La Villana del Cuento

CAPÍTULO 23

Esto de perder el sentido cada vez que mi cerebro siente que no puede reaccionar ante un suceso no es muy bonito.

Deberías tratarte, loca.

Abrí los ojos con lentitud.

Mi cuerpo se tensó al instante. Leonardo estaba hablando a un lado de la habitación con Darién. Antonella entró con un pequeño pelirrojo tomando su pequeña mano. Dijo algo en voz baja – Aún no se dan cuenta de que estoy despierta – La chica salió de la habitación con el pequeño de nuevo.

Aww otro mini-papi cereza.

— ¿ Ya me podéis explicar que está pasando? – me impacienté, los chicos abrieron mucho sus ojos y después intercambiaron una mirada significativa.

— Ammm creo que debería irme.

Darién salió de la habitación rápidamente.

Leonardo me miró y después de unos segundos sonrió como un angelito.
— Rubí, yo...

Estoy empezando a perder la paciencia.

Me incorporé rápidamente y empezé a caminar con determinación pero a medida de que me iba acercando mis pasos disminuían. Cuando por fin estube frente a Leo el me echó un vistazo de arriba a abajo y viceversa hasta que se quedó en mis labios unos segundos hasta subir nuevamente a mis ojos.

Una sonrisa se formó en mis labios y sin pensar mucho más me lancé sobre el para besarlo. Su cuerpo algo tenso se relajo al instante y correspondió el beso enseguida.

Mi enojo por falta de información se desvaneció en cuanto bajó sus manos hasta mis caderas y me pegó más contra su cuerpo.

Que rápido se te olvidan las cosas chica.

Es verdad, nesecito una explicación.

Me separé de forma más brusca de la que tenía pensada.

— ¿ Que pasó? – preguntó confuso por mi cambio de actitud.

— Que ¿ qué pasó? – ironicé – Nesecito una explicación. No entiendo que pasa. Creí que estabas secuestrado pero Antonella me trae aquí y te encuentro de maravilla con ese idiota. Cómo si esos cuatro años no hubieran pasado.

Me frustré.

— Rubí, tienes que calmarte ¿ vale? Darién no es como crees, de hecho, nada es lo que crees. Ahora no puedo contartelo todo, solo puedes saber que estoy bien y que Darién solo nos salvó.

— ¿ Cómo quieres que me calme? Ahora me dices que no puedes contarme nada pero que Darién nos salvó. Desde cuándo puñetas me ocultas cosas, a sí, desde que supuestamente te secuestró ese imbécil con sus hombres. Esa noche murió Christina. Acaso no te das cuenta de que no puedo calmarme así de la nada.

— Lo se, pequeña pero...

— No me llames pequeña.

— Vale, Rubí Harrison. Se todo lo que pasó esa noche y aún me duele la perdida de Chris. Pero me iba yo solo o nos íbamos todos, pero directos a la tumba. No puedo darte muchos detalles por ahora pero solo, no culpes a Darién o a su esposa por todo esto.

— Lárgate Leonardo, no quiero verte.

— ¿ A dónde quieres que me valla?

— No se imbécil, solo desaparece de mi vista.

Apretó la mandíbula pero no insistió. Salió y cerró la puerta de la habitación con un poco más de fuerza de la necesaria.

Me tumbé en la cama. Después de que mil ideas pasarán por mi cabeza y después de tirar la almohada incontables veces para desestresarme – cosa que no funcionó – me quedé dormida con la cara hundida entre las demás almohadas.

Toc toc

Ahora dices quién es.

— ¿ Que demonios quieres? – respondí a quien quiera que estuviera detrás de la puerta.

En mi cabeza estaba la imagen de unos ojos grises golpeado la puerta pero quién entró fue un pequeño cuerpecito con cabello pelirrojo y ojos azules claros. El pequeño tendría unos 6 años. Su sonrisa inocente se fue apagando mientras sostenía un libro.

Mi corazón se oprime cuando se trata de niños.

— Lo siento, no era mi intención ¿ Qué tienes pequeño?

— Me llamo Dilan – sollozó un poco – Mi mamá, mi papá y él tío panda también está ocupado. No pueden contarme una historia.

— ¿ Tío panda?

— Sí, el tío Leonardo es el tío panda.

— Vale – sonreí – Y ¿ qué te parece si me cuentas tú la historia de por qué llamás al tío Leo así?
El entusiasmo hizo que sus ojitos brillaran.

— Es que cuando el llegó a casa no me caía nada bien – hizo un mohín – Un día me tuve que quedar solo con el porque mamá y papá se fueron de viaje. La idea me desagradaba así que comencé a molestarle pero el pasaba de mí.

— ¿ Que edad tenías? – le interrumpí.

— Siete – dijo muy digno.

Oh, es mayor que la princesa.

Cómo te decía – prosiguió ahora de brazos cruzados – el pasaba de mí hasta que le hice perder un videojuego. Terminó persiguiendome para recuperar el control pero terminó cayendo al suelo al tropezar torpemente con mi peluche de panda. El tonto comenzó a enojarse con el muñeco y así para molestarle lo comencé a llamar así.

Sonrió el muy pillo.
Reprimi una carcajada porque es algo que Leo haría. A veces su edad parece ser de cinco años.

— Con que tonto. Hum...

El niño dejó de sonreír y yo también. Ambos nos giramos con lentitud para ver a Leonardo de brazos cruzados y dando golpecitos con la punta del pie en el piso.

— Dilan, después arreglaremos esto de hombre a hombre pero ahora ¿puedes dejarme a solas con Rubí?

— ¿ Con una partida en la Playstation?

— Claro – el niño tomó su libro y salió feliz de la vida. Leo cerró la puerta y se sentó a mi lado en la cama.

— Se que sigues enfadada conmigo.
¿Enserio? No que va, para nada.
Leo suspiró.

— Nada es como crees, todo fue un plan, un engaño también o quizás también una traición por no contar contigo y mantenerte al margen de todo esto.

Mi cara era un poema. Leonardo me leyó el pensamiento y comenzó a hablar mientras yo lo miraba con la boca en "o".

— Rubí, para que entiendas la razón por la cuál estoy aquí supuestamente secuestrado necesitamos viajar unos cuantos años atrás. En mi primer año de instituto.

En mi primer año de instituto conocí a un chico pelirrojo callado. No sé relacionaba con nadie. En ocasiones sufría un poco de bullying porque, te imaginas estar en un colegio de personas adineradas, dónde todos se conocen y todos tienen un puesto en su supuesta "sociedad de niños de papá". Un día me tocó realizar un proyecto con él en una de las asignaturas que compartíamos. Resultó ser un chico bastante genial. Nos hicimos amigos en poco tiempo y comenzamos a ir a bares junto con Damián a escondidas de Charles y Bruce. Hasta que su padre, el cual no conocíamos, lo llevó a otro país a mitad del segundo año. Después de que nos graduamos del instituto empezamos a trabajar en cubierto en la agencia. En una misión junto a Bruce, Charles y unos cuantos agentes más nos tocó enfrentarnos directamente con Adriano. Damián y yo quedamos desconcertados cuando logramos alcanzar el vehículo que perseguiamos y de el bajo Darién.




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