En el bolso de mamá encuentro una bolsa de plástico blanca sospechosa. Tiene el sello del hospital H. y está cerrada con dos grapas. Hay una tarjeta con letra cursiva pegada que trato de leer, dice: "objetos encontrados". Mis ojos se iluminan y en mi cuerpo se siente la ilusión. Le dieron a mi madre los objetos que encontraron conmigo. Por la textura de los objetos dentro de la bolsa, adivino que mi celular está aquí. La abro con cuidado, para poder atarla de vuelta y disimular que no pasó nada apenas termine.
Mis brazos me pesan, así que me tomo unos momentos. Apenas puedo sostener mi celular lo abrazo. Antes de encenderlo, echo un vistazo a la bolsa. No encuentro más que cigarrillos, los cuales no soy tan tonto para fumar, el encendedor que Dovidas me dio para encender mis cigarros, el dinero que Dovidas me dio junto a otro monto que había ahorrado para la cena con Alana, mi lápiz ya sin punta y basura banal. Cierro la bolsa y la arrojo sobre el bolso de mamá, que apenas fue momento lo dejé de nuevo al lado de la cama.
Descanso unos segundos, antes de aventurarme y encender mi teléfono. Cierro los ojos, respiro profundo, siento la textura de la almohada. Me paso la lengua por las heridas dentro de mi labio inferior, se sienten las cicatrices; a veces hasta me dificultan comer, a pesar de que sean recientes. Vuelvo a tomar aire, pero ahora con decisión. Mi voluntad es saber de Rūta, porque mi voluntad es salvarla. Mientras haya necesidad en mí, nunca me faltará voluntad.
Puedo sentir que Amy me reclama desde aquel punto azul dentro de mi conciencia, pero la ignoro. Lo he decidido.
Me sorprende que salten a mi buzón de alertas tantas llamadas perdidas y mensajes en espera. Me mareo entre tantas notificaciones entrantes y mis ojos arden por el repentino movimiento tan cercano. El aire se siente frío y mi garganta está tan seca que se siente cortada. El corazón me palpita muy alto en el pecho; puedo escuchar su rumor golpeándome en el interior de mi oído. El primer nombre que veo entre la mayor parte de mensajes es el de Dovidas y, gracias a los signos de exclamación y mayúsculas, adivino que está furioso. Después Alana, que, entre puntos suspensivos y emoticonos con rostros de confusión, adivino que está preocupada. Al final, para mi sorpresa, hallo un mensaje del día de ayer enviado por Laura. Me pregunta: "¿Dónde estás?". Si lo pregunta es porque ya sabe que no he estado cerca; es normal.
Sin dudar, ignorando los mil mensajes de insultos y amenazas, llamo a Dovidas. La línea solo toma dos timbres en ser atendida. Mientras tanto, mi respiración era todo el sonido que llenaba mi entorno. Entonces, apenas él me empieza a gritar, me paralizo y tartamudeo cosas incomprensibles.
―¡Miren quién se atreve a devolver la llamada!, ¿¡eh!?! ¿¡Crees que soy tu niñera!?, ¿¡tu cómplice!? ¿¡Qué demonios está mal contigo!? ¿¡Parezco una maldita niñera!? ―. Recibo sus palabras y, aunque esté nervioso, trato de pronunciar disculpas. Él suspira con hartazgo y me ignora― ¿Estás bien?, ¿dónde estás? ¡Necesitas venir ahora!
Me tomo cinco segundos para tranquilizarme. Me merecía aún más insultos.
―Ya estoy bien, gracias. ¿Es una urgencia?
―Sí, lo es. ¡Ya no puedo seguirla escondiendo! El idiota de mi padre me monitorea todos los días, ¡y no es algo humano tenerla en un agujero! ¿Qué demonios pensabas?
―No pensé en dejarla allí. N-no tenía tiempo para pensar. Teníamos una bodega, mi familia, y era todo más fácil. Pero la policía la clausuró...
―¿Todavía? ¿Cuánto tiempo les tomaría investigar?
―Ehm... Bueno, no lo sé.
―Dime dónde es ―. Escucho desde la línea cosas moviéndose, ropa golpeando el suelo y gruñidos apagados―. Mi padre volverá en la tarde a comprobar que hice la limpieza, pondrá el lugar patas arriba. ¡Pero no pienses que te ayudaré! De hecho..., tengo que hacer algo al respecto. Esto no te hace ningún bien, te está destruyendo.
Me punza el pecho durante unos cuantos segundos. No quiero decirle nada de mi situación, pero una parte de mí me dice que él sabe más de lo que pienso.
―¿Por qué lo piensas?
―Janina. Creo que tu madre se lo dijo. Si no me equivoco, ella y sus amigos irán a visitarte más tarde. Pero eso no importa, quiero ayudarte. Recuerda que parte de ello es liberarte de preocupaciones que no te corresponden. Debes vivir en base a tu edad.
―No siempre las cosas no son tan fáciles...
Mi brazo está cansándose y empieza a punzarme con dolor. Hasta que el temblor se vuelve insoportable dejo caer el celular hacia mi almohada, justo junto a mi oreja derecha. Puedo relajarme un segundo.
―Entiendo... ―. Hay más movimiento en la línea, unas llaves tintinean y en el perchero de vestidos se deslizan los ganchos. Las pisadas de Dovidas son tan fuertes y decididas― Voy a llevar a Rūta allí antes de que mi padre venga.
―¿Está ella contigo?
―Próximamente, sí...
―¿Puedo hablar con ella?
―Si eso quieres.
El viento golpea en la bocina y, entre movimientos y explicaciones, termina por escucharse una débil voz infantil.
―¿Hola?
―¡Rūta, hola! Soy Milán. Ya estoy bien y podremos vernos pronto, ¿qué te parece? ¿Cómo estás? ―suelto con emoción, sin querer dibujando una pequeña sonrisa en mis labios. Ella se toma unos segundos para responder. Escucho sus murmullos.