Hoy dejé la cabaña del bosque. Tomé mis cosas, las metí en una bolsa del supermercado al estilo de maleta y la llevé cargando con mi hombro. Solo traje una botella de agua conmigo, la cual casi acabo. Mi tiempo se ha ido fugándose lejos, conforme pienso en La Villa de la Desesperación. Me encuentro bastante bloqueado ahora que Rūta no está. No puedo escribir habiendo dejado ir, indirectamente, a mi hermana. Tengo que retomar la inspiración. No importa cómo; de alguna manera lo haré. Ya estoy tan cerca del final, ¿por qué mi mente me tenía que hacer esto ahora?
En un punto la carreta se bifurca; o continúas por el mismo camino o te rediriges hacia el lado izquierdo. Por este sendero, más lejos, se encuentra la casa de Alana. Además de que ella me lo había dicho antes, encontré un papel viejo con la dirección de su casa escrita en letra cursiva adentro de un buró en la cabaña. Eso fue días antes, casi cuando llegamos. Desde entonces consideré prudente el conservarlo entre mis cosas.
Ni siquiera cuento cuántos minutos tomo en llegar a su casa. Es justo como ella la describió, ignorando la modestia con la que dijo todo. No es grande, es inmensa; no es bonita, es preciosa; no es anticuada, es estilo retro. Tiiene una paleta castaña de colores, con un armado de ladrillo y tejados de madera. La ventana del ático brilla centrada en lo más alto, convirtiendo la edificación de dos plantas, se podría decir, en una de tres. Detrás de los grandes arbustos, están las cocheras. No sé por qué razón necesitan dos de ellas, pero se ve tan genial.
La poca luz restante de la tarde me deja ver, aún, cada detalle en el empedrado, además de notar que cada arbusto es de una especie diferente. Entre las plantas, hay una hilera de vallas de madera, las cuales combinan a la perfección con las tonalidades del edificio. Estudio mis alrededores, vacíos como es costumbre. Alana, así como yo, vive en uno de los extremos de la ciudad. Donde, si hay suerte, llega el internet.
En fin, estudio mis alrededores. No hay nada que temer, así que me encamino a saltar la protección de madera. Es pequeña. Ya del otro lado, evitando pisar las flores que se alzan entre el pequeño jardín, busco la ventana del cuarto de Alana. Aquí mi plan ya se acabó; tengo que ser cauteloso. Decido agacharme y reptar por el suelo, para permanecer seguro. Evitando las flores y algunas hormigas, me hago un camino a través el jardín. Noto que, por el horizonte, ya logró irse el sol.
Al no hallar nada relevante, me encamino con sigilo al patio trasero de la casa. Un gigantesco árbol me hace compañía. Me incorporo, semiagachado, y uso mis piernas para correr hasta detrás del árbol. Desde aquí, por la parte trasera, diviso una ventana abierta. También escucho movimiento proveniente de aquella habitación. Primero dudo y extremo precauciones, pensando que podría ser la habitación de los padres de Alana, pero cuando escucho una canción de The Poison's Hangovers salir de aquel cuarto, asumo que se trata de ella. Entiendo que es arriesgado; pero, en efecto, es mi mejor chance.
Pienso en tomar una piedra y arrojarla por la ventana, pero de inmediato comprendo que es estúpido. Ya le he roto una ventana antes, aquella de su cabaña, no quiero hacerlo de nuevo, aunque sea por accidente. Además, ¿y si la golpeo? Suspiro con desasosiego y me froto las manos entre sí, calmando mi nerviosismo. Al final, cuando termina la canción y empieza otra de una banda que sé que ella ama, tomo valentía y exclamo:
―¡Alana! ―. Cubro mi boca con las manos, resintiendo el nerviosismo, y dejo pasar unos segundos―, ¡ensayo! ―. Pienso que una palabra clave podría ser más efectiva que cualquier otra cosa, algo que solo ella y yo sepamos al respecto―, ¡águila!
En pocos segundos, Alana, con un pijama de una banda punk y el cabello desarreglado, se asoma por la ventana.
―¿Milán, eres tú?
Ausculto mi entorno y creo que está libre de riesgo. Me tiemblan las piernas. Ya se me olvidó todo lo que quería decirle. Termino tomando aire y, diplomático, me encamino hacia delante, bajo su ventana.
―Perdóname por haberte dejado sola aquella noche, estaba... pasando por un momento muy extraño.
―Milán, ¿eso es lo que más te preocupa ahora? ¡Tenemos que hablar ya! Vi a tu hermana en la escuela la otra vez y estaba muy preocupada por ti. Yo creo que te entiendo, más por lo que logré leer en tus páginas..., pero necesitas volver. Necesitamos hablar, Milán, ¡sube!
―¿Podrías arrojarme una cuerda? No quisiera despertar a tus padres...
Ella frunce el ceño.
―¿Cuerda? ¿Por qué asumes que tengo una cuerda?
―Tú explorarías hasta los mausoleos de Francia con tal de una foto de un animal extravagante, ¡supuse que tendrías una cuerda!
Ella pone los ojos en blanco y me ordena que espere en este mismo lugar, entonces corre hacia el interior de su cuarto. Segundos después, escucho la puerta de su recámara cerrarse. Mi intención no se equivocaba, al parecer. Sí tiene una cuerda.
Me voy haciendo uno con la madera del árbol mientras espero a que Alana vuelva a asomarse por la ventana; sin embargo, para mi sorpresa, abre la puerta del patio y sale por ahí, entonces desliza:
―Mis padres no están, pasa.
Sin muchos detalles, encima del edredón de su cama, le hablé sobre lo que me había estado drenando durante semanas. No dije la verdad acerca del destino de la gente muerta en mi historia, pero conservé el tema de Rūta, La Villa de la Desesperación, el intento de suicidio, el hospital, mi madre, la psicóloga...