"Se está rastreando al sospechoso". Es el final de la nota periodística en la que se trataba el incendio y los asesinatos en la tienda de ropa en el centro comercial. "La familia perdió muchísimo dinero y la vida del hijo mayor, que trabajaba continuamente en esas instalaciones. También se hallaron restos de una mujer joven, hasta el momento inidentificada".
Mis músculos se comprimen y, consternado, trago saliva con fuerza. Es aquí; mis acciones, perdurando hasta este momento, me han condenado a hacerlo. Es... aquí.
Mis pisadas resuenan por todo el bosque en silencio. La cuerda de la bolsa de tela se hunde en mi hombro derecho. Desde dentro de ella, entre todos los folios y artilugios, va rebotando uno especial de metal.
Mi mirada va hacia el centro del camino lóbrego. La pesadumbre me acompaña a cada paso, hacia donde no puedo evitar perderme. Los árboles y los arbustos, desprendiendo el aroma de la resina natural, refugian un sendero de muerte y destrucción. En el mundo hay más así, cada uno para una respectiva persona, hechos para dirigir a las almas perdidas hacia su destino inmaterial. Puedo percibir que me acerco a él. Como un gato hacia una red de pesca. Como una flama, desvaneciéndose, hacia el cielo. Debo aceptar mi final.
No tengo adónde ir, más que hacia el frente. Todos los posibles finales, como fragmentos de diamantes flotando en el universo, se han caído hasta el olvido y ahora solo queda uno, ya brillando sobre mis dos manos abiertas; frágil, perfecto y resistente.
La inmensidad del bosque, bajo la infinitud de este cielo nocturno plagado de estrellas, me aterra y me vuelve pequeño. La luna, los astros, todo me aterra mientras vuela en el silencio. Me llevo las manos a la cabeza y ahogo un grito. Castañeo los dientes y exhalo mi aire en un momento. He de pagar por quién fui.
Me cuestiono la razón de mi fútil destino. Me abrazo en mi soledad y me cuestiono por qué nunca conseguí quererme del todo. La tristeza me envuelve y la soledad se derrite desde mí hasta fusionarse con mi sombra, apenas proyectada debido al poco destello reflejándose desde la luna. El vacío de mi corazón es tan profundo como el abismo en el que cae la muerte. Puede que lo que vean de mí sea algo, lo que piensan mis seres cercanos, pero yo no puedo ser nada de lo que ellos creen. En el fondo soy melancólico, porque estoy tan roto. Mis pasos son apáticos y no siento nada al despertar. Soy como un globo negro que no puede emprender vuelo. Soy una persona sola en el mundo, con una culpa horrible que la carcome, bastándose de melancolía para sentir algo.
Más profundo en el camino estrecho, dotándose de tinieblas, el tacto se vuelve mi única herramienta para localizarme. Con la superficie de mis dedos, envueltos en precaución, palpo la superficie de los troncos desconocidos para seguir mi camino. Mi aliento resuena como un estruendo entre la quietud. Siento en la brisa, alertando mis sentidos, que una tormenta se aproxima desde el horizonte.
Suelto mi vida en mi respiración y sigo, temblando y derrotado, andando al frente. No debe quedar mucho tiempo. No debe quedarme mucho tiempo. Lo siento en mi estómago, con unas ansias dolorosas de detenerme a vomitar. Mi mente está débil, ya no puedo pensar en mucho. La policía se debe estar acercando y, en lo más profundo de mi ser, estoy aterrado. Ruego porque el resultado valga mi dolor.
No he visto animales en un rato, será porque me asechan desde las sombras. Mi celular, silenciado, yace estático en el interior de mi bolsillo. Ha de estar colmándose de mensajes y llamadas. Ojalá, no lo sé, ¿quisiera que así sea? No puede ser, me estoy preocupando tanto.
—Todo está listo —me susurra Amy—, puedo sentirte llegando. Te saboreo en la niebla de una bomba de humo.
Los vellos de mi nuca se erizan. Recupero todo el enojo, la culpa y la vergüenza, de los recuerdos. Ya hice dormir a tres almas inocentes y ahora lo que me corresponde es pagar, como Alana me ordenó. Cómo quisiera llamar a Alana ahora; tomar mi teléfono, escuchar su voz adormilada y decirle "¿qué debería de hacer?".
Escoger un camino, justo antes de pertenecer al mismo agujero donde pertenece la nada. Adónde fueron mis víctimas, adónde fue Rose, adónde se marchan todos indistintamente. Adónde van las historias que se terminan, así como así, perdiéndose entre la eternidad, como los gritos que nunca fueron escuchados.
Llego al parque en el que todo comenzó, en el que me paseé aquella vez rehuyendo un lunes de escuela. Las partículas de lluvia, cristalinas e indivisibles, taclean el viento para hacerse un camino entre el espacio. Juegan como gatos huérfanos en un tren, colgándose de la brisa para llegar más rápido a la ciudad. Las estrellas son sus luces de guía y las nubes son como densa niebla que oscurece el destino.
Paseo por los recorridos de piedra, entre los árboles y las flores multicolor, temiendo el encuentro con la policía. El espacio es abierto y, desde la distancia, se dibujan siluetas que serán de vagabundos.
Me escondo detrás de una cabina telefónica, desolada y descuidada, para hurgar entre mis cosas. Todos mis folios están revueltos. El arma de Dovidas aún brilla como la primera vez que la tomé. Mi libreta personal, entre las hojas repartidas, ya se ve vieja y muy usada. Aunque sea ridículo, todavía conservo las muñecas de Laura. Aquellas con las que entretuve a Rūta tanto tiempo. Me confirman que soy una terrible persona, también que merezco este castigo más que nada. Vergüenza es lo único que siento en mí en estos momentos. Pero, de igual manera, una horrible sensación de pánico. Maldita sea, es tan horrible todo esto que siento.