La Villa de la Desesperación

Capítulo 6

En el camino al bosque sur nos detuvimos al autoservicio de una cafetería veinticuatro horas. Pedimos dos chocolates calientes y unos sándwiches de salchicha, que él pagó. Casi toda la vía fue en silencio, hasta que nos adentramos al bosque y, no sé por qué, tal vez magia, me entró una repentina necesidad de preguntarle por qué. Por qué me ayudaba, si yo no hacía nada más que meterlo en problemas. Quizá de nuevo caí en la ingratitud y en la tontería, pero es que el chocolate caliente aligera mis defensas. Mucho más si alguien me lo invita, ya que todo mi dinero se quedó en el hospital. Estoy en bancarrota sin remedio, porque ya puedo asimilar que me quedé desempleado.

―Mi relación con mi padre..., me recuerda a lo que me contaste de tu relación con tu madre. Creo que una parte de mí se refleja en esa vida solitaria que dices tener. Últimamente, durante estos dos últimos años, mi vida se me ha ido en el almacén de ropa de la tienda. Tuve muchos problemas en mi escuela durante mi adolescencia y caí a muy pronta edad en el alcohol, las drogas y toda esa basura. Mi padre creyó que lo único que necesitaba era trabajar. Por mi propia cuenta decidí perder a mis amistades, porque cada vez me colmaban más la paciencia. Tal vez porque yo siempre salía cansado de mi trabajo. Ya muy rara vez me drogo, pero el alcohol y los cigarros me entretienen mucho; sin embargo, intento no hacerme adicto. El trabajo sí ha sido una cura para mí, pero para mi padre nunca es suficiente; él siempre creerá que soy un adicto bueno para nada, que se gastó el dinero de las colegiaturas de un año de bachillerato que reprobó casi por completo. Apenas me habla más que para regañarme, y no tiene mucho caso intentar comunicarme con él. Solo sabe cuestionármelo todo y darme órdenes. No me gusta, en realidad, dónde estás llevando tu vida.

―Si sirve de algo, llevo dos días sin fumar.

―Sí, Milán, y uno de ellos estuviste en coma.

No puedo evitar reírme. Creo que eso lo relaja. Acumuló mucha tensión mientras me hablaba, pude notarlo en su agarre violento contra el volante, por eso me dio miedo hablarle de vuelta. Me agrada que me ayude, aunque me da mucha pena que haya tenido que pasar por todo eso por culpa de su padre.

―Y a Janina la consiente, ¿no es así? ―deslizo, sin saber muy bien por qué. Simplemente quería intentar mantener la comunicación, no haberlo dejado hablando solo.

―Exacto..., exacto. Mamá y papá hacen lo mismo, ¿puedes creerlo? Se lo compran todo, la dejan salir adonde sea, le regalan cosas y le dan dinero. Mientras yo me quedo muerto entre toneladas de ropa nueva y nubes de vapor.

―¿Muerto? ―cuestiono, con una voz queda.

―Es una metáfora..., deberías aprender de eso.

Llegando a nuestra bodega del bosque, después de que Dovidas me dijera que no había muros en la costa ni nada que temer, empujé la puerta con cuanta fuerza soy capaz de entregar. La parsimoniosa surada golpea la solitaria ventana chica del frente, adornando una perfecta reverencia al vacío y al desasosiego. Pensé que lo que me encontraría aquí sería mi vida, alegría y sanación; pero, como de costumbre, no hay nada. No está ella. No está Rūta.

Dovidas me coloca una mano fría en el hombro y me dice que lo siente, pero que lo hace por mi bien.

―Rūta todavía está en el almacén, nunca la saqué, y mi padre no dijo nada de una limpieza. Solo no consideré que debieras volverla a ver, ¿sabes?

―¿Qué? Pero..., ¿¡por qué decides eso por mí!?

Noto que empiezo a temblar, al mismo tiempo que mi piel se torna febril y rojiza.

―Milán, cálmate... No te molestes por lo que estoy a punto de decirte.

―Entonces no lo digas. Regrésamela, cuánto antes ―. Siento la ira correr por mi piel. La surada que golpea la ventana de repente se percibe intolerable. Cada aroma, cada sonido, cada microscópico corpúsculo de oscuridad, se siente tan grotesco. Quiero que se vaya, quiero que todo desaparezca ¡ahora!

―Cité a Audra muy en la mañana; dentro de una hora, de hecho. Le entregaré a Rūta y le explicaré todo; que vas a hacerte responsable, pero que tienes problemas mentales y, por lo mismo, le rogaré que sea piadosa contigo. Además, eres menor de edad, seguramente no te harán nada malo. Es la cosa correcta por hacer, ¡lo que hiciste está muy mal! Solo te protejo porque..., porque quiero creer en ti. Lamento haberte mentido en aquella llamada.

―Creí que estabas conmigo..., más que como un amigo, como un hermano. ¿¡Por qué!?, cuando era lo único que realmente quería. ¿Cómo te atreviste a jugar con mis sentimientos así?

Empiezo a llorar y mis lágrimas caen sin ganas al triste suelo de madera, sucio y desagradable. Todo es tan mediocre en mi vida..., y tan lastimosamente intolerable.

―Perdón, pero es por tu bien―. Me intenta abrazar con cariño, pero no puedo responder. Simplemente siento haber sido inyectado por la anestesia. Siento insensibilidad, acedia―. No vayas a hacer ninguna tontería, pienso que aún tienes mucho por lo que vivir. Te gustan mucho los niños, ¿no? En un futuro tendrás hijos, si eso es lo que quieres. Serás su héroe. No necesitas ser un héroe para nadie en este momento, más que para ti mismo.

Entre el abrazo amistoso tan largo que él me da, sus últimas palabras me hicieron sentir algo. No sé qué sentir, no sé por qué llevé esto tan lejos. "Mi necedad me va a llevar lejos", siempre había dicho, "muy rápido hacia la locura y el olvido, o muy lento hacia un futuro en el que me sienta feliz de vivir". Parece que, muy aceleradamente, voy de nuevo hacia la primera fatídica opción.



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En el texto hay: crimen, asesinato, madurez

Editado: 26.07.2025

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