La Villa de la Desesperación

Episodio 13

Se divisa la arena del desierto. Las cantimploras están llenas y el sol está en la cima, flotando en el centro de un cielo azul tan claro. No hay ninguna nube en la atmósfera y las ondas de calor atenúan la voluntad de cualquier desafortunado, tan rápido. Ventus y Rosemary dan el primer paso en la arena y ella voltea a ver al sol, entrecerrando los ojos, con incredulidad.

―¿Cuánto más caminaremos?

Los vientos calientes le van disminuyendo la energía a Rosemary. Tira el brazo a su costado y lo lanza con tedio de atrás hacia adelante. El bosque va quedándose atrás, hasta perderse entre las dunas del desierto. Venus carga sus flechas y avanza sin rechistar, indiferente al sol ante su camino. Este se refleja en sus ojos, simulando la superficie del mar lejano.

Rosemary no puede evitar amedrentarse. Si los guardianes lo logran, su esencia alcanzaría a la luna azul y ambas desaparecerían. Como una historia de amor platónico, la consuela pensar en reencontrarse con la esencia de sus seres queridos. Piensa en Antanas y, aunque le duela, en Máximo. Quisiera pensar que sigue con vida, pero algo muy dentro de ella le dice que las mariposas negras del oscurantismo lo han llevado volando lejos.

Sea lo que fuese, una vez atravesando el velo de la realidad; lejos del Limbo de las Almas, de vuelta al túnel que desliza a las burbujas de los espíritus, como cápsulas, hacia el principio de una nueva eternidad, sempiterna; no importaría si él está ahí, porque solo sentiría paz.

―Creo que hoy viene más fuerte que nunca ―revela Ventus, auscultando hacia el horizonte oscurecido por el anochecer―. La luna azul está inmensa, demasiado brillante. Me parece que se nos acaba el tiempo.

―¿Estás seguro de que este camino lleva a algún lado? ―cuestiona Rosemary, empapada en sudor y agotada de tanto caminar.

El sol se aleja a cada segundo más con desidia. En la arena, las pisadas de ambos se van muriendo con rapidez entre las ráfagas de viento. No hay muchos cruces de colores delante más que amarronado y azul languidecido. Las nubes, blancas y enredadas, caen hacia el olvido, cuando está por abordar la oscuridad.

De pronto, Ventus rodea a Rosemary de la cintura y la cubre de una ráfaga colosal de arena. Clava sus pies en el suelo y entrecierra los ojos, cazando la energía de La Bruja del Desierto. Avanza de espaldas, escuchando a sus instintos sobrenaturales. La arena los va rodeando, volviéndose más intensa.

Rosemary se hace pequeña tras la espalda de Ventus, quien, con la mirada, sigue un leve punto color arenisca. Como la espuma del mar, el punto reluciente se mueve de un lado a otro y desaparece esporádicamente. Las olas de arena lo traen de nuevo, pero cada vez más brillante.

―¡Rehna, no tienes que hacer esto!

―¡Nos va a aplastar, Ventus! ¡Es demasiada arena!

La velocidad del tornado en el que están envueltos se intensifica. Ventus impulsa hasta las uñas en los zapatos para aferrarse. Mantiene su arco entre sus manos y se vuelve por una flecha, apretándola entre su puño de metal. Casi se siente como una pluma atrayéndola desde aquel cómodo reposo hasta la línea de tiro en primera posición. Cuando la flecha toca la cuerda y esta se estira, no se mueve ni un poco aparte de su trayectoria indicada. Cuando Ventus dispara la flecha, esta da mil vueltas en el aire hasta que, sin problemas, atraviesa el diluvio de polvo.

La ráfaga se detiene y toda la arena cae. El pecho de Ventus y Rosemary sube y baja en desesperación, ella mantiene los ojos cerrados y la cabeza agachada. Cuando el tiempo entra en calma ambos se asombran en alivio.

Una duna de arena, rodeando el punto brillante color arenisca que Ventus divisa, es lo único restante y desproporcional a cómo era el paisaje antes. La arena, poco a poco, se hunde hacia el centro del desierto. Se lleva consigo la luz, así como la flecha de él.

―¡Le diste, Ventus! ¡Le diste! ―festeja ella, con un repentino entusiasmo en su semblante y cuerpo.

―Sí... ―susurra él, ensimismado― Pero debí haber supuesto que algo así sucedería. Debí haber tenido la flecha lista antes, mucho antes. No puedo permitirme esos errores. Perdón. Ahora estaré más atento.

―No te preocupes, ¡estuvo asombroso! Esa... tormenta, sentía que nos iba a aplastar. Yo ni siquiera conseguía abrir los ojos; en cambio, tú lo tenías todo bajo control. Si yo hubiera estado sola. O sola con Máximo―. Se ríe con nostalgia y sarcasmo―. ¡Seguro nos morimos los dos!, ¿qué te digo? ―. Ella mantiene su risita, pero después pierde un poco la mirada, pensativa.

Ventus nota su preocupación y, con fraternidad, le coloca una mano suavemente sobre el hombro.

―No te preocupes..., te protegeré.

Ambos se observan con detenimiento. Rosemary, amistosa, le sonríe, encogiéndose de hombros. De pronto, un mundo oscuro se abre a sus pies. Un agujero en la arena, robándoles el equilibrio, se alimenta de ellos, desvaneciéndolos al instante.

La oscuridad se reduce con una llama reluciendo desde la profundidad. Rosemary, entre la arena del suelo, la observa precavidamente. La cámara en la que aterrizaron no está a más de dos metros bajo el suelo. Apenas se habían caído, el suelo se volvió a formar sobre sus cabezas. El frío del subsuelo les puso los pelos de punta y las partículas de polvo les formaron un palacio de calaveras y oscuridad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.