La Villana del Cuento

CAPÍTULO 8

Me desperté con mucha tranquilidad aunque era de madrugada, aún la luna estaba afuera. Me enderece con cuidado de no despertar a Leonardo pero fue inevitable no llevarme una sorpresa. Leo estaba temblando del frío. Sus manos estaban entrelazadas mientras su cabeza estaba echada hacía atrás. Su respiración era agitada y no paraba de toser.

Me volví a acercar a él y toque su frente
y sus mejillas enrojecidas, tenía fiebre.

— Leo.... Leonardo, ojos grises despierta – dije suave para no asustarlo. – Chico de ojos grises, Leonardo por favor despierta, tienes mucha fiebre.

Abrió los ojos  un poco pero los volvió a cerrar mientras seguía temblando. Tenía que bajarle la fiebre como fuera. Hice que se levantará y pase su brazo por alrededor de mi cuello para llevarlo a la ducha. Abrí la llave y el agua empezó a caer y a rodar por nuestros cuerpos. Empezé a desabrochar su camisa y con cuidado se la quité. El agua seguía callendo sobre nosotros y poco a poco fue mejorando. Cerré la ducha y tomé una bata de baño que había en un pequeño armario del baño, se la coloque y ahora que estaba cubierto deslicé mis manos temblorosas por debajo de la gruesa tela hasta agarrar el borde de su pantalón y boxer. Lo fui deslizando poco a poco por sus piernas hasta incarme y poder sacarlos por completo. Mi vista se mantuvo siempre a su rostro que sin darme cuenta ahora tenía un sonrisa muy peligrosa.

— Que dices si aprovechamos ésta situación y me rezas el padre Santiago – dijo de la forma más jodidamente placentera y sexy posible pero sin dejar su tos de lado.

—  Porque mejor no salimos de aquí y te recuestas en la cama.

— Pero está es la mejor posición para hacerlo.

— Ya dejate de juegos,  tienes mucha tos – me levanté y pase su brazo nuevamente por mi cuello para ayudarlo a no caerse camino a la cama. Logré que se acostara y no se moviera mientras iba en busca de pastillas y algo para medir su temperatura.

Salí de la habitación con cuidado y entre a la de Kira que dormía como una piedra, sin duda aún no sé cómo los hombres de Di Marco lograron despertarla esa noche. Tomé un termómetro y algunos ibuprofenos que habían en el maletín de medicamentos. Bajé a la cocina por agua siempre preocurando de que nadie me viera o escuchará. Logré entrar de nuevo en la habitación con éxito, Leonardo estaba tapado hasta el cuello así que tuve que destaparle un poco y ayudarlo a sentarse.

— Tómate ésto – le pedí. Se tomó la pastilla con un solo trago de agua. – Ahí queda agua, tomatela toda – le ordené está vez.

— Pero ya me tomé la pastilla.

— Si pero tenías fiebre muy alta y nesecitas beber mucho líquido.

Obedeció y se terminó el vaso de agua de dos tragos. Coloque con cuidado el vaso en el escritorio y me sequé un poco el cabello, me senté al otro lado de la cama a esperar a que le bajara la fiebre.  Esperé una hora leyendo para tomarle la temperatura. El se había quedado profundamente dormido. La fiebre ya había bajado así que ya podía descansar un poco. Me volví a acomodar en la cama y cerré mis ojos nuevamente pero aún pensando de que le podría subir la fiebre nuevamente al chico de ojos grises.

La ruidosa alarma de mi celular sonó para despertarme. Eran las siete de la mañana, justo cuando más sueño me da, sin duda es un fastidio. Me levanté y comprobé la temperatura de Leo, aún seguía durmiendo como un bebé y lo mejor es que ya no tenía nada de fiebre. Abrí con sumo cuidado la maleta y saque todo lo que me hacía falta para una buena ducha. Entré al baño y coloque la ropa de Leonardo junto con la que traía en una canasta para después lavarla. Me di una deliciosa ducha caliente y salí del baño envuelta en una toalla. El chico seguía durmiendo pero se había dado la vuelta hacia la pared, por lo tanto podría vestirme sin problemas. Después de cinco minutos solo me faltaba ponerme alguna blusa pero como la suerte nunca está de mi lado me había dejado todas las camisetas en casa. Ya decía yo que la maleta pesaba muy poco. Genial y ahora que hago.Quizás podría pedirle alguna a Kira hasta más tarde ir por algunas prendas a alguna tienda cercana.

Repito, mi suerte es un asco estos últimos días. Cuando levanté la cabeza y miré por el espejo Leonardo estaba detrás de mí con los brazos cruzados a la altura de su pecho.

— Que bonito amanecer. – Sonrió. Me di la vuelta sobre mis pies y quedé frente a el con mis manos intentando tapar mi brasier.

— Deberías de ayudarme con este pequeño problemita. – señalé la maleta. – Se me han quedado las camisetas en casa.

— Claro que te voy a ayudar, sabes que lo haré de todo y de todos– Quitó mis manos con cuidado de mi pecho y me junto nuestros labios por unos segundos – pero primero tengo que quitarte ese mal humor. Y gracias por lo de ayer, ya estoy mucho mejor.

— ¡Estás loco! – volví a cubrirme con mis manos.

— Quizás un poco. Ahora regreso.

Salió de la habitación y yo solo pude quedarme de brazos cruzados. Leo volvió vestido y en una mano traía la bata de baño mientras que en la otra traía una de sus camisetas negras con la foto de una banda de rock. 

— Toma, cuidala muy bien. – me la entregó junto con la bata de baño que traía anteriormente y salió de la habitación.

Me la coloqué sin protesta, tampoco es que tenía muchas opciones. Podía sentir su perfume impregnado en la tela. Era como si me estuviera abrazando todo el tiempo. Desgraciadamente era delicioso. Bajé las escaleras después de media hora, ya todos estaban desayunando en la cocina menos la señorita Lucía que estaba desayunando en el gran comedor de la casa. Leonardo me miró de arriba a abajo sonriente y haciendo una seña de que me quedaba bien su ropa. Nadie más se percató a no ser Kira, ella conoce cada cm de mi ropa y enseguida iba a decir algo pero la interrumpí dándole un abrazo.

— Hermana, ¿estás bien? – Habló Alessandro al darse cuenta de mi muestra de afecto con mi amiga.

— Si pequeña¿ Estás bien? – dijo Leonardo intentando contener la risa.




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