La Villana del Cuento

CAPÍTULO 10

Yo seguía entre los brazos de Leo, mis lágrimas no paraban. Fuimos bajando poco a poco hasta terminar sentados en el suelo. Mi cabeza estaba apoyada en su pecho mientras que el tenía su cabeza enterrada entre mi cuello y mi hombro. Aunque mis lágrimas no cesaban me pude percatar de que algunas gotas caían sobre mi hombro. Levanté la cabeza para ver brotar unas escasas lágrimas de los ojos de Leonardo.

— Perdón por arruinarte tu cumpleaños pequeña. Mi mente ya estaba atormentada por los secretos del pasado. Esa noche fría y gélida también ví partir a la única persona que me quedaba, mi padre, el mejor hombre de Bruce. Desde esa noche tu padre me acogió en su casa y se hizo responsable de mi salud y educación. – una pequeña sonrisa triste se formó en sus carnosos labios – Ese día conocí a la pequeña que iluminaba de nuevo mis ojos.  El oscuro pasado que te atormentaba te volvió fuerte sin darte cuenta y amó eso de tí. Superaste cada batalla y te volviste la hermosa mujer que eres ahora.

Mis lágrimas se secaron  en mis mejillas al igual que las del chico de ojos grises. Lo escuchaba atentamente. Ahora entiendo la conexión que tuve con el en cuanto lo ví tan cerca de mi esa noche en mi habitación. Está noche entendí porque esos hermosos ojos se llenaban de lágrimas cuando nadie los veía y en el día fingía una sonrisa. El cargaba con nuestra historia para no hacerme daño. Leo limpió las lágrimas que aún quedaban en mi rostro y envolvió mis manos entre las suyas.

— No eres la típica mujer a la que se le compran rosas y la enamoras. Eres la mujer más fuerte, más obstinada y la más hermosa que conozco. Cada parte de tu ser a mi me obsesiona, tus manos que no tiemblan cuando tomas un arma y disparas o la delicadeza con la que tomas un libro y te sumerges entre sus líneas. Te amo Rubí.

Yo simplemente me perdí en su mirada, en esos hermosos ojos grises que me volvían loca, en esos ojos donde se reflejaban mil estrellas y un universo entero. El se había enamorado de mis demonios y yo de su oscuridad. Eramos el infierno perfecto. Y el que haré arder con solo una mirada de mi chico de ojos grises.

Nuestros labios se presionaron con delicadeza, un ritmo suave y tentador. Mis manos estaban en su pecho mientras que las de el viajaron hasta mi cintura pegandome más a él. Después de separarnos un poco nuestras frentes se juntaron y una sonrisa se dibujo en sus labios.

— No quiero que vuelvas a derramar una lágrima más en toda tu vida, prométeme eso. – Ya estábamos de pie– A partir de hoy solo quiero ver una sonrisa en tu rostro.

— Y mi cara de culo cuando no estoy de humor tampoco está permitida – me crucé de brazos dramáticamente.

— Bueno, quizás eso te lo dejé pasar – Chasqueo los dedos en el aire a los cuáles acudieron dos  barman con una enorme caja con una cinta roja encima formando un enorme lazo – Ahora tu regalo de cumpleaños.

— ¿ Acaso no eres tú mi regalo? – pregunté coqueta mordiendo la punta de mi dedo índice.

— Yo también, pero cuando yo no esté – señaló la enorme caja– este pequeño será quien te cuide.

Uno de los barman quitó la tapa de la caja haciendo abrirse cada cara de esta revelando un hermoso cachorro de Doberman. Era negro como el azabache y con unos ojos que desprendían una ternura indescriptible. Mire a Leo emocionada y corrí hasta el cachorro que también salió corriendo hasta mis brazos. Siempre tuve la ilusión de tener un perro, estos animalitos tienen el alma más pura de este mundo tan cruel. Son amores que no lastiman y amigos que no traicionan, si tan solo la gente pudiera amar como lo hacen estos pequeños de cuatro patitas el mundo sería un paraíso.

— ¿ Cómo le piensas poner a nuestro hijo? – preguntó el chico de ojos grises dándome un abrazo por detrás mientras que depositaba suaves besos sobre mi cuello.

— Mmmm... – pensé unos intentes hasta que – Hades, se va a llamar Hades.

— Rubí no quiero interrumpir este mágico momento pero tengo hambre – sé me escapó una risa por la forma en que habló. Le entregué a Hades a uno de barman y nos sentamos en la mesa, en un minuto ya nos habían traído la cena, estaba deliciosa.

Mientras cenamos a mí mente seguían llegando recuerdos de Leo y ¿ Damián?

— Chico de ojos grises – llamé su atención.

— ¿ Chico de ojos grises? – preguntó por el curioso sobrenombre.

— Sí, así te llama mi vocecita interior. – me encojo de hombros restándole importancia.

— Así que tú vocecita interior ¿ Tu vocecita me menciona mucho?

— Sí,  le gusta recordarme tus ojos grises y tus labios – Digo con una sonrisa para después darle otro trago largo a mi copa de vino. Ya caerán en cuenta porque estoy diciendo tantas estupideces, se que me voy a arrepentir mañana pero quiero que el me siga mirando así.

— Entonces dices que me piensas mucho– suelta una carcajada marcando sus hermosos hoyuelos. – Ven, ya has bebido mucho está noche. – Se levanta y intenta quitarme la copa de las manos pero yo soy más rápida y en un torpe movimiento logró pararme de la mesa y seguir bebiendo de mi copa.

— Déjame otra copa ¿ si ?

— No – Sentencia quitándome la copa de las manos y cargandome en su hombro como un costal, por más que le doy pequeños puñetazos en la espalda es inútil con este grandulon.  Llegamos hasta afuera del restaurante donde un chico nos esperaba con las llaves del coche previamente estacionado al frente. Un pequeño ladrido proveniente del auto hace que levanté la cabeza en el momento preciso dónde Leo me está sentado en el asiento del copiloto, sin duda un golpe en la cabeza que durará un poco. El chico me abrocha el cinturón mientras que Hades me lame las puntas de mis dedos proporcionandome algunas cosquillas.

Llegamos a la casa y Leo vuelve a cargarme pero está vez en sus brazos mientras yo sujeto entre los míos al pequeño cachorro. Subimos las escaleras de la casa hasta llegar a la habitación de Leonardo. Habré la puerta con cuidado y me coloca encima de la cama con delicadeza.




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