Ella es feliz, su vida es poética con toques naturistas, sus flores son de todos los colores, su cabello guía a los gatos por el camino de los sueños. Sus manos, su voz, poseen la magia más pura que puede existir.
Él es feliz, su morada está siempre abierta a la compañía, su corazón tan grande como el sol, sus flores siempre de buen aroma. Su mente, sus ojos, expresan simpatía, amor y sabiduría.
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Ella no es feliz, su pan de cada día es la aceptación de los demás, su forma de actuar es líquida, sus flores son de plástico -muchas ya se han quemado-, su talento es sin igual, pero está guardado muy en el fondo de su templo.
Él no es feliz, su vida está basada en excesos y mentiras, sus flores sufren con él por él y para él. Su aroma expele la magia más maligna que puede existir: la que posee a un ser de bien contra su voluntad.
Así es la felicidad, tan relativa como misteriosa, tan humana como la humanidad misma.
Y es que este mundo la gente está en una constante transición entre la felicidad y la infelicidad.
Y los que son felices lo son como quieren.
Pero los que son infelices, no pueden serlo a su manera.