados, abotonada hasta el centro de la clavícula.



#181 en Joven Adulto
#288 en Detective
#237 en Novela negra

En el texto hay: crimen, asesinato, madurez

Editado: 26.07.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.